– No. ¿Y tú?
– Eres una furia -afirmó-. Veo tu energía mágica.
– ¿Una furia? -Maddy se miró la runiforma y la vio relumbrar débilmente en la palma de la mano-. Ah, esto. No te hará daño, te lo prometo. -El extraño parecía poco convencido, y a juzgar por la tensión de los músculos daba la impresión de no saber si luchar o echar a correr, pero no apartaba la vista de la mano de la muchacha-. De acuerdo, no te echaré ningún encantamiento. ¿Cómo te llamas?
– Llámame Afortunado -repuso-. Y mantén las distancias.
Ella se sentó en una roca a la entrada.
– ¿Así está mejor?
– Por ahora, sí.
Durante un momento se encararon, uno frente a otro.
– ¿Todavía te duelen los ojos?
– ¿Tú qué crees? -preguntó con brusquedad.
– Lo siento -se disculpó Maddy-. Supuse que ibas a dispararme.
– Pues podrías haberme preguntado en vez de darme con lo que sea en la cara.
Se pasó un dedo con cuidado por la nariz dañada.
– Conozco un hechizo rúnico que podría ayudarte.
– No, gracias. -Pareció relajarse un poco-. En cualquier caso, ¿qué es lo que haces aquí?
Maddy vaciló sólo un instante.
– Me he perdido -le dijo-. Entré aquí a través del Ojo del Caballo y me perdí en los túneles.
– ¿Por qué has venido?
Ella dudó de nuevo, y se decantó por contarle una verdad a medias.
– ¿No lo sabías? -dijo ella-.Toda la colina es un gran túmulo de tesoros. Hay oro aquí de la Era Antigua. ¿Acaso no es por eso por lo que estás tú aquí?
Afortunado se encogió de hombros.
– He oído la historia -contestó-, pero aquí no hay nada más que basura y trasgos.
El joven le explicó que llevaba casi dos semanas escondido en los túneles. Había entrado en el Trasmundo desde el otro lado de las montañas, más allá del Hindarfial; había conseguido evitar que le capturasen varias veces a lo largo de su camino, hasta que finalmente le cayó encima un grupo de trasgos. Le atraparon y le condujeron hasta el Capitán.
– ¿El Capitán? -preguntó Maddy.
Él asintió.
– Un gañán enorme y desalmado. Parecía creer que yo era alguna especie de espía. Montó en cólera y juró que me sacaría la verdad cuando le expliqué que sólo era un aprendiz de vidriero de la parte alta de Las Caballerizas. Entonces me arrojó a un agujero y me dejó allí.
Afortunado tuvo un golpe de suerte al tercer día cuando descubrió en el suelo de su celda una rejilla, que alguna vez había sido la entrada a un túnel de drenaje, por donde se las arregló para escapar. Famélico, mugriento y asustado, robó lo que pudo de las tiendas de los trasgos antes de encontrar un camino hacia una seguridad relativa, donde se había estado ocultando desde entonces, subsistiendo gracias al pescado y el agua fresca del río, además de lo que le quedaba de los suministros robados.
– He estado intentando volver arriba -le contó a Maddy-, pero ahora tengo detrás a todos los trasgos que hay debajo de la colina. Sin embargo, no vendrán aquí -continuó, mirando más allá de ella hacia la chimenea ardiente-. Ninguno de esa chusma viene nunca tan lejos.
Pero la atención de Maddy estaba en otra cosa.
– ¿Comida? -inquirió-. ¿Tienes comida aquí?
– ¿Por qué? ¿Tienes hambre?
– ¿Tú qué crees?
Afortunado pareció dubitativo durante un momento, pero después tomó una decisión.
– Vale. Por aquí. -Dicho esto, la sacó de la cueva y la guió por un extremo de la caverna del geiser hasta el punto donde un desprendimiento de rocas había dividido en dos el caudal del río, cuyas agitadas aguas oscuras borbotaban desde la abertura de la pared-. Espera aquí -le ordenó a Maddy antes de correr hacia la orilla del agua.
Se aupó en lo alto de un amasijo de peñascos caídos y saltó hacia la oscuridad.
