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La chica negó con la cabeza obstinadamente.

– Me quedaré aquí hasta que sepa que Natasha está fuera del país. Quiero que esté a salvo.

David no discutió sobre aquello. Reconocía a una persona decidida cuando la veía. Pensó en las opciones que tenían. ¿Cómo y dónde la escondería durante los nueve próximos días?

– Si no quieres irte, podemos alojarte en un hotel a las afueras de la ciudad -le dijo David-. Te daremos protección. Seguirás estando cerca de Natasha y podrás saber exactamente cuándo Liz y ella salen del país.

Sophia volvió a mostrarse desconfiada.

– ¿Por qué va a ayudarme? No soy americana.

– Eso no es siempre un requisito.

– ¿Lo haría por mí? -le preguntó ella, escrutando su rostro.

David asintió.

– Preferiría que te marcharas de Moscú, pero si no quieres hacerlo, éste es el mejor plan. Te asignaré a un agente para que te proteja.

Pese a las reticencias de Sophia, David salió de la habitación de juegos para informar a Dimitri de su nueva misión. Él llevaría a Sophia a un pequeño hotel, cuyo propietario era una persona de la confianza de David. El agente se ocuparía de comprar la comida y de proteger a la muchacha durante los nueve días siguientes.

Cuando todo estuvo organizado, David acompañó a Liz y a Natasha hasta el coche para volver al apartamento. Robert los acompañó, llevando la silla de la niña. Después, el agente se marchó hacia su coche. David se sentó tras el volante y puso en marcha el motor, pero no cambió las marchas.

Liz lo miró.

– ¿Por qué no nos ponemos en camino?

Él sonrió.

– Ya lo verás.

Liz vio cómo Robert sacaba su coche del lugar donde había aparcado y conducía hasta la curva de la calle, donde se quedó parado, esperando. Un gran camión de basura apareció por el otro extremo de la calle. David se quedó inmóvil hasta que el camión estuvo casi a su altura. Entonces, sacó el coche y se colocó justo delante del enorme vehículo.

Liz miró hacia atrás y después a David.

– Supongo que tú has arreglado todo esto, ¿verdad?

– Me ha parecido una buena idea. Cualquiera que nos esté acechando tendrá que adelantar al camión o rodearnos. Eso los retrasará, que es lo que nosotros queremos. Robert irá detrás para vigilar si alguien nos persigue. En una hora, más o menos, habremos llegado al apartamento.

Aquella noche, cuando Liz y Natasha estuvieron dormidas, David avisó a Ainsley para que se reuniera con él en el apartamento. La agente llegó un poco después de las diez.

– ¿Qué tal va todo? -le preguntó mientras se quitaba la chaqueta-. Robert me ha explicado lo que ha ocurrido hoy. Qué pesadilla para Sophia. Me ha dicho que no es más que una niña.

– Tiene diecisiete años.

Ainsley se apartó el pelo de la cara y se acercó al sofá.

– Qué miserable. Me gustaría atrapar a ese Kosanisky yo misma.

David esperó hasta que ella sacó los informes de su maletín.

– ¿Qué sabes de él? -le preguntó.

– Mucho. Si hay dinero que ganar, él está ahí. Se dedica al contrabando y al juego y es proxeneta. Si hay algún vicio que pueda ser explotado, él es el hombre indicado.

– ¿Podemos encontrarlo?

– No lo sé. Depende de sus recursos. Cuanta más gente tenga trabajando para él, más protegido estará. Aunque el hecho de tener tantos empleados también lo hace vulnerable: nos resulta más fácil encontrar uno al que convencer para que hable. Lo haremos todo lo deprisa que podamos. ¿Qué tal lo está llevando Liz?

– Lo mejor que puede. Está disgustada y muy inquieta.

– Estoy segura de que quiere marcharse cuanto antes -dijo Ainsley, comprensivamente-. Me he dado cuenta de que tienes un equipo abajo.

– Están haciendo turnos -respondió él-. He pedido que preparen el piso franco por si necesitamos marcharnos de aquí, pero espero que no tengamos que usarlo.

Sería mejor para Liz que pudieran quedarse en un mismo lugar.

