Liz era suave y cálida y se derritió contra él mientras sus labios le devolvían el beso casto que él le había ofrecido. El calor y el deseo se avivaron. Ella olía a flores, a piel limpia, a rayos de sol y a algo que sólo podía ser Liz. Él la abrazó con fuerza contra su cuerpo. Quería sentirla. La deseaba y si no tuviera que tomar un avión, lo habría mandado todo al infierno con tal de estar con ella.
– Esto es una locura -susurró Liz cuando él se apartó-. Acabamos de conocernos.
David se sintió satisfecho al ver que ella tenía las pupilas dilatadas y la respiración tan agitada como la suya.
– Hay cosas que no requieren demasiado tiempo -respondió-. Cuando ocurren tan rápidamente, es porque están bien.
Ella sacudió la cabeza.
– No sé. Yo nunca había reaccionado así. ¿Y tú?
Él le rozó los labios con la boca.
– No. Ni parecido.
Liz se estremeció.
– Abrázame. Abrázame durante todo el tiempo que nos quede. Por favor.
Él obedeció. Le pasó un brazo por los hombros e hizo que se acurrucara contra él. Hablaron un poco, se besaron más y se limitaron a contemplar cómo transcurría el tiempo. Un poco después de las ocho, salieron de la cafetería y subieron al coche de alquiler de David. Él la llevó hasta el aparcamiento de Children's Connection, donde Liz había dejado su coche.
Liz no podía creer lo triste que se sentía. Había conocido a David hacía pocas horas, pero le parecía toda una vida. La idea de que se fuera, de no volver a verlo, le rompía el corazón.
Cuando él frenó junto al viejo sedán de Liz, ella se volvió a mirarlo.
– ¿Tienes que irte de verdad? -le preguntó suavemente.
– Es mi trabajo, Liz. He estado trabajando para esta misión desde el día que me contrataron.
Ella bajó la cabeza.
– Lo sé. Ha sido una pregunta tonta. Si hay alguien que entienda lo que es darlo todo por una carrera profesional, soy yo. Pero yo sólo…
– Yo también -dijo él. Le puso el dedo en la barbilla e hizo que lo mirara-. No puedo decidir si deberíamos mantenernos en contacto o separarnos.
– No lo sé.
Liz tenía un nudo en la garganta. Lo deseaba. No sólo sexualmente, sino de otras muchas maneras. Quería aprenderlo todo sobre él. Quería conocer a su familia, hablar de objetivos, tener citas y peleas y atesorar recuerdos. Si no fuera una locura completa, podría jurar que se había enamorado de él.
– Llévame contigo -dijo, impulsivamente-. A Rusia.
– No sabes lo mucho que me tienta esa idea, Liz. Podríamos darnos calor el uno al otro durante el largo invierno.
Podría funcionar, pensó ella frenéticamente. Al ser ilustradora por cuenta propia, no tenía que atenerse a horarios.
– Podría trabajar desde allí y enviar mis dibujos a los clientes -le dijo-. Me tomaría un par de días dejarlo todo arreglado aquí, pero podría…
Él la acalló con un beso. La dulce presión de su boca le dio a entender su respuesta, aunque no quisiera creerlo. Comenzaron a arderle los ojos.
– Lo sé, es una locura -susurró Liz.
– Pero un gran sueño.
Un sueño. Aquello era un sueño. Un sueño perfecto y bello, pero que nunca podría convertirse en realidad. ¿Marcharse a Rusia? ¿Por un hombre? Nunca. David era maravilloso pero, ¿qué sabía en realidad sobre él?
Dividida entre lo que era razonable y lo que le gritaba su corazón, Liz abrió la puerta del coche y se obligó a salir.
– Gracias por este día inolvidable, David Logan -le dijo, intentando contener las lágrimas-. No creo que hubiera podido ser más perfecto. Deberíamos guardar este recuerdo intacto y no intentar repetirlo.
Él asintió.
– Tienes razón. Pero si alguna vez vas a Moscú…
– Te buscaré. Y cuando tú vengas a Portland, haz lo mismo.
