– Ese hombre se ganó el título.
– De todas las formas imaginables.
David la acompañó hacia la iglesia. Liz no podía creer lo maravilloso que era el interior, desde las flores pintadas en las paredes hasta todos los iconos. Algunas partes del templo estaban en proceso de restauración y Liz se acercó a la caja de recaudación para las obras.
– Se quedarán intrigados -dijo David, cuando ella terminó de meter un billete de cinco dólares.
Liz parpadeó.
– ¡Vaya! Rublos, ¿no? Cambié dinero antes de venir, pero se me olvidó en la habitación. No soy una viajera muy sofisticada.
Él se rió y la atrajo hacia sí.
– Yo te cuidaré. Y hablando de eso, ¿no tienes hambre? Puedo ofrecerte desde un restaurante de cocina rusa tradicional hasta un lugar donde dan una comida tex-mex bastante decente.
– Vamos por lo tradicional -dijo ella, con una sonrisa-. Siempre me han gustado las remolachas.
El restaurante era pequeño, oscuro e íntimo. A Liz le gustaban las mesas de madera maciza, cubiertas con manteles blancos y las grandes sillas. David y ella estaban sentados junto a la ventana, con vistas a la calle. Los rayos del sol se reflejaban en el suelo de madera brillante.
– Aquí todo está muy bueno -le dijo David, mientras le entregaba una carta.
Ella la abrió y se rió.
– Todo está en ruso.
– Dijiste que querías lo tradicional.
– Entonces, tendrás que traducírmelo.
– De acuerdo. ¿Qué te apetece?
Estaban sentados muy cerca el uno del otro. Sus rodillas se tocaban y sus brazos se rozaban. Aquella comida era muy diferente de la que habían compartido en Portland, pero para Liz había similitudes: la necesidad de descubrir todo lo que pudiera sobre él al instante. La sensación de que no tenían demasiado tiempo. El deseo que hervía bajo la superficie.
– ¿Liz?
– ¿Mmm? Ah, la comida. ¿Por qué no eliges por mí?
Él habló con el camarero y después de encargar la comida, se volvió hacia ella y sonrió.
– ¿Estás nerviosa por lo de mañana?
– Un poco. Sé que Natasha es demasiado pequeña para recordarme de mi primera visita. Sólo espero no asustarla. Podré pasar un poco de tiempo con ella, pero no podré llevármela al hotel hasta dentro de un par de días.
– Las dos tendréis que adaptaros.
– Yo más que ella -dijo Liz y se mordió el labio-. Quiero ser una buena madre.
– ¿Por qué te causa inseguridad ese tema?
– Por la falta de experiencia.
– Lo aprenderás sobre la marcha. ¿No es así como ocurren siempre las cosas?
– Supongo que sí.
Lo que Liz no dijo era que muchas madres primerizas tenían ayuda de los demás miembros de su familia. Había otras mujeres a su alrededor que sabían lo que significaban las diferentes formas de llorar de los bebés y también sabían sobre qué debían preocuparse y cuáles eran las cosas que no tenían importancia.
– ¿Qué tiempo tiene? -le preguntó él.
– Cuatro meses.
– ¿Y sabe hacer algo? ¿Habla? ¿Anda?
Liz se rió.
– Acaba de aprenderse la tabla de multiplicar, pero tendremos que esperar una semana hasta que aprenda las fracciones.
Él sonrió.
– ¿Ésa es tu forma de decir que no?
– Más o menos.
– No sé nada de bebés.
– Puede mantener la cabeza erguida y pronto habrá aprendido a darse la vuelta.
Él se inclinó hacia ella.
– Parece excitante.
Una idea salvaje y alocada se abrió paso en la mente de Liz. Intentó apartársela de la cabeza y al darse cuenta de que no podía, abrió la boca y la dejó escapar:
– ¿Te gustaría venir conmigo mañana, cuando vaya a ver a Natasha al orfanato?
Capítulo 3
Liz se movía con inquietud en el asiento del pasajero de la furgoneta. Junto a ella, Maggie Sullivan conducía por el trayecto desde el hotel hasta el orfanato.