Ella se alarmó mucho durante unos segundos, ya que desde su posición daba la impresión óptica de que Afortunado se hubiera arrojado a los rápidos, pero respiró aliviada cuando le vio de pie en un saliente plano como a mitad de camino de la corriente, con las aguas de espumas blancas alzándose a su alrededor. Él tenía que haber conocido el saliente, estimó Maddy, aunque aun así, era un salto peligroso. De todas formas, cualquier pescador diría que los peces de río prefieren las aguas rápidas por encima de cualesquiera otras, y Maddy no se sintió sorprendida cuando unos segundos más tarde Afortunado se agachó y sacó con rapidez algo a sus pies.
Era una trampa para peces, hábilmente tejida con sogas y cordeles. Afortunado inspeccionó el interior, la levantó con esfuerzo, se la echó al hombro y regresó, moviéndose con rapidez y destreza sobre las rocas ocultas.
Mientras él estaba ocupado con esto, la muchacha le observaba atentamente a través de Bjarkán, el círculo mágico formado por los dedos índice y pulgar. Se aseguró de que él no pudiera verla realizar el gesto mágico; no quería atemorizarle. Sin embargo, el Tuerto le había advertido: «No confíes en nadie»; y ella quería estar segura de que ese joven vidriero era todo lo que aparentaba ser.
Pero Bjarkán confirmó lo que ella ya había intuido. Afortunado no mostraba ningún tipo de colores. Su primera impresión fugaz, la de alguien mayor, más alto, con ojos ardientes y sonrisa torcida, no había sido nada más que un truco mezcla de la luz y sus propios miedos. Y cuando Afortunado llegó a la orilla del agua, sonriente, con su captura sobre el hombro, Maddy suspiró aliviada y se permitió a sí misma, por fin, relajarse.
Compartieron las capturas de la red. Afortunado enseñó a la muchacha el modo de cocinar esos pescados de ojos ciegos, llenos de espinas y carne de sabor amargo. Sin embargo, a pesar de ese gusto, Maddy devoró hasta el último trocito, chupándose los dedos y haciendo pequeños ruiditos apreciativos debidos al hambre.
Afortunado la observó comer con calma. Todo ese jaleo de capturar, cocinar y comerse el pescado había roto buena parte del hielo existente entre ambos, y él había abandonado sus maneras bruscas y se había vuelto bastante amable. Maddy supuso que el aprendiz se sentía tan aliviado como ella por haber encontrado un aliado en los túneles; y el hecho de que hubiera sobrevivido allí solo durante dos semanas decía mucho de su valor y su ingenio.
En ese tiempo, le contó, había encontrado comida y el modo de guisarla; había localizado una fuente de agua potable y otra para asearse. Sabía dónde el aire era más respirable y también había localizado el lugar más cómodo para dormir. Había estado haciendo un mapa de los túneles, uno por uno, intentando descubrir la forma de alcanzar la superficie sin pasar por la galería principal, pero no había gozado de éxito alguno hasta ese momento. Y todo sin contar siquiera con la ayuda de un ensalmo.
– ¿Qué harás si no encuentras un camino para salir? -preguntó Maddy cuando él terminó de contarle su historia.
– Arriesgarme, supongo. Algún día tendrán que bajar la guardia, aunque no me seduce la idea de caer otra vez en las garras de ese Capitán.
Maddy se quedó pensativa ante la mención del cacique trasgo. Había algo que no le cuadraba, pero no conseguía saber el qué.
– ¿Y qué me dices de ti? -continuó Afortunado-. ¿Cómo te abriste camino hasta llegar aquí abajo? ¿Y cómo es que has llegado a saber tanto de este lugar? -Era una pregunta previsible y Maddy sopesó la respuesta mientras Afortunado, con una media sonrisa, clavaba en ella esos ojos suyos flameantes como llamas verdes a la luz del fuego-. Vamos -la instó él al verla dudar-. Quizá yo no sea una furia, pero eso no me convierte en tonto. He visto tu energía mágica y sé lo que significa. Has venido aquí por algún motivo. Y no me cuentes tampoco esa vieja historia del tesoro de debajo de la colina. Aquí no hay oro y tú lo sabes.