Выбрать главу

– ¿Bolsa? -llamó Maddy.

No hubo réplica, pero le pareció escuchar el sonido de un correteo lejano a su derecha.

– ¿Bolsa?

Esta vez ningún sonido se hizo eco de su llamada. Maddy creyó distinguirle durante un instante fugaz a un centenar de pasos y se adelantó una zancada hacia el pasillo a tiempo de ver cómo la criatura hacía una cabriola para cruzar un pasaje curvo de techo resquebrajado y desaparecer acto seguido.

Enseguida volvió a trazar Naudr, pero había perdido concentración a raíz del terremoto. De repente, veía sus propios pies demasiado lejos. Fue entonces, conforme avanzaban las sombras y ya tarde, cuando se dio cuenta de que había caído víctima del más viejo truco de los trasgos.

Bolsa jamás había tenido intención de guiarla a un destino determinado. En vez de eso, y sin desobedecerla abiertamente, le había permitido penetrar más y más hondo en los peligrosos pasajes de debajo de la colina, minando sus fuerzas y esperando a que cediera su resistencia y fallara su poder sobre él, y de ese modo podría aprovechar la oportunidad para escapar, dejándola sola, exhausta y perdida en los recovecos del Trasmundo.

Capítulo 3

Por suerte, Maddy era una chica muy sensata. Cualquier otra persona habría intentado buscar a ciegas el camino de regreso a través de los pasadizos a oscuras, internándose cada vez más en las tortuosas entrañas de la colina, o se hubiera puesto a gritar pidiendo ayuda, con lo cual únicamente hubiera conseguido atraer a quién sabe qué criaturas desde la oscuridad.

Ella no cometió ninguno de esos errores y mantuvo la cabeza fría a pesar del miedo. Había consumido toda la energía mágica, lo cual era un grave revés, pero estaba segura de que bastaría el sueño para reponerla, el sueño y comida, si es que lograba conseguirla. El tramo de túnel donde se había cobijado parecía bastante seguro, era cálido y tenía un piso arenoso. Lo buscó a tientas y se acomodó para descansar.

Había perdido la noción de la hora. En el Supramundo podía ser de noche o haber amanecido ya, pero en los túneles no había días y el tiempo parecía tener vida propia. Daba la impresión de que se estiraba como el hilo de un tejedor en un telar que no tejía nada más que negrura.

Pensaba que no iba a conciliar el sueño a pesar del cansancio acumulado, pues el suelo temblaba debajo de ella cada pocos minutos, el techo no dejaba de desprender polvo y fuera de la boca del túnel podían escucharse susurros y pateos. Su imaginación sobrexcitada interpretaba aquellos sonidos como los correteos de ratas gigantes o los movimientos de grandes cucarachas sobre las piedras del derrumbamiento. Sin embargo, la extenuación terminó por imponerse al miedo y consiguió dormirse acurrucada en el suelo y tapada con la chaqueta.

No había forma de decir si habían transcurrido tres, cinco o incluso doce horas, pero lo cierto es que se despertó plenamente recuperada y Sol le refulgió en los dedos al primer intento. Sintió una ráfaga de placer y alivio cuando los colores volvieron a la vida a su alrededor pese al entumecimiento de los miembros y del voraz apetito.

Se puso de pie para mirar desde la boca del túnel y comprobó que la oscuridad no era completa. Las paredes de aquellos niveles inferiores no eran fosforescentes, pero el resplandor rojo de las cavernas se notaba aún más, como el reflejo del fuego sobre un banco de nubes bajas, y la firma mágica de color violeta que había seguido brillaba con más fuerza que nunca, llevándola directamente hacia el distante resplandor.

No había indicio alguno de Bolsa, excepto una firma mágica demasiado tenue para que fuera útil. Quizá diese la voz de alarma en cuanto regresara con los suyos, pero eso era inevitable. Maddy llegó a la conclusión de que la única alternativa posible era continuar el descenso, siguiendo la dirección del rastro violeta, con la esperanza de encontrar algún alimento, ya que su última comida, bastante frugal, parecía haber tenido lugar hacía demasiado tiempo.

