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– Por el amor de los dioses, tienes apenas siete años. ¿Qué voy a hacer contigo por el camino?

– Trabajaré -insistió la niña-.Ya sabes que puedo hacerlo. No me da miedo. Y sé un montón de cosas.

– ¿Ah, sí? ¿Tres ensalmos y un par de runas? Eso te llevará bien lejos en Finis…

Se interrumpió y comenzó a atar una de las correas que sujetaban su mochila, pero Maddy no era ninguna simplona.

– ¿Finismundi? -inquirió, con los ojos dilatados-. ¿Vas a Finismundí?

El Tuerto no dijo nada.

– Oh, por favor, déjame ir -suplicó Maddy-. Te ayudaré, te llevaré las cosas, no te causaré ningún problema…

– ¿No? -se rió él-. La última vez que me informé, el secuestro estaba considerado un crimen.

– Oh. -No había pensado en eso. Si ella desaparecía, habría partidas que saldrían detrás de ellos desde Fettlefields hasta el Hindarfial, y el Tuerto sería llevado a la cárcel, o colgado…-. Pero te olvidarás de mí -dijo ella-. Nunca, nunca te volveré a ver.

El Tuerto sonrió.

– Volveré el año próximo.

Sin embargo, Maddy no le miraba, clavó los ojos en el suelo y no dijo una palabra. El Tuerto esperó, sonriendo con ironía. A pesar de ello, Maddy no alzó la mirada, aunque salió un solo resuello pequeño pero feroz bajo la mata de pelo.

– Escúchame, Maddy -se dirigió a ella con dulzura-. Si quieres ayudarme de verdad, hay un modo en que puedes hacerlo. Necesito conseguir un par de ojos y de oídos. Necesito mucho más esa tarea que el beneficio de tu compañía en el camino.

Maddy alzó la mirada.

– ¿Ojos y oídos?

El Tuerto señaló hacia la colina, donde el contorno borroso del Caballo Rojo relucía como brasas enterradas en la redondeada ladera.

– Vas mucho allí, ¿no? -comentó él.

Ella asintió.

– ¿Sabes lo que es?

– ¿Un túmulo de tesoros? -sugirió Maddy, pensando en los cuentos acerca del oro enterrado bajo la colina.

– Algo mucho más importante que eso. Es una encrucijada que conduce al Trasmundo, con caminos que llevan hacia abajo, lo menos hasta el reino de Hel, y tal vez hasta el río Sueño, que vierte sus aguas en el Strond.

– ¿No hay ningún tesoro? -inquirió Maddy, decepcionada.

– ¿Un tesoro? -Él se echó a reír-. Ah, sí, si quieres verlo de ese modo. Es un tesoro perdido desde la Era Antigua. Ése es el motivo por el que hay tal cantidad de trasgos. También es por eso por lo que el lugar está tan cargado. ¿No lo notas, Maddy? -añadió-. Es como vivir encima de un volcán.

– ¿Qué es un volcán?

– No importa. Simplemente obsérvalo, Maddy. Mira a ver si observas algo extraño. Ese Caballo sólo está medio dormido, pero si se despierta…

– Ya me gustaría a mí despertarlo -dijo Maddy-. ¿A ti no?

El Tuerto sonrió y sacudió la cabeza. Era una sonrisa extraña, y al mismo tiempo cínica, o quizás incluso triste. Se ajustó la capa en torno a los hombros.

– No -contestó-. Dudo mucho que fuera de mi agrado. Ése es un camino que tomaría con mucho cuidado, y no a menos que obtuviera a cambio tanto oro como en el Rescate de la Nutria [4]. Aunque quizá llegue un momento en que no me quede otra alternativa.

– Pero ¿y el tesoro? -repuso ella-. Podrías ser rico…

– Maddy -suspiró-. También podría estar muerto.

– Pero seguramente…

– Hay cosas bastante peores que los trasgos de ahí abajo, y no olvides que los tesoros rara vez duermen solos.

– ¿Y qué? -replicó ella-. No tengo miedo.

– Ya lo creo que no -contestó el Tuerto con voz seca-, pero escucha, Maddy, tienes siete años. La colina, y lo que vive debajo, sea lo que sea, ha estado esperando durante mucho tiempo. Creo que puede aguardar un poquito más.

– ¿Cuánto más? -El Tuerto rompió a reír. Ella añadió-: ¿Hasta el próximo año?

– Ya veremos. Apréndete las lecciones, vigila la colina y búscame el mes de la Cosecha.

