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Logr tembló una vez más en la punta de los dedos de Maddy, preparada para atacar. Lentamente, Afortunado alzó las manos en señal de rendición.

– Inténtalo otra vez y te mataré -le amenazó ella.

– Tranquila, Maddy, pensaba que éramos amigos.

– No eres amigo mío -repuso Maddy-. Me has mentido.

Afortunado hizo una mueca.

– Bueno, claro que he mentido. ¿Qué esperabas? Te acercaste a mí sigilosamente, me diste una paliza con algo que parecía una combinación entre un mazo y un relámpago, me interrogaste y luego empezaste a parlotear sobre lo buena amiga del Tuerto que eres, precisamente él de entre toda la gente…

– Así que yo llevaba razón -le interrumpió ella-. ¿Quién eres tú?

El falso aprendiz había abandonado el disfraz y ahora permanecía ante ella con su verdadero aspecto. Maddy tuvo la impresión por enésima vez de que esa apariencia le resultaba extremadamente familiar, aunque estaba segura de que nunca se había encontrado con él en persona. Sin embargo, tenía la certeza de haberle visto antes, quizás en una historia o en alguna ilustración de los libros del Tuerto, pero conocía esos ojos.

– Escucha. Ya sé que no confías en mí, pero hay un montón de cosas que el Tuerto no te ha contado. Cosas con las que yo te puedo ayudar.

– ¿Quién eres? -insistió ella.

– Un amigo.

– No, no lo eres -replicó Maddy-. Él me advirtió sobre ti. Tú eres el ladrón, el que va detrás del Susurrante.

– ¿Ladrón? ¿Yo? -Se echó a reír-. Maddy, yo tengo tanto derecho sobre el Susurrante como cualquiera, más que ninguno, de hecho.

– Entonces, ¿por qué me has mentido?

– En vez de eso, ¿por qué no te preguntas a ti misma la razón por la que lo ha hecho él?

– Esto no tiene nada que ver con el Tuerto -replicó ella.

– ¿Ah, no? -La mirada de Afortunado era difícil de sostener y su voz, baja y extrañamente persuasiva-. El estaba al corriente de mi presencia debajo de la colina -añadió-. Pregúntate a ti misma el porqué. Y en cuanto al Susurrante, aún no tienes idea de lo que es, ¿a que no? -Maddy sacudió la cabeza lentamente-. ¿Acaso eres consciente de lo que hace?

De nuevo, ella negó con la cabeza.

Afortunado rompió a reír. Era un sonido ligero y agradable, que se hacía instantáneamente simpático e irresistiblemente contagioso. Maddy se sorprendió a sí misma sonriéndole antes de que se diera cuenta del truco. La estaba hechizando.

– Déjalo ya -replicó con sequedad al tiempo que formaba Yr con los dedos.

Afortunado no pareció arrepentirse. Incluso desde detrás de la runa protectora percibía algo en su sonrisa que invitaba a sumarse a ella.

– Te conozco -habló ella con lentitud-.Y el Tuerto también te conoce.

Afortunado asintió.

– Te dijo que yo era un traidor, ¿a que sí?

– Cierto.

– ¿Y te contó que me cambié de bando cuando la guerra empezó a irle mal? -Maddy asintió otra vez sin dejar de pensar que había algo familiar en él; algo que ella sabía que debía recordar. Luchó con la idea, pero Afortunado seguía hablando con esa voz suave y persuasiva-. De acuerdo -dijo-. Sólo escucha esto. Voy a contarte un dato que me apuesto lo que quieras a que él no te ha dicho. -La sonrisa de Afortunado se volvió dura y acerada y sus ojos relumbraron en la oscuridad con un fuego verde y sutil-. A ver qué te parece, Maddy -añadió-. Él y yo somos hermanos. -Los ojos de la joven se abrieron lo indecible-. Hermanos de sangre, juramentados. Ya sabes lo que eso significa, ¿no?

Ella asintió.

– Y aun así, estuvo dispuesto a romper esa promesa y a traicionar a un hermano por el bien de su causa, de su guerra, de su poder. ¿Qué clase de lealtad es ésa? ¿No te parece? ¿Y realmente crees que un hombre al que no le ha importado inmolar a un hermano se lo pensaría dos veces antes de sacrificarte a ti?

La muchacha pensó que se ahogaba bajo el peso de las palabras que fluían sobre ella. La atraían de forma peligrosa, pues la dejaban inerme, pero incluso mientras luchaba contra el hechizo notó una vez más ese gusanillo del reconocimiento, y tuvo la sensación de que todas las piezas del puzzle encajarían en su sitio si lograba recordar de qué conocía a su interlocutor.

«Piensa, Maddy, piensa».

Una vez más formó el hechizo protector. Yr se iluminó en la punta de sus dedos, oscureciendo el encantamiento persuasivo de Kaen.

«Piensa, Maddy, piensa».

Esa voz, esos ojos, y sobre todo las zigzagueantes cicatrices plateadas de los labios, que parecían causadas mucho tiempo ha por alguien provisto de algo muy agudo.

Entonces, al fin, cayó en la cuenta de qué se trataba y recordó la vieja historia de cómo el Embaucador había desafiado a una prueba de habilidad al Pueblo del Túnel, los hijos de Ivaldi, los maestros de la forja. El truhán se jugó la cabeza a cambio de los tesoros y perdió, pero cuando fueron a cortársela, él había gritado: «¡La cabeza es vuestra pero el cuello no!».Y de ese modo los burló e hizo ademán de irse con el tesoro en liza. Sin embargo, los enanos montaron en cólera ante el engaño y decidieron tomarse cumplida venganza. Le cosieron la boca a Loki y desde aquel día en adelante, la sonrisa le había quedado tan torcida como los pensamientos.

Loki. El Embaucador. Un as. Uno de los æsir. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta? Ella le conocía bien por su reputación y había visto su rostro en una docena de libros. El Tuerto la había advertido lo mejor que había podido; incluso Bolsa le había llamado Boca Torcida. Y la pista principal estaba allí, justo en el brazo del presunto vidriero.

Kaen. La runa ardiente. Invertida.

– Te conozco -dijo Maddy-.Tú eres…

– ¿Qué es un nombre? -repuso Loki con una sonrisa-. Un nombre es como un abrigo, puedes devolverlo, quemarlo, tirarlo y pedir otro prestado. El Tuerto lo sabe; deberías haberle preguntado.

– Pero Loki murió -intervino ella, sacudiendo la cabeza-. Murió en el campo de batalla del Ragnarók.

– No del todo. -Hizo un mohín-. Hay muchas cosas que el Oráculo no predijo, ¿sabes?, y las viejas historias tienen el hábito de torcerse.

– Pero de cualquier modo, eso ocurrió hace siglos -insistió Maddy, desconcertada-. Quiero decir, que eso fue el Fin del Mundo, ¿no?

– ¿Ah, sí? -replicó el as con impaciencia-. No es la primera vez que el mundo ha llegado al final, y tampoco va a ser la última. Por las barbas de Tor, Maddy, ¿es que el Tuerto no te ha enseñado nada?

– Pero eso os convierte…-contestó Maddy, perpleja-, quiero decir, al Pueblo de los Videntes, a los æsir me refiero, ¿no eran ellos… los dioses?

Loki hizo un gesto despectivo con la mano.

– ¿Dioses? No dejes que eso te impresione. Cualquiera puede ser un dios si tiene