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– ¿Ha sido un proceso difícil? -le preguntó.

– Bueno, ha habido mucho papeleo. He tenido que pasar ciertos exámenes para obtener aprobaciones en distintos campos y documentos. Le hice una visita inicial a Natasha, la niña, hace un mes. Sólo estuve aquí un par de días. Pensé en intentar encontrarte, pero…

– Tenías muchas cosas que hacer -dijo él y le acarició el dorso de la mano con los dedos.

– Sí.

Sin embargo, Liz tenía que admitir que la única razón no había sido que estuviera tan ocupada. También había sido cautelosa. Le había costado una cantidad de tiempo absurda olvidar a David cinco años antes y no quería la distracción que supondría tener que tratar con él en aquel momento.

Sin embargo, allí sentada a su lado, consciente de su calor, de la esencia de su cuerpo y de cómo había hecho que se le acelerara el corazón, sabía que se había preocupado con motivo. Aquel hombre la volvía loca.

– Tenía muchas dudas con el proceso de adopción y sobre lo que estaba haciendo -admitió-. Me preguntaba si no estaría loca por volar al otro lado del mundo para adoptar a una niña. Pero entonces, cuando tuve a Natasha en brazos, supe que era exactamente lo que había estado esperando durante toda mi vida.

– Parece algo muy especial.

– Lo fue. Y ahora, he vuelto para hacer la segunda visita, la definitiva. Según marche el proceso, estaré en Moscú varios días o varias semanas. Después me la llevaré a casa.

– ¿Y cuándo comienza todo?

– Iré al orfanato pasado mañana. Hasta ese momento, estaré libre.

– ¿Eso es una invitación?

– ¿Te interesa?

– Por supuesto.

Al día siguiente, David salió de su oficina un poco después de las diez de la mañana. Había ido a resolver unos cuantos problemas apremiantes y después se había tomado el resto del día libre para enseñarle Moscú a Liz.

Mientras bajaba las escaleras hacia el garaje para recoger su coche, pensó que Liz era un problema. Bella, seductora y no para un tipo como él. Sin embargo, querer y no tener era una experiencia única y él estaba dispuesto a soportarla por el momento.

Había aparecido de repente y con una sorpresa: adoptar a una niña. Aquél era un gran cambio. Cinco años antes, Liz estaba concentrada en abrirse paso en su profesión. Sin embargo, parecía que aquél ya no era el caso.

Los dos habían cambiado, pensó David mientras entraba a su Fiat verde y arrancaba el motor. Sabía que los cinco años anteriores lo habían cambiado de muchas maneras de las que no podía hablar. Todavía quedaban lugares oscuros en la federación rusa y él había estado en casi todos ellos.

El trayecto hasta el hotel duró menos de veinte minutos. Cuando llamó a la puerta de su habitación, ella abrió sonriendo.

– Has sido muy puntual. Me dijiste que quizá no pudieras escaparte fácilmente del trabajo.

– Tenía una buena motivación -le dijo él y le dio un beso en la mejilla.

Liz olía a jabón y a flores y llevaba el pelo suelto. Se había puesto unos pantalones vaqueros y una camiseta amarilla un poco ajustada. David supo que estaría distraído todo el día.

– ¿Estás preparada?

– Sí. ¿Cuáles son los planes? -le preguntó ella.

– ¿Viste mucho de la ciudad cuando estuviste aquí?

Ella rebuscó la llave de la habitación en su bolso. Después cerró y lo siguió por el pasillo.

– Casi nada. Entre el desfase horario y conocer a Natasha, apenas me moví. Por eso he venido un poco antes esta vez, para poder ver algo de la ciudad y estar más relajada.

Él la guió hacia las escaleras.

– Vas a adoptar a una niña. ¿Cómo vas a poder estar relajada?

– Buena observación. Básicamente, soy una turista que no sabe nada y que ha visto menos aún.

Él le dio la mano.

– Entonces, confía en mí. Te enseñaré lo más importante y haré que tengas una idea general de la ciudad y después te llevaré a un lugar que nunca olvidarás.

– Estupendo.