El pasaje se bifurcaba en dos más allá de la caverna. Uno de los ramales era mayor y lo iluminaba ese tenue resplandor ardiente. La muchacha lo eligió sin vacilar cuando comprobó que allí el aire era más cálido que el de las cavernas más bajas y continuó el descenso. La pendiente era suave, pero se percibía con claridad. Tuvo la impresión de que más adelante, todavía a bastante distancia, se oía un siseo tenue similar al de las conchas que el Tuerto le había traído de las playas del mar Único.

Al acercarse, se dio cuenta de que el sonido no era constante. Iba y venía, como si flotara a lomos de un viento caprichoso, a intervalos de unos cinco minutos. También se percibía un olor cada vez más fuerte conforme se acercaba a la fuente. El aroma le resultaba curiosamente familiar, pues le encontraba cierta similitud con el de una casa de baños y lavandería, aunque tenía además un tufillo ocasional a azufre; luego, una gasa de vapor empezó a empañar las paredes del pasaje y el piso se volvió resbaladizo, todo lo cual sugería la proximidad de la fuente.

Aun así, debió andar durante casi una hora más hasta que llegó al final del pasadizo. Durante todo este tiempo había habido ligeros temblores de tierra, que no habían causado ningún daño, aunque los sonidos de cosas que caían se habían hecho progresivamente más fuertes y el aire estaba viciado con humos y vapor. El resplandor se fue haciendo cada vez más intenso y acabó por ser deslumbrante como la luz del día, pero de color sangre y menos constante, aunque lo bastante brillante para oscurecer cualquier otro color, si hubiera habido alguno que hubiera podido seguir.

La muchacha caminó en dirección a la luz y se fue adentrando en el seno de una caverna a medida que se abría el túnel. La gruta era mayor de lo concebible o imaginable ni en sueños.

Le calculó una anchura aproximada de kilómetro y medio. El techo desaparecía entre las sombras de las alturas y el suelo era un lecho de cenizas volcánicas y escombros de piedra. Un río atravesaba la gruta, al fondo de la cual había una cavidad por donde salía el agua. El centro estaba ocupado por un foso redondo en cuyo corazón ardía un fogón. «Está claro que ésa debe de ser la fuente de la luz rojiza, sin duda».

La boca del pozo rugió y expulsó un penacho de vapor en cuanto ella puso un pie en la gruta. Sonó como si estuvieran hirviendo a la vez un millón de teteras, que echaban vapor por el hueco. La muchacha echó a correr en busca del amparo del túnel. El olor a casa de baños se intensificó, el vapor sulfuroso envolvió a Maddy en un sudario ardiente, y las fisuras y pasajes del Trasmundo chillaron y bramaron como los tubos de un órgano gigante.

El estallido duró un minuto, tal vez menos, y se apagó al cabo del mismo.

Ella esperó casi media hora antes de acercarse al pozo con suma cautela.

Las erupciones ocurrían a intervalos regulares. Maddy estimó que se producían en secuencias de unos cinco minutos aproximadamente y no tardó en aprender cuáles eran los indicios delatores que le permitían correr en busca de cobijo en cuanto la amenazaba el peligro. Aun así, el cruce de la caverna resultó de lo más desagradable, pues el aire estaba saturado de vapor y apenas era respirable. Maddy no tardó en sentir el pelo y la camisa pegados a la piel a causa del vapor y el sudor. «Ha de haber un río subterráneo ahí abajo -aventuró-, quizá sea el río Sueño que se encuentra con ese caldero de fuego cuando fluye en su camino hacia el Averno». Supuso que fuego y agua luchaban por dominar al otro elemento hasta que al final ambos explotaban en un chorro de espuma y aire sobrecalentado.