Выбрать главу

El Tuerto le contó relatos acerca del interior de la colina, y acerca de la serpiente que mora en las raíces de Yggdrásil, siempre comiéndose los cimientos del mundo. Le contó historias sobre las piedras erguidas y de islas mágicas perdidas, así como de círculos encantados, sobre el Inframundo, el Averno y las tierras del Sueño y del Caos que había más allá de ellos. Le habló también de Hel la Nonata, y de Jormungard, la Serpiente de los Mundos, y de Surt el Destructor, el Señor del Caos, y del Pueblo del Hielo y el Pueblo del Túnel, y acerca de los vanir y sobre Mímir el Sabio.

Pero los cuentos favoritos de la muchacha eran los de los æsir y los vanir. Nunca se cansaba de escucharlos, y en los largos meses solitarios entre las visitas del Tuerto, los héroes de esas historias se convirtieron en los amigos de Maddy. Tor el Tonante y su martillo mágico; Idún la Sanadora y las manzanas de la juventud; Odín el Padre de Todo; Bálder el Bello; Tyr el Guerrero; Freya Ala de Halcón; Héimdal Ojo de Águila; Skadi la Cazadora; Njord el Hombre del Mar; y Loki el Embaucador, el cual en muchas ocasiones había supuesto tanto la liberación como la división de los viejos dioses. Aplaudía sus victorias, lamentaba sus derrotas y aunque fuera un pensamiento antinatural, se sentía más emparentada con todos estos seres pertenecientes al Pueblo de los Videntes, desaparecidos hacía ya mucho, que con Jed Smith o Mae. Conforme pasaban los años, más necesitaba estar en la compañía de los de su propia clase.

– Ha de haber más como nosotros en alguna parte -decía-. Personas como nosotros… ígneos. -«Familia», pensaba-. Si pudiera encontrarlos, entonces, quién sabe, quizá…

Sin embargo, en eso se sentía decepcionada. En siete años, jamás había tenido el menor atisbo de alguien de su clase. Estaban los trasgos, por supuesto, y algún gato o conejo ocasional que nacían con una runiforma y a los que despachaban bien rápido.

Pero en cuanto a personas como ellos…

– Escasean -le había respondido él-, y la mayoría carece de algún poder digno de mención. A lo sumo conservan un chispazo de magia, y eso es tener buena suerte, ya que poseer más les supondría una vida realmente peligrosa.

Pero ¿y si tenían mala suerte? En Finismundi, donde el Orden había gobernado durante cien años, una runiforma, incluso una rota, habitualmente servía para ser arrestado, y después de eso, sometido a un Examen tras el cual solía tener lugar con bastante frecuencia un ahorcamiento, o Depuración, como preferían llamarla en ese lugar.

No obstante, era mejor no pensar en eso, le aconsejaba el Tuerto, y aunque a desgana, Maddy siguió su consejo, aprendiendo las lecciones, contándose los cuentos para sus adentros, esperando pacientemente las visitas anuales e intentando muy en serio dejar de pensar en lo imposible.

Este año, por primera vez, se estaba retrasando. El cumpleaños de Maddy había pasado hacía dos semanas, la luna de la Cosecha había adquirido ya la forma de gajo y empezaba a sentirse inquieta al pensar que quizás esta vez su viejo amigo no pudiera regresar.

El Tuerto había vuelto bastante cambiado el año previo. Se había apoderado de él una cierta agitación muy similar a la impaciencia. Se había quedado más delgado en los últimos doce meses, bebía más de lo que era bueno para él y, por primera vez, había visto que su cabello gris oscuro se hallaba salpicado de hebras blancas. Los viajes anuales a Finismundi se estaban cobrando su precio. ¿Quién sabía cuándo terminaría por caer en la red después de aquellos siete peregrinajes tan temerarios?

La respuesta de las runas le había dado motivos de preocupación.

Maddy poseía su propio juego de piedras de la fortuna, hechas de guijarros de río procedentes del Strond, cada una pintada con una runa diferente. Descubrió que podía lanzarlas sobre el suelo y estudiar el esquema trazado al caer; éste ofrecía en ocasiones la oportunidad de adivinar el futuro, aunque el Tuerto le había avisado de que las runas no siempre eran sencillas de leer y tampoco era fácil ver el futuro en las piedras.

Aun así, la combinación de Raedo, el Viajero…

…con Thuris, la runa de Tor, y Naudr, la Recolectora, la llenaron de dudas.

La runa del Tuerto. ¿Un camino espinoso? Y la tercera runa, la Recolectora, la runa de la coacción. ¿Estaba prisionero en alguna parte? ¿O quizás esa runa al final significaba la muerte?

De ahí que le inundaran un gran alivio y una enorme alegría cuando la señora Scattergood le informó de que él estaba allí, por fin, después de un retraso de casi dos semanas.

Maddy echó a correr hacia la colina del Caballo Rojo, donde ella sabía que él la esperaba, tal como siempre la había esperado todos los años, y como ella ansiaba que hiciera cada año, por siempre jamás.

Capítulo 5

Pero Maddy no había contado con Adam Scattergood. El hijo de la patrona rara vez la molestaba cuando estaba trabajando, ya que la bodega se encontraba a oscuras, y le inquietaba la expectativa de lo que ella pudiera estar haciendo allí abajo, aunque a veces merodeaba por los alrededores de la trampilla, a la espera de una oportunidad para efectuar algún comentario o burlarse de ella. Había aguzado el oído ante el griterío de la cocina, manteniendo una distancia prudencial ante el posible peligro de que le encomendaran alguna tarea, pero cuando vio a Maddy salir por la puerta de la cocina, le relumbraron los ojos y se decidió a investigar.

Adam era dos años mayor que ella, un poco más alto, de cabello castaño y lacio y una boca curvada con un rictus de descontento. Su madre adoraba al muchacho, cargante y de carácter hosco, que ya era aprendiz del párroco y el favorito del obispo, razón por la cual era en parte temido y en parte envidiado por los demás chicos, y siempre estaba haciendo travesuras. Maddy pensaba que era peor que los trasgos, porque al menos éstos eran divertidos, aunque fueran molestos, mientras que las jugarretas de Adam simplemente eran horribles y estúpidas.

Ataba petardos a las colas de los perros, se colgaba en las ramas nuevas hasta romperlas, se mofaba de los mendigos, robaba la ropa lavada de los tendederos y la tiraba al fango, aunque se aseguraba de que alguien que no fuese él cargara con las culpas. En resumidas cuentas, Adam era un chivato y un malcriado, y al ver a la muchacha camino de la colina, se preguntó en qué andaría metida y tomó la decisión de aguarle la fiesta.

La siguió sin ser visto y anduvo inclinado a la sombra de los arbustos que flanqueaban el camino hasta alcanzar la parte más baja de la ladera del altozano; una vez allí, se arrastró silenciosamente por la parte oculta y pronto se perdió de vista.

La muchacha no le vio ni le oyó. Subió la colina a la carrera, casi tropezando debido a la impaciencia, hasta que captó la imagen de la alta figura familiar sentada entre las piedras caídas al lado del flanco del Caballo Rojo.

– ¡Tuerto! -le llamó ella.

Estaba en la misma postura que cuando le vio por última vez, con la espalda apoyada contra la piedra, la pipa en la boca y la mochila a su lado en la hierba. Como siempre, había saludado a Maddy con un asentimiento superficial, como si sólo se hubiera ausentado una tarde y no durante doce meses.

– ¡Vaya! ¿Qué hay de nuevo por Malbry? -le dijo.