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Cuando llegaron al sótano, recorrieron el pasadizo que conectaba el edificio con el aparcamiento subterráneo.

– Es posible que hayan manipulado mi coche -dijo David-. Dame tus llaves.

Uno de los hombres le lanzó un llavero.

– Activad el piso franco -les pidió-. Cuando nos vayamos, llamad a Ainsley y contadle lo que ha pasado. Me pondré en contacto con ella en cuanto pueda.

David guió a Liz hacia un Opel azul. Ella abrió la puerta trasera y colocó a Natasha en el asiento.

– Tendrás que asegurar la silla mientras conduzco -le dijo. La empujó hacia dentro y cerró la puerta.

Segundos después, estaban saliendo del garaje. Liz trabajaba frenéticamente. Aseguró la sillita de la niña y después se abrochó su propio cinturón.

– ¡Agáchate! -le gritó David mientras salían a la calle. Un segundo después, la ventanilla del pasajero explotó.

Liz gritó y se puso sobre Natasha. El bebé gritó más alto. David soltó un juramento. Liz nunca había estado tan aterrorizada. No sabía cómo era posible sentir tanto miedo y seguir vivo.

El coche derrapó hacia la izquierda y después hacia la derecha. Aquellos movimientos violentos hicieron que Liz se preguntara si David había resultado herido de bala. Lo miró, pero no vio sangre.

– ¡Agáchate! -repitió él con la voz tensa.

Liz obedeció mientras él seguía conduciendo a toda velocidad. Finalmente, David aminoró un poco la marcha y Liz se incorporó.

– ¿Los hemos perdido?

– Eso espero.

Siguieron conduciendo durante horas y cambiaron de vehículo varias veces. Por fin, un poco antes de que anocheciera, entraron en una calle tranquila y David apretó el botón de un mando a control remoto. Después esperó a que la puerta de un garaje se abriera.

– ¿Dónde estamos? -le preguntó Liz.

– En un piso franco -respondió él-. No te preocupes. No nos han seguido.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque un equipo de mis hombres nos ha estado siguiendo durante todo el tiempo. Ellos me habrían avisado si hubiera habido algún problema.

David entró en el garaje y cerró la puerta tras ellos. Ayudó a Liz a sacar a Natasha del coche y subieron al piso.

Liz se sorprendió al encontrar comida en la nevera, una cuna en uno de los dormitorios y jabón en el baño.

– Así que la casa viene amueblada -dijo ella, con una despreocupación que no sentía.

– De esta manera, todo es más fácil.

Natasha seguía llorando. Liz la sacó de su silla y la tomó en brazos.

– Lo siento -le dijo al bebé-. Esto ha sido horrible para ti, pero ahora ya ha terminado. Estás a salvo, cariño.

Ella vio cómo David se sacaba el teléfono móvil del bolsillo.

– Estamos a salvo, ¿verdad?

Él asintió.

– Por ahora sí. Pero esto tiene que terminar.

– Me gusta ese plan -dijo ella y le dio un beso a la niña en la frente. Después se volvió hacia David-. ¿Y Sophia? ¿Estará bien?

– Creo que sí, pero voy a comprobarlo. Después, llamaré a casa.

– ¿Adonde?

– A Portland. Quiero hablar con mi padre.

– De acuerdo. ¿Por qué?

– Porque no podemos continuar así. A mi padre le deben unos cuantos favores.

– ¿Qué significa eso?

– Mi padre es un hombre poderoso y llevará este asunto a lo más alto.

A ella se le encogió el estómago.

– ¿Y quién está en lo más alto?

– El presidente.

Liz caminaba por el pasillo mientras David hacía unas cuantas llamadas. Después de tomarse un biberón y un poco de papilla de cereales, Natasha se había quedado dormida. Al menos, uno de ellos podía descansar. Liz tenía la sensación de que nunca podría dormir tranquila de nuevo.

Casi una hora después, David salió del pequeño estudio del piso y sonrió.

– Arreglado.

– ¿Qué quieres decir?

– El juez ha accedido a cambiar la vista definitiva a mañana. Ya no tendrás que esperar diez días.

