– Un poco -admitió él mientras movía el biberón para adaptarlo mejor a la boca de Natasha-. ¿Y cuáles son las ventajas?
– Todas tenemos familia. Nuestro objetivo es tener carreras profesionales exitosas y tiempo para estar en casa. Trabajaremos cada una tres días a la semana en el estudio. Yo me quedaré a trabajar en casa durante los primeros meses, mientras Natasha se aclimata. Para después ya he contratado a una niñera fabulosa. En realidad, la encontré a través de Children's Connection. Es una enfermera retirada y va a cuidarla durante media jornada. Será estupendo.
– Lo tienes todo bien planeado.
– He hecho todo lo que he podido. Seguramente, habrá crisis inesperadas, pero me las arreglaré.
No le quedaría más remedio. Natasha sólo podría depender de ella.
– Ya hemos hablado suficiente de mí -le dijo a David-. ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Moscú?
– Buena pregunta.
– ¿Tienes una respuesta excelente?
Natasha terminó el biberón y David lo puso en la mesa. Después se colocó a la niña sobre el pecho, apoyada en el hombro y le dio unos golpecitos en la espalda.
– He disfrutado de mi trabajo aquí -dijo él-. Ha sido muy interesante.
– Sí. Tan interesante que no puedes hablar sobre él.
– Exactamente. Sé que he mejorado ciertas cosas y eso me importa.
Ella lo contempló con la cabeza ladeada.
– No quisiera resultar fisgona pero, ¿no eres rico?
Natasha eructó sonoramente.
– Ella también quiere saberlo -le dijo Liz a David.
David se rió.
– La familia Logan es adinerada.
– Y como tú eres miembro de la familia Logan…
– También tengo dinero.
– Entonces, ¿no tienes que trabajar? -le preguntó ella.
– Probablemente no.
– Eso es algo que deberías saber -Liz se inclinó hacia delante-. Lo interesante no es que seas rico, es que no tienes que trabajar, pero aún así has elegido un trabajo interesante y difícil y quieres mejorar las cosas. Eso dice mucho de ti.
– ¿Cosas positivas? -preguntó él con ironía.
Liz pensó en todo lo que David había hecho por Natasha y por ella, en cómo las había protegido.
– Más que positivas.
De nuevo, Liz sintió que la tensión estallaba entre ellos. No estaba segura de qué significaba aquello y se puso nerviosa. Decidió que lo mejor sería cambiar de tema.
– Si te marchas de Moscú, entonces, ¿seguirías trabajando para el gobierno?
– No estoy seguro. He tenido una propuesta en firme para unirme al negocio informático de la familia, en Portland.
Aquello la dejó asombrada y le llenó la cabeza de preguntas. ¿Querría ir David? ¿Lo haría alguna vez? ¿Lo haría en aquel momento?
– Interesante -dijo Liz, con la voz un poco ahogada-. Así que… eh… ¿dónde encaja ahí una señora Logan?
– Yo no soy bueno para el matrimonio.
Liz se rió y señaló a la niña que él tenía en brazos.
– Hay pruebas de lo contrario, ¿no?
– De acuerdo -respondió David, sonriendo con timidez-. Me cae muy bien Natasha, pero esto es temporal. El matrimonio es para siempre.
– ¿Y eso no te gustaría?
– ¿Quién iba a querer casarse conmigo?
Ella parpadeó varias veces.
– ¿Perdón? Eres listo, divertido, cariñoso, estupendo en los momentos de crisis, tienes éxito y dinero. ¿Qué hay de malo en todo eso?
– Quizá debiera contratarte para que diseñes mi tarjeta de visita.
– ¿Necesitas ayuda en eso?
Él se levantó y le entregó a Natasha. Después se alejó unos pasos y apoyó las manos sobre una consola, de espaldas a Liz.
– Te he hablado de mi pasado, de cómo pasé los primeros años de mi vida.
– Sí, pero… ¿qué tiene que ver eso?
Él volvió la cabeza y la miró.
– Liz, no fui capaz de hablar con normalidad hasta los cinco años. Hasta los diez no aprendí a leer. Hice todos los cursos de la escuela con dificultades de aprendizaje.
