– ¿Has estado bebiendo, Easy? -me preguntó el Ratón.
– ¿Cómo está Amanecer de Pascua? -quiso saber Navidad.
– Está bien -dije-. En casa de Jackson Blue, con Feather, Jesus y los demás.
– Yo la dejé contigo -dijo el ex boina verde. En cualquier otro estado mental yo me habría preocupado por la amenaza presente en su voz.
– Sí. Es verdad. La dejaste sin una nota siquiera. Ni siquiera una palabra para decirle por qué la llevabas allí. Y ahí estoy yo, con una niña preocupada por su padre y él no tiene la decencia siquiera de decirle lo que está pasando o cuándo volverá.
Los músculos en los hombros y la espalda de Black eran tan densos que parecía que llevaba un paquete a cuestas. Esa masa aumentaba aún más con la ira, pero a mí no me importaba.
– Te dije que iba a hacer algo, Navidad -dijo el Ratón-. Easy no es ningún soldado miedica que se queda ahí quieto esperando órdenes.
– ¿Estás aquí por el Ratón o por mí? -me preguntó Navidad.
– Faith Laneer está muerta -dije, respondiendo a todas las preguntas que él hubiera podido hacerme.
– ¿Cómo que muerta?
– Asesinada como un perro en su propio salón por un hombre llamado Sammy Sansoam.
No hacía mucho tiempo que conocía a Navidad, pero nuestra relación se había forjado con sangre, mi sangre, de modo que le conocía a un nivel muy íntimo. Nunca me había mostrado un solo momento de debilidad ni de incertidumbre en el tiempo que hacía que le conocía, y yo estaba muy seguro de que raramente irradiaba otra cosa que fortaleza.
Pero cuando oyó decir cómo había muerto Faith se dirigió a una de las sillas y se sentó. Era una señal muy elocuente y militar de rendición.
– Pero estás aquí por mí, no por él -dijo el Ratón.
– Te buscaba a causa de Pericles Tarr -le expliqué-. Etta quería que te encontrase porque la policía pensaba que tú habías matado a Tarr.
– ¿Matarlo? Pero si yo le liberé y le hice rico… Yo soy su maldito Abraham Lincoln. Cuarenta acres y un rebaño entero de muías.
– Sí. Lo averigüé y se lo conté a Etta, pero luego ha ocurrido lo de Sansoam y quiero que me ayudes a ocuparme de eso.
El brillo de los ojos de Raymond casi me hizo sonreír. El veía la muerte en mi alma como un hermano perdido hacía largo tiempo.
– Quieres matar a ese hijo de puta -afirmó.
– Sí.
– Bien.
Y eso fue todo. Por lo que hacía referencia al Ratón, ya podíamos irnos. Para que muriera un hombre en algún sitio lo único que tenía que hacer yo era pedirlo.
– ¿Cómo te has involucrado con Sansoam? -me preguntó Navidad. Su voz sonaba baja y vacía.
Le conté mi encuentro con los soldados en su casa y después el asalto a la mía. Luego le conté cómo vi por última vez a Sammy alejándose en coche de casa de Faith.
– ¿Qué hombre podría hacerle eso a aquella joven tan bella? -preguntó Raymond.
Yo no me había preguntado cómo se habían unido Raymond y Navidad para ocuparse de los soldados que le seguían la pista. Eran amigos, y también eran asesinos sin remordimiento alguno: la combinación hablaba por sí sola. Lo que más me incomodaba, sin embargo, era que aquel asesinato había dado un giro extraño en la mente de Raymond. ¿Entendería la muerte de una mujer fea, o vieja? Y entonces me pregunté…
– ¿Cómo sabía Sammy dónde estaba Faith?
Navidad levantó la vista.
– Lo que quiero decir -continué- es que el Ratón no soltaría un secreto así aunque le cortara uno un brazo. Él no se lo diría a nadie, ni tampoco tú, Navidad. Y yo sé que tú la llevaste a un sitio donde nadie pudiera seguirle el rastro. Así que Sammy ha tenido que encontrar algo.
– Dejé un folleto debajo de mi cama, en aquella casa…
– No, ése lo encontré yo -le dije-. Y así fue como conocí a Faith. Nadie más lo vio, y tú mataste a esos hombres que te atacaron.
Apareció una arruga en la frente de Black. Sus ojos de un marrón claro brillaron como los de algún animal sorprendido en un momento de ocio.
– Ella tenía un hijo -dijo-. Un niño.
Me molestó que Faith no me hubiese hablado del niño, no sé por qué.
– ¿Dónde? -le pregunté.
– El niño no le dijo a ese hombre, Sammy, dónde estaba ella -dijo Raymond, muy razonable. Quería salir de inmediato a matar.
– Hope -dijo entonces Navidad-. Hope Neverman. Vive en Pasadena.
44
Cogimos mi coche para el viaje hasta Pasadena. Mi corazón latía de una forma errática, a veces resonaba con fuerza y otras veces parecía que vacilaba durante un latido o dos. Me sudaban las manos y si me hubiesen preguntado en cualquier momento en qué pensaba, no habría sido capaz de decirlo. O quizás hubiese dado una lista de nombres y relaciones que se habían desvanecido a mis pies. Mi madre, Bonnie, Faith, mi primera esposa, que había huido con mi amigo Dupree…
– Easy, ¿sabes dónde está ese tipo, Sammy? -me preguntó el Ratón desde el asiento de atrás.
Oí con toda claridad la pregunta. Yo no tenía ni idea de dónde estaba Sansoam, pero no podía hablar.
Eché un vistazo a Navidad. Estaba mirando por la ventanilla. Observé que se iban formando nubes de lluvia; estaban lejos, en el desierto, pero llegarían hasta nosotros al cabo de unos pocos días.
– ¿Easy?
– ¿Sí, Ray?
– ¿Estás bien, tío?
– Quiero llegar hasta la costa Este -dije-. Y luego, una vez allí, echar mi coche en el Atlántico.
Navidad asintió solemnemente y noté que algo se retorcía en mi pecho.
– Conocí a un tipo que se hizo enterrar en su Caddy -dijo el Ratón, con desenvoltura-. Pesaba 270 kilos. También había cinco mujeres llorando ante su tumba. Algunos hombres son afortunados, sencillamente.
Entonces me eché a reír.
Él estaba de buen humor, era feliz. El Ratón vivía en el mundo, mientras todos los demás intentaban fingir que estaban en otro lugar. El olía la mierda que fertilizaba los rosales.
Él aceptaba todo lo que se ponía en su camino, y ponía buena cara o sacaba el arma, depende.
– ¿De qué color era el Caddy, Ray? -le pregunté.
– Rosa.
– ¿Rosa? -rugió Navidad-. ¿Rosa? No está bien. Si uno debe tener un coche por ataúd, que sea negro.
– ¿Por qué? -preguntó el Ratón.
– El rosa no es un color funerario.
– ¿Y de qué color tiene que ser para echarlo al mar? -preguntó el Ratón.
– Apagado -dije yo, y nos quedamos callados durante el resto del viaje a casa de Hope Neverman.
Era una casa grande, del color del salmón ahumado escocés cortado a finas lonchas. Pero aun así resultaba algo apabullante que hubiese tres hombres negros armados juntos en la puerta delantera. Navidad apretó el botón y sonaron unas campanas como de iglesia en la distancia.
La mujer que contestó era blanca, hermana de Faith, sin lugar a dudas. Era más menuda, de huesos más finos, una versión muy linda de la bella Faith.
– Señor Black -dijo, sin temblar apenas.
– Siento mucho molestarla, Hope, pero mis amigos y yo tenemos que hacerle unas preguntas.
– Pasen, pasen.
La casa tenía que haber aparecido en alguna revista. Estaba decorada al estilo suroccidental, pero era también muy moderna. A la izquierda había una biblioteca enorme rodeando una mesa de comedor ovalada. A la derecha se encontraba un salón algo hundido, con un sofá en forma de herradura y unos suelos de madera oscura muy pulida. Esas salas estaban divididas por una escalera sin barandillas que conducía a los pisos segundo y tercero. La escalera ascendía hasta justo por debajo del techo.
El muro de la parte trasera estaba formado por unas puertas correderas de cristal. Éstas conducían al patio interior y a una piscina de tamaño olímpico donde cuatro niños jugaban bajo la mirada paciente de una niñera mexicana de piel oscura.