– El bebé. ¡Ahora!
Aquellas palabras fueron pronunciadas en voz muy baja, pero Liz asimiló el significado. Su miedo se intensificó. No podía moverse, lo único que podía hacer era observar el cañón del revólver que los estaba apuntando. Supo que moriría pronto, porque no estaba dispuesta a entregar a Natasha.
David se acercó a ella. Aunque Liz no se volvió, sintió su presencia. Inesperadamente, él hizo un movimiento ágil y le dio una patada al hombre armado en el brazo. La pistola salió volando. Entonces, ella sintió que alguien la empujaba hacia el orfanato. Cuando hubo entrado en el vestíbulo pudo darse la vuelta y se dio cuenta de que el agente norteamericano la estaba dirigiendo hacia el interior del edificio.
– David -jadeó ella.
– Estará bien.
– Pero eran tres.
El hombre, alto y rubio, le sonrió.
– No se preocupe.
Torcieron una esquina y se encontraron con Maggie.
– Estaba mirando por la ventana y he visto lo que ha ocurrido. ¿Estás bien?
– Sí -respondió Liz-. Gracias a él -dijoy se volvió hacia el hombre-. Lo siento, pero no recuerdo su nombre.
– Robert.
– Muchísimas gracias por todo.
– Sólo he hecho aquello para lo que estoy entrenado.
Liz no estaba muy segura de querer saber en qué consistía su entrenamiento. Siguió a Maggie hasta la guardería, donde puso a Natasha en una cuna. Después se inclinó hacia ella.
– No te preocupes -le dijo Maggie para intentar calmarla, al darse cuenta de que estaba temblando incontroladamente-. Natasha y tú estáis bien.
– Sí, pero, ¿por cuánto tiempo? -Liz apretó los puños con fuerza e intentó no llorar-. ¿Cuándo volverán? ¿Qué ocurrirá después?
– Que los encontraremos -dijo David desde la puerta.
Liz actuó por instinto. Se dio la vuelta y lo abrazó. Él le devolvió el abrazo.
– Sé fuerte, Liz -le pidió-. Es la única forma de vencer a esos miserables.
Era un buen consejo, pero Liz no estaba segura de poder seguirlo durante mucho más tiempo.
– ¿Se han escapado? -preguntó Robert.
– Sí. Casi los teníamos, pero salieron corriendo. Dimitri fue tras ellos, pero no creo que encuentre nada -David se apartó y miró a Liz-. Voy a dejar a Robert aquí para que vigile.
Ella asintió. Habría preferido que se quedara David, pero sabía que tenía que trabajar.
– Estaremos bien.
Él sonrió.
– No sabes mentir.
– Tengo que practicar.
– No será necesario. Cuando vuelva a la oficina, voy a ver qué puedo hacer para que otro juez se haga cargo de este caso y Natasha y tú podáis salir de aquí cuanto antes -le dijo y le dio un beso en la mejilla-. Ahora tengo que irme.Tienes mi número si necesitas hablar conmigo. Volveré en un par de horas.
Ella asintió y vio cómo se marchaba. Tenía ganas de llamarlo, pero la parte sensata de su cabeza le dijo que sería mejor acostumbrarse a estar sin David. En cuanto se marchara de Moscú, él estaría fuera de su vida para siempre.
A los pocos minutos de que David saliera, el otro hombre que los había acompañado al orfanato entró en la guardería. Era alto y musculoso y tenía rasgos eslavos. Cuando Liz se volvió hacia él, sacudió la cabeza.
– Los he perdido -dijo en inglés, con un fuerte acento ruso-. David me pidió que hiciera guardia por el jardín y por el edificio -añadió y miró a Maggie-. ¿Necesitas ver mi identificación?
Pareció que ella se sentía incómoda, pero asintió. Después, estudió la placa que él le mostró.
– Sé que estás aquí para proteger a Natasha y a Liz -le dijo la asistenta social-. Pero por favor, recuerda que aquí hay muchos niños, así que no ataques a todo lo que salga corriendo de un armario.
El hombre sonrió, mostrando sus blanquísimos dientes.