Ainsley y él estuvieron hablando de trabajo durante otra media hora. Cuando ella se marchó, él cerró la puerta con llave y activó el sistema de seguridad. Después recorrió el piso para asegurarse de que todo estuviera bien cerrado.

Natasha estaba profundamente dormida en su cuna. David la tapó bien y le acarició con suavidad la cabecita.

Liz estaba tumbada en la enorme cama. Él quiso acariciarla a ella también, pero continuó comprobando las ventanas.

En el salón se aseguró de que las cortinas estuvieran bien corridas. Vio la carpeta de los dibujos de Liz entre unas revistas. Encendió una lámpara, tomó la carpeta y la abrió para ver los dibujos. Había bocetos de una casa que, supuso David, sería la de Liz y de un pequeño perro. También había varios dibujos de Natasha.

Liz había capturado la curva de las mejillas de la niña, sus deditos regordetes. Con unos cuantos trazos, había atrapado una sonrisa, un movimiento.

Él acarició los dibujos suavemente, como si estuviera acariciando a la artista. Ansiaba estar con ella como nunca antes lo había deseado con nadie más. Y no era sólo cuestión de sexo, sino de algo más profundo. Él nunca había pensado que pudiera ser un buen candidato para aquel tipo de relación. Tenía demasiados defectos, demasiados lugares oscuros. El sentido común le decía que dejara a Liz tranquila.

Pero por una vez, David no quería ser sensato. Quería tenerla a ella y a su hija. Quería que fueran suyas y ser suyo también.

Blanco y negro, pensó mientras miraba aquellos magníficos bocetos. Matices de gris. Así sería su mundo cuando Liz y el bebé se hubieran marchado.

Capítulo 13

Liz se inclinó sobre la carpeta y dibujó tan rápido como pudo. David estaba sentado cerca de una ventana, iluminado por los rayos del sol, con Natasha en brazos. Estaba dándole el biberón a la niña y estaba sonriendo. Natasha estaba relajada, mirándolo fijamente.

– Es perfecto -murmuró Liz, encantada por poder capturar aquel momento-.Ya casi he terminado.

– Estuve mirando tus dibujos ayer -le dijo él-. Eres incluso mejor que hace cinco años.

Ella alzó la mirada y sonrió.

– Mucha práctica.

– ¿Es sólo eso?

– Mmm. He trabajado muy duro.

– ¿Vas a hacer algo con esos bocetos? ¿Tienes una exposición o algo así?

– No. Son para mí. Puedes elegir unos cuantos, si te apetece.

En cuanto hubo hecho el ofrecimiento, se estremeció imperceptiblemente. Quizá David sólo estuviera siendo amable en cuanto a sus dibujos.

– Eso me encantaría -le dijo él-. ¿Puedes dibujarte a ti misma?

Ella se sorprendió tanto que casi dejó caer el lápiz. Él tenía la mirada fija en su rostro con una atención íntima.

– Nunca he hecho un autorretrato.

– Pues deberías intentarlo. La modelo es muy bella.

– ¡David! -exclamó ella, ruborizada.

Algo había cambiado. Pese al peligro, la tensión y la incertidumbre, Liz se sentía como si David y ella hubieran dado un paso en cuanto a sus emociones. La tensión sexual continuaba chisporroteando entre los dos, pero se había convertido en algo más rico, más completo. Ella no quería sólo estar en la cama con él. Quería mucho más.

– ¿Tuviste que posponer muchos proyectos de trabajo para venir a Moscú? -le preguntó David.

– Unos cuantos, pero cuando hice la primera visita, supe que tendría que hacer la segunda. Pude cambiar las fechas de entrega con facilidad. Los clientes con los que hablé me apoyaron.

– ¿Y qué pasará cuando llegues a casa? ¿Te llevarás a Natasha al trabajo?

– Ojalá pudiera, pero creo que sería demasiada distracción. En realidad, voy a comenzar a trabajar con una empresa gráfica. Vamos a unir fuerzas, mudándonos de nuestros pequeños estudios a un local más grande -le explicó y dejó el lápiz sobre la carpeta-. Esto te va a asustar. Tres mujeres trabajando juntas.