– ¿Nerviosa? -le preguntó la trabajadora social de Portland con una sonrisa alegre.
– Sí, mucho.
– No tienes por qué. Lo único que va a ocurrir hoy es que podrás pasar un rato con Natasha. Si la conexión todavía está ahí y sigues queriendo adoptarla, entonces seguiremos adelante con el proceso. Si no, podrás marcharte.
Liz se quedó mirando a Maggie.
– ¿Alguien lo hace?
Maggie, una mujer rubia, guapa y muy agradable, sonrió.
– Normalmente no.
– Estoy deseando llevarme a Natasha a casa.
– Entonces, haremos que suceda.
Liz lo esperaba con todas sus fuerzas. El proceso de adopción extranjero había sido muy largo, tanto como para que ella hubiera tenido tiempo más que suficiente como para estar segura de lo que hacía. Su única preocupación era ser una buena madre.
Tras ella, la pareja que iba en el asiento trasero charlaba en voz baja. Liz había conocido a los Winston la noche anterior, en el hotel. Maggie había organizado una cena privada para que los futuros padres se conocieran. Había en total, ocho parejas aparte de Liz. Al ser la única madre soltera, Liz se había sentido ligeramente fuera de lugar.
Había demasiada gente que iba emparejada, pensó con ironía. Una vez más, se veía nadando contra corriente. Claro que en aquella ocasión, David estaría esperándola en el orfanato.
Sonrió al recordar lo asombrado que se había quedado cuando ella le había pedido que la acompañara. Ella también se había quedado atónita cuando había aceptado. ¿Tendría algún interés en Natasha, o simplemente estaría siendo amable? Liz no estaba muy segura de que le importara. En aquel momento aceptaría todo el apoyo moral que pudiera conseguir, incluso el que se prestara con reticencias. Además, estar con David no le resultaba nada difícil. Sólo el hecho de estar en la misma habitación que él conseguía que sus hormonas se pusieran a bailar y a saltar.
Cuando llegaron al orfanato, la aprensión de Liz se transformó en impaciencia. Después de cinco semanas, iba a ver a Natasha de nuevo. ¿Cuánto habría crecido la niña? ¿Cuánto tiempo les llevaría crear lazos?
Liz entró al vestíbulo del edificio seguida por los Winston y por Maggie. Había varias personas frente al mostrador principal, pero a Liz se le fue la vista hacia la derecha, hacia un hombre que estaba apoyado en la pared. Cuando la vio, David se irguió y se acercó a ella. A Liz le dio un brinco el corazón. Él sonrió y le dio un beso en la mejilla.
– Te brillan los ojos -le dijo-.Y por algún motivo, no creo que sea por verme a mí.
– En parte, es por ti -respondió Liz- y en parte es por la niña.
– Si tengo que quedar en segunda posición, aceptaré que sea a causa de la relación con tu hija.
Maggie se acercó a ellos y Liz hizo las presentaciones.
– Eres de la familia Logan, ¿verdad? -le preguntó Maggie a David, mientras se estrechaban las manos-. Acompañé a tus padres en su último viaje a Rusia. Son una gente maravillosa.
– Gracias -respondió David.
– ¿Señorita Duncan?
Liz se volvió hacia el sonido de la voz y vio a una adolescente en el pasillo.Tenía el pelo largo y oscuro y unos ojos muy grandes. Era muy guapa, aunque estaba muy delgada. Liz buscó su nombre en la memoria y sonrió.
– ¿Sophia?
La adolescente sonrió con timidez y bajó la cabeza.
– Sí. Hola.
Tenía un fuerte acento ruso, pero su inglés era claro y correcto. Además, lo único que Liz sabía decir en ruso era da y nyet, así que no estaba en posición de quejarse.
– Aún estás aquí -le dijo a la muchacha, mientras se acercaba a ella. David y Maggie se quedaron atrás-. No sabía si seguirías en el orfanato.
Sophia se encogió de hombros.
– Me gusta trabajar con los bebés y aquí me dejan hacerlo.