– Tendré cuidado -prometió.
Hubo algo en su voz, algo grave y seductor. Liz tardó un instante en darse cuenta de que estaba mirando fijamente a Maggie de una forma que no tenía nada que ver con el trabajo y todo con el hecho de ser un hombre y estar en presencia de una mujer atractiva.
Liz miró a uno y al otro. Tenía sentido. Maggie tenía menos de treinta años, era muy guapa y a juzgar por la ausencia de alianza en su dedo anular, soltera.
Liz se levantó.
– Voy a estirar las piernas durante un rato. ¿Puedo pasear por el jardín?
Dimitri asintió.
– Sí, pero no salgas más allá de la verja.
– Por supuesto que no.
No tenía planeado hacerlo. Además, no era ella la que le interesaba a aquellos tipos que estaban esperando fuera.
Debido a que llevaba varios días encerrada, estaba ansiosa por disfrutar del sol y del jardín. Se alejó un poco del área de juegos de los niños y se dirigió hacia el pequeño huerto que cultivaban los empleados del orfanato. Vio judías verdes, tomates, zanahorias, patatas y remolachas. Cuando pasó junto al pequeño cobertizo en el que seguramente se guardaban las herramientas y las semillas, percibió un movimiento extraño por el ventanuco y oyó un crujido de la madera. Al acercarse aún más a la puerta, alguien salió cojeando a la luz del sol.
– ¡Sophia!
Liz reconoció el miedo en los ojos de la muchacha justo cuando se volvía para echar a correr.
– ¡No te vayas! -le dijo Liz-. Por favor, quiero ayudarte.
Sophia se volvió lentamente. Liz se estremeció al ver los moretones que tenía en la cara y el tremendo arañazo que se había hecho en un brazo.
– Por favor, Sophia. Nadie quiere causarte problemas. He estado muy preocupada por ti.
– Estoy bien -respondió Sophia en tono desafiante.
– No lo parece. Parece que has estado huyendo. ¿Es porque te están persiguiendo los mismos hombres que quieren llevarse a Natasha?
Sophia abrió mucho los ojos y Liz reconoció su terror.
– No la tienen -se apresuró a decir Liz-. Han intentado quitármela, pero nos las hemos arreglado para impedírselo.
La expresión de Sophia se endureció.
– ¿Quiénes?
– David Logan y yo. El hombre que estaba conmigo el otro día. El norteamericano. Me está ayudando.
– Ya debería haberse ido -dijo Sophia con aspereza-. ¿Cuándo tiene la vista con el juez?
– Es una larga historia. Por favor, permite que te ayude.
La muchacha sacudió la cabeza y comenzó a caminar cojeando. Liz fue tras ella.
– ¡Sophia, espera! Sé la verdad. Sé que eres la madre de Natasha.
Fue todo un farol, pero funcionó. La chica se quedó petrificada.
– No. No es mía.
Sin embargo, sus palabras no resultaron muy convincentes, porque había comenzado a temblar. Liz se acercó a ella y le puso un brazo sobre los hombros, con delicadeza.
– Vamos, entra -le pidió-. Podrás lavarte un poco y comer algo. Hablaré con David y encontraremos un lugar seguro para que te quedes.
La chica se encogió de hombros para zafarse del brazo de Liz.
– ¿Y por qué iba a ayudarme? -le preguntó con desconfianza.
– Porque quiero que estés bien. No quiero que sigas escondida en ese cobertizo. Yo no diré nada, pero alguien te encontrará al final y entonces, ¿qué? Por favor, Sophia, entra.
La chica asintió. Liz la tomó por el brazo y la condujo hacia el edificio. Encontraron a Dimitri en la puerta trasera.
– ¿Quién es? -preguntó el agente con aspereza.
– Una amiga mía. David la conoce.
El hombre no parecía muy convencido, pero les permitió pasar. Liz llevó a Sophia hasta una de las habitaciones privadas de la enfermería. Dejó a Sophia en la cama y fue a buscar esparadrapo, vendas y pomada para hematomas. Maggie llegaba por el pasillo.
– Dimitri me ha dicho que te has encontrado con alguien fuera.