– Eso es estupendo -respondió ella, aliviada-. ¿Y podré llevármela a casa después de la vista?

– En el vuelo de medianoche. Yo te llevaré desde el juzgado hasta la embajada y después, te marcharás.

Ella abrió la boca, pero la cerró sin decir nada. A casa. Sin David. Al pensarlo, le dolía el corazón.

Por supuesto que quería marcharse, pero no quería separarse de él. Había cosas que quería saber. ¿Estaba listo para volver a Estados Unidos? ¿Sentía algo por ella? ¿Había sido su relación resultado del peligro al que se habían enfrentado o era algo distinto? Los dos habían sentido algo cinco años antes y para ella, aquel sentimiento seguía vivo, pero, ¿estaba de acuerdo David?

– Nos gustaría utilizar la vista como trampa para atrapar a los hombres que te perseguían -le dijo él.

Ella tardó unos segundos en asimilar aquello.

– ¿Queréis capturarlos?

– A todos los que sea posible -respondió David y se acercó a ella-. No tienes que hacerlo si no quieres, Liz. No voy a negarte que hay cierto riesgo. Pero si estás dispuesta a ayudar, te prometo que te protegeré con mi vida.

En sus ojos oscuros brillaba el convencimiento, pero también había algo más. Una emoción que ella querría identificar como amor, pero no estaba segura. ¿Qué sentiría David por ella? ¿Y qué sentía ella por David?

– Confío en ti -le dijo.

Él la besó.

– No lo lamentarás.

Las esperanzas que Liz hubiera tenido de pasar una velada romántica y tranquila con David se desvanecieron cuando apareció el equipo que planearía la trampa. Ella preparó café y sandwiches y después se sentó en la reunión durante un rato. Sin embargo, finalmente no quiso oír más y se retiró. Llevó la cuna de Natasha a la habitación principal y se acurrucó en la cama. Tenía los ojos hinchados del cansancio, pero parecía que no podía relajarse lo suficiente como para dormir.

Sin embargo, debió de conseguirlo, porque despertó a la madrugada del día siguiente. Estaba lloviendo. Una vez más, el tiempo encajaba perfectamente con su estado de ánimo.

El terror y la aprensión le impidieron comer nada y cuando salieron hacia la vista, no podía dejar de temblar.

David no habló apenas mientras conducía por Moscú. Ella sabía que había coches siguiéndolos para protegerlos y sabía que habría agentes de seguridad apostados por todo el edificio del juzgado. También sabía dónde estaba Ainsley y lo que estaba haciendo, pero aún así, Liz no podía respirar con calma.

– ¿Qué tal estás? -le preguntó David.

Ella tuvo que tragar saliva antes de responder.

– Bien.

Él se rió.

– Sigues sin saber mentir.

Había muchas cosas que Liz quería decirle, pero aquél no era el momento. Se estaban jugando demasiado.

Llegaron a su destino más pronto de lo que ella suponía. David la ayudó a sacar al bebé del coche y después le pasó el brazo por los hombros y la guió hacia la entrada principal. Ella tenía la sensación de que había miles de personas observándolos, esperando el momento preciso para atacar.

Cuando llegaron a la sala de la vista, Liz apenas podía respirar y caminaba con dificultad debido al temblor. Le parecía que el bebé que llevaba en brazos pesaba cientos de kilos.

Quería decirle a David que no podía continuar con aquello. No era capaz. Quería tirarse al suelo y acurrucarse. Sin embargo, siguió caminando hacia la mesa que había al fondo de la sala.

Sus pasos resonaban en el silencio. Y en aquel mismo silencio, el percutor de la pistola que los apuntó resonó también, como un trueno.

– Denme la niña.

Liz asintió y extendió los brazos. El hombre intentó agarrar el fardo, pero entonces Liz retrocedió y el bebé cayó y se golpeó contra el suelo. El hombre miró hacia abajo, horrorizado.

Todas las puertas de la sala se abrieron de repente.

– ¡No se mueva! -dijo alguien en voz alta. Después, gritó algo en ruso. Liz pensó que era la misma orden.