– No quiero subestimar tus esfuerzos, pero… todo el mundo tiene que superar cosas. Para mí, todo eso que has tenido que superar significa que has trabajado mucho y que tienes una gran personalidad. Y ninguna de esas dos características disgusta a las mujeres.
– Esto es distinto.
Ella no podía creer lo que estaba oyendo.
– ¿Piensas que hay algo fundamental en ti que no funciona? ¿Es eso lo que quieres decir?
David se encogió de hombros.
– Es posible.
Ella se puso de pie. El bebé gorjeó alegremente.
– David, tú mismo has construido lo que eres. Y eres magnífico. Creo que…
Una explosión de cristales la interrumpió. Al principio Liz no entendió lo que estaba ocurriendo, pero David se lanzó rápidamente hacia ella. Le quitó a la niña de los brazos y la empujó hacia la alfombra.
– ¡Agáchate! -le gritó-. ¡Agáchate ahora mismo!
– ¿Qué?
Ella cayó al suelo bruscamente mientras oía otra explosión. Después de un segundo, se dio cuenta de que les estaban disparando.
– ¡No! -jadeó.
Miró a su alrededor frenéticamente. David tenía a Natasha contra el pecho y la había rodeado con su cuerpo para protegerla. La niña estaba protestando a gritos.
– Liz, ¿estás bien? -le preguntó-. ¿Te han dado?
– Estoy bien -respondió ella. No estaba segura, pero no sentía ningún dolor.
– Tenemos que salir de aquí. Es posible que tengan hombres en el edificio. Están disparando desde el otro lado de la calle.
Arrastrándose, David llegó hasta la pared y se deslizó bajo la ventana. Ella lo imitó y así llegaron a la habitación. No hubo más disparos, pero Natasha estaba llorando ruidosamente. David se la entregó a Liz. Después se puso de pie, abrió el panel de seguridad y apretó unas cuantas teclas.
– He activado el equipo -dijo-. Estarán aquí en menos de dos minutos. No te muevas.
Había un gran armario junto a la pared. Él abrió las puertas, sacó el contenido y lo arrastró hasta que cubrió la ventana.
– Ahora, recoge todo lo que necesites para un par de días. Pañales, comida, mudas para la niña. Asegúrate de que tienes el pasaporte, los billetes de avión y la cartera. Tienes dos minutos.
Después, se marchó. Liz se sobresaltó al oír otro disparo en el salón. Estaba temblando y apenas podía respirar. No sabía qué hacer.
Aquello no podía estar pasando, pensó. No era posible.A la gente como ella no le disparaban.
Natasha continuaba llorando. Por fin, Liz se obligó a reaccionar. ¿Qué le había dicho David? Se marchaban de allí. Tenía que actuar con rapidez.
– Leche en polvo, pañales, ropa -murmuró-. Cartera, pasaporte, billetes.
Puso a la niña, que continuaba gritando, en la silla del coche y le abrochó el cinturón rápidamente.
– Lo siento -susurró, mientras el bebé se retorcía-. Necesito que estés bien sujeta.
Puso la silla en el suelo, para que la cama estuviera entre Natasha y la ventana. Liz no quería que si una bala atravesaba el armario, le hiciera daño a su hija.
Siguió recogiendo las cosas y comprobó que tenía todo lo necesario en el bolso. Cuando David volvió a la habitación, ella estaba terminando de ponerse un jersey.
– Ya estoy -dijo.
– Pues vayámonos.
Liz se volvió a tomar la silla de Natasha y estuvo a punto de soltar un grito al ver que David tenía una pistola en la mano. Y aún más atemorizante era el hecho de que parecía que sabía usarla. Ella recogió la bolsa de la niña y se la colgó del hombro, mientras que él fue quien tomó a la niña.
Había dos hombres esperándolos en la puerta del piso. La señora R estaba en el pasillo.
– Marchaos -dijo la anciana-. Marchaos rápidamente.
Liz siguió a David. Uno de los hombres los precedió y el otro fue tras ellos.
– Ziegler está en la escalera -dijo el primer hombre-. Dice que está libre.