– De acuerdo.
Liz contempló su rostro, sus ojos. Estaba haciendo lo correcto. Los dos lo estaban haciendo.
– Tú no eres el que está huyendo -dijo con firmeza.
– Ni tú tampoco.
Mientras cerraba la puerta del coche, Liz sabía que los dos estaban mintiendo.
Capítulo 2
Casi cinco años más tarde
Normalmente, David Logan evitaba los eventos sociales de la embajada. Su trabajo requería que estuviera presente en muchos cócteles y en muchas fiestas en las que debía vigilar a gente peligrosa, o extraer información sin que la persona en cuestión se diera cuenta. Las conversaciones ya no le parecían relajantes ni divertidas. Lo estimulaba más un buen secuestro encubierto o la liberación de un prisionero.
Sin embargo, aquella noche era distinta. Aunque era su día libre, se encontraba asintiendo amablemente a la gente a la que había visto en aquellos eventos muchas veces y dándole conversación a las esposas de los empleados. Incluso mientras hablaba de béisbol con un operativo de seguridad de la embajada británica, mantenía la atención fija en la multitud que circulaba por la sala. Habían invitado a un grupo de casi treinta turistas norteamericanos a la celebración de aquella noche, incluyendo a una tal Elizabeth Duncan de Portland, Oregón.
Liz, por fin, había ido a Rusia.
David sabía que su visita no tenía nada que ver con él, porque no habían tenido contacto desde que se habían separado, el mismo día en el que él había tomado el vuelo hacia Moscú. Sin embargo, él había ido a aquella fiesta para verla. Quería observarla, hablar con ella y averiguar en qué había cambiado y en qué seguía siendo la misma.
Era extraño, pero después de todos aquellos años, recordaba perfectamente el día que habían pasado juntos. Aunque no estaba dispuesto a admitir que había sido ella la que había huido, sí reconocía cierto interés. Nunca había podido olvidarla. ¿Podría decir ella lo mismo con respecto a el?
David terminó su conversación con el británico y se dirigió hacia la barra. Mientras atravesaba la gran estancia, miró hacia la puerta y vio al grupo de americanos. Algunos eran turistas, otros habían ido a Moscú a adoptar niños y otros estaban allí por trabajo.
El grupo se separó y entonces, captó la visión de una bella pelirroja que llevaba un vestido negro. No estaba lo suficientemente cerca como para ver el color de sus ojos, pero David los recordaba bien: verdes. Y también recordaba su curiosidad, su sentido del humor y su energía.
– Champán -le dijo al camarero-. Dos copas, por favor.
Después de tomar las copas, se dirigió hacia el grupo.
Liz estaba charlando con una pareja. Llevaba el pelo recogido en un moño, de forma que su cuello desnudo quedaba expuesto a la vista. David quería acercarse a ella, tanto como poder acariciarle la piel blanca con los labios. Y también quería hacer más cosas. Los delgados tirantes de su vestido ofrecían muchas posibilidades.
– Tranquilo, muchacho -murmuró mientras se acercaba. Se estaba comportando como si no hubiera estado con ninguna mujer desde que se había separado de Liz y aquello no era cierto. Había estado con muchas. Sin embargo, ninguna había sido como ella.
– ¿Liz?
Dijo su nombre suavemente. Ella le estaba dando la espalda y cuando oyó que la llamaban, se quedó inmóvil. Después se volvió con lentitud.
Aquello le dio tiempo a David para ver su perfil y después su rostro. El buen humor, la sorpresa y la emoción bailaban en sus grandes ojos verdes. Sonrió, dándole la bienvenida y el calor estalló entre ellos.
– David Logan -dijo, con la voz exactamente tal y como él la recordaba-. Me estaba preguntando si todavía estarías paseando por los pasillos del Departamento de Estado en Moscú.
Había pensado en él. Aquella noticia lo satisfizo mucho más de lo que hubiera debido.
David le entregó la copa de champán.