Él la acompañó hasta un pequeño coche verde, aparcado al final de la calle. Mientras se ponían en marcha, Liz sintió un escalofrío de emoción. Estaba más lejos de casa que nunca, en compañía de un hombre guapo, comenzando una aventura que iba a cambiar su vida. ¿Qué podría ser mejor que aquello?

– Cuéntame cómo es vivir aquí -le preguntó mientras tomaban una curva y salían a una avenida llena de tráfico-. ¿Tienes mucho contacto con los rusos?

– Lo intento. Cuando llegué aquí, sabía mucho en teoría, pero no tenía práctica con otra cultura -respondió David y le lanzó una sonrisa-.Ahora soy prácticamente un nativo.

– Seguro que sí. Dime algo en ruso.

Él la complació con una larga frase y ella le guiñó un ojo.

– Muy bien, ¿qué has dicho?

– Que éste es el día perfecto para pasarlo con una mujer bella. Después he dicho algo sucio que no puedo repetir.

Ella se rió.

– Me parece muy bien. Entonces, cuéntame cosas de la gente de esta ciudad.

– Son acogedores y amables, incluso con los extraños. Sobre todo con los extraños. Cuando vas a casa de alguien, siempre hay mucho vodka y platos y platos de comida. Los invitados llevan un regalo. La gente es muy leal a su cultura y a su historia. Los rusos prefieren sus propias marcas. ¡Ah! Y cuando lleves flores, lleva siempre un número impar. Aquí nadie quiere una docena de rosas.

– Interesante.

Cruzaron un río muy ancho y David comenzó a señalarle diferentes edificios. Había museos, teatros y más iglesias de las que ella hubiera creído posible, cada una más preciosa que la anterior.

– La embajada americana -dijo él, señalando hacia la izquierda-. Estuviste aquí anoche.

– Es el lugar al que debo correr si me meto en problemas, ¿no? -preguntó Liz con una suave carcajada.

– Por supuesto. No lo dudes ni un segundo. Si ocurre algo, ven aquí.

Lo dijo con tanta vehemencia que Liz se estremeció.

– ¿Es que quieres asustarme?

– Sólo quiero que estés a salvo. La vida es muy diferente aquí que en Portland y debes tenerlo en mente.

– No te preocupes. Aparte de esta excursión, no haré otra cosa que ir y volver al orfanato para estar con Natasha. Dudo que vaya a tener problemas con eso.

– Bien.

Continuaron recorriendo la ciudad mientras él le enseñaba diferentes zonas. Finalmente, aparcaron y comenzaron a caminar.

Aquél era un precioso día de junio, soleado y de temperatura agradable. David la llevó a una zona turística donde había gente de todo el mundo. Reconoció algunos de los idiomas que oyó, pero no todos.

– ¿Te gusta vivir aquí? -le preguntó.

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

– No lo sé con seguridad. Ya he alargado mi estancia dos veces. Podría volver a Estados Unidos si quisiera.

– ¿Y quieres hacerlo, o el trabajo de espía es demasiado bueno?

Él le tomó la mano y entrelazó los dedos con los suyos.

– Me gusta esto de ser James Bond. Funciona muy bien con las mujeres.

– Como si tú necesitaras ayuda en eso -respondió Liz y lo miró por el rabillo del ojo-. En serio, David, tú no eres un espía, ¿verdad?

– Trabajo para el Departamento de Información.

– ¿Y?

– Y esto es lo que quería que vieras.

Dejó de caminar y señaló hacia la derecha. Liz estaba a punto de quejarse porque él no había respondido de verdad a su pregunta, cuando se volvió y vio la estructura más asombrosa que había visto en su vida.

El edificio era muy grande, una masa de colores y de cúpulas de diferentes formas. Algunas partes le resultaban familiares, como si lo hubiera visto en fotografías o en la televisión.

– La catedral de San Basilio -dijo David-. Fue construida en el siglo XVI por Iván el Terrible. Se dice que ordenó que dejaran ciegos a los arquitectos cuando terminaron, para que no pudieran volver a hacer una iglesia tan bella nunca más.