– ¿Me juras que vas a volver?

– Por el nombre de Odín.

– ¿Y por el tuyo?

Él asintió.

– Así es, chiquilla. Por el mío también.

Después de esa ocasión, el Tuerto había regresado a Malbry una vez al año, nunca antes de Beltane o después del cumpleaños de Maddy al final del mes de la Cosecha, para comerciar con telas, sal, pieles, azúcar, remedios y noticias. Su llegada se convertía en el punto álgido del año para Maddy; su marcha, en el comienzo de una larga oscuridad.

Cada vez, él le formulaba la misma pregunta:

– ¿Qué hay de nuevo por Malbry?

Y cada vez ella le relataba las mismas historias sobre las travesuras de los trasgos: ataques a despensas, saqueos de bodegas, robos de ovejas y leche derramada. Y cada vez, él repetía:

– ¿Nada más?

El viajero parecía relajarse cuando Maddy le aseguraba que eso era todo, daba la impresión de que le hubieran quitado un gran peso de los hombros, aunque fuera sólo de forma temporal.

Y claro, con cada visita, le enseñaba nuevas habilidades.

Al principio, aprendió a leer y escribir. Repitió sin cesar poemas, canciones y lenguas extranjeras; tradiciones populares sobre medicinas y plantas y kenningar e historias hasta sabérselas de carrerilla. Estudió algo de historia, cuentos tradicionales, dichos y leyendas; memorizó la carta celeste y los mapas con los ríos, montañas y valles, piedras y nubes.

Y lo más importante de todo, aprendió las runas. No sólo los nombres, los valores y las digitaciones, sino también…

…el modo de tallarlas en las piedras de la suerte, echarlas para leer un atisbo del futuro o atarlas como tallos para hacer una muñeca de maíz, y también el modo de crearlas con un palo de fresno o cómo susurrar los versos de un ensalmo, además de a brincar sobre ellas como en el juego de saltar piedras, lanzarlas como petardos o proyectar sus sombras con los dedos.

Aprendió cómo usar Ar, para asegurar una buena cosecha…

…y Tyr, para que una lanza de caza encontrara su objetivo.

…y Logr, para localizar agua bajo tierra.

Para cuando cumplió diez años, se conocía ya las dieciséis letras del Alfabeto Antiguo, algunas eran runas bastardas, procedentes de países extranjeros, y centenares de kenningar y ensalmos. Supo entonces que el Tuerto viajaba bajo el signo del Raedo, el Viajero, y que su runa estaba invertida; una runa boca abajo era señal de mala suerte e implicaba que había pasado por muchas pruebas y tribulaciones a lo largo del camino.

La propia runiforma de Maddy no estaba rota ni invertida, sino que, según el Tuerto, se trataba de una runa bastarda no incluida en el Alfabeto Antiguo, lo cual la convertía en impredecible.

– Las runas bastardas tienen sus trucos -le explicó-. Algunas funcionan mal y otras ni siquiera sirven. Las hay incluso que tienden a salirse de las alineaciones, a tambalearse un poco, de forma taimada, a deformarse igual que se pandean las flechas abandonadas debajo de la lluvia, que rara vez alcanzan su objetivo… si es que lo hacen.

»Sin embargo -continuó-, tener una runiforma es un verdadero regalo. Una runa del Alfabeto Antiguo, sin invertir y sin romper, sería demasiado a lo que aspirar. Los dioses habían ejercido ese poder alguna vez. Ahora, la gente hace lo que puede con lo que ha sobrevivido. Eso es todo.

Pero bastarda o no, la de Maddy era fuerte. Rápidamente superó a su viejo amigo, ya que la escasa energía mágica del viajero se gastaba enseguida, y la muchacha acreditó una puntería tan buena como la de él, si no mejor. Además, era avispada y cazaba los conocimientos al vuelo. Se aprendió las hug-rúnar, las runas mentales, y las rísta-rúnar, las runas talladas, y las sig-rúnar, las runas de la victoria. Estudió runas que ni el mismo Tuerto era capaz de hacer funcionar; nuevas runas y runas bastardas sin nombre y sin versos, y aun así, le parecía insuficiente, siempre quería más.

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[4] El canto épico «Los dichos de Regin» recoge la historia de cómo Loki mató de una pedrada a un hombre con forma de nutria y tuvo que reparar el daño causado con oro rojo. El as lo obtuvo extorsionando al enano Andvari. Ése fue el «Rescate de la Nutria» u Ottergild. (N.del T.)