– ¿Y qué es eso? -preguntó Maddy.
– No puedo decírtelo. Quizá más tarde, cuando lo pongamos a salvo.
– Pero tú sabes lo que es, ¿no?
El interpelado mantuvo la calma con una cierta dificultad.
– Maddy -dijo-, aún no es el momento. Ese tesoro… puede convertirse en algo tan dañino como valioso. Esta simple conversación acerca de él ya nos pone en situación de peligro, y en muchos sentidos es más seguro para él permanecer dormido y olvidado. -Encendió la pipa con la runa de fuego, Kaen, y un hábil y leve giro de sus dedos-. Pero ahora está despierto, para bien o para mal, y correríamos todavía un peligro más grande si alguien más lo encuentra; si lo encuentra y lo pone en uso.
– ¿A quién te refieres con «alguien»? -inquirió Maddy.
El la miró.
– A alguien como nosotros, claro.
Ahora el corazón de Maddy latía más rápido que uno de los martillos en la forja de su padre.
– ¿«Como nosotros»? -repitió ella-. ¿Hay otros como yo? ¿Tú los conoces? -El asintió con la cabeza-. ¿Cuántos? -preguntó ella.
– ¿Es que eso importa?
– A mí, sí -replicó la joven con fiereza.
Había otros, pero el Tuerto nunca los había mencionado. ¿Quiénes eran? ¿Dónde estaban? Y si él había sabido de su existencia durante todo este tiempo, entonces…
– Maddy -intervino él-, soy consciente de que es duro, pero debes confiar en mí. Has de creerme con independencia de que haya podido ocultarte algunas cosas, incluso aunque te haya engañado en ocasiones.
– Me has mentido -concluyó Maddy.
– Lo he hecho para mantenerte a salvo -le explicó el Tuerto con paciencia-. Los lobos de manadas distintas no cazan juntos. Incluso algunas veces se cazan entre ellos.
Se volvió hacia él con los ojos ardientes.
– ¿Por qué? -le demandó-. ¿Qué es el Susurrante? ¿Por qué es tan importante para ti? Y sobre todo, ¿cómo es que sabes tanto acerca de él?
– Ten paciencia -repuso el Tuerto-. Vamos primero a por el Susurrante. Después te prometo contestar a todas tus preguntas, pero ahora, por favor, tenemos una tarea pendiente. Esta colina no ha sido abierta desde hace cientos de años. Habrá trampas defensivas para proteger la entrada, tendremos que encontrar las runas, y romper lo que nos impida entrar. Eh…, vas a necesitar esto.
Sacó un objeto familiar de su mochila y se lo dio a Maddy.
– ¿Qué es eso?
– Es una pala -comentó él-. Porque la magia, como el liderazgo, es una décima parte de genio y las otras nueve de trabajo preparatorio. Necesitarás limpiar el contorno del Caballo hasta una profundidad de unos quince a veinte centímetros. Nos va a llevar un rato.
Maddy le dirigió una mirada suspicaz.
– Veo que sólo hay una pala -le reprochó ella.
– El genio no la necesita -comentó el Bárbaro con voz seca mientras se sentaba en la hierba para terminarse la pipa.
Fue una tarea larga y laboriosa. El Caballo medía unos sesenta metros desde el morro hasta la cola y los siglos de inclemencias climáticas, mal uso y negligencia se habían cobrado lo suyo en buena parte del trabajo más delicado, pero la arcilla de la colina era densa y dura, y la forma del Caballo se había hecho con el fin de que perdurase, con guardas y runiformas grabadas a intervalos para asegurar que no se perdiera el diseño.
El Tuerto suponía que habría por lo menos nueve, una por cada uno de los Nueve Mundos, e iban a tener que encontrarlas todas antes de que pudieran entrar.
Fue él quien descubrió la primera, tallada en un guijarro y enterrada al lado de la cola del Caballo.
Madr, la Tierra Media. La Gente.
– Un buen comienzo -le aseguró mientras rozaba la runa para hacerla brillar y susurraba un ensalmo-: Madr er moldar auki[5].
De repente, un lugar en la cabeza del Caballo se iluminó con el brillo correspondiente, y casi a la vez, bajo el césped, Maddy encontró la runa Yr.
– Yr. El Trasmundo. Los Cimientos. Las cosas irán más deprisa a partir de ahora.
En cuanto la tocaron, Yr iluminó el camino a Raedo, las Tierras Bárbaras, metida debajo del vientre del Caballo, y después Logr, el Mar, situada en la boca del Caballo…
…y un poco más allá, en cada una de las patas, descubrieron Bjarkán, por el mundo del Sueño, y Naudr, por el Inframundo…
…Hagall, para el Averno, y Kaen, por el Caos o el Más Allá…
…y finalmente, justo en la mitad del ojo, la runa de la Ciudadela del Cielo…
Os, la de los æsir, la más brillante de todas, como la estrella central en la constelación de Tiazi, el Cazador, que cae sobre los Siete Durmientes en las noches claras de invierno.
Os. Los æsir. El Firmamento. Maddy contempló esta runa en silencio. Éste era el momento con el que ella había soñado, y ahora que se sentía tan cerca, experimentaba una curiosa renuencia a actuar. Esto la ponía algo furiosa, y aun así era consciente de que una pequeña parte de ella quería por encima de todo dar un paso atrás y alejarse de ese umbral hacia lo desconocido para regresar a Malbry y la seguridad de su hogareña ratonera.
El Tuerto debió de darse cuenta, porque esbozó una ligera sonrisa y le puso una mano en el hombro a Maddy.
– No tendrás miedo, ¿verdad, chica?
– No. ¿Y tú?
– Un poco -admitió él-. Ha pasado tanto tiempo… -Se sacó la pipa de la boca, volvió a prender la hierba de la cazoleta y lanzó una bocanada de humo dulce-. Maldito hábito -comentó-, lo adquirí del Pueblo del Túnel en una de mis expediciones. Son unos herreros magistrales, ¿sabes? pero con unos hábitos higiénicos terribles. Creo que el humo les ayuda a disimular la peste.
Maddy tocó la runa final. Relumbró con colores opalinos como los del sol estival. Recitó el ensalmo:
– Ós byth ordfruma célere spræce [6].
La colina se abrió con un chirrido deslizante; y donde antes había estado el ojo del Caballo, ahora había un estrecho túnel de paredes terrizas que se hundía en las entrañas de la tierra.
Capítulo 6
Hace quinientos años, en los albores de la Era Nueva, había pocas fortalezas más seguras que el castillo de la colina del Caballo Rojo. Construido sobre el escarpado alcor que dominaba el valle, ostentaba el mando de toda la llanura y su cañón apuntaba de forma permanente hacia el paso del Hindarfial, el único lugar en toda la cordillera de los Siete Durmientes por el que podía atacar un posible enemigo.
De hecho, era un misterio para la gente de Malbry cómo sucumbió, a menos que fuera por una epidemia o a consecuencia de un acto de traición, porque desde el destrozado círculo de piedra se podía divisar todo el camino en dirección norte hasta Farnley Tyas, y por el sur, hasta Posta de la Fragua, al pie de las montañas.
El camino estaba muy al descubierto, apenas protegido por dispersos matorrales de aulagas, y las mismas laderas de la colina eran demasiado empinadas para que hombres acorazados pudieran subir por ellas.
Pero Adam Scattergood no llevaba armadura, el cañón había sido fundido hacía mucho tiempo y habían pasado más de cinco siglos desde que el último centinela hubiera vigilado la colina del Caballo Rojo. En consecuencia, se las arregló para ascender la colina sin que le vieran, y arrastrándose a través de los matorrales de cola de liebre a sotavento del Caballo, se escondió detrás de una piedra caída para escuchar lo que estaban hablando la pequeña bruja y el pillastre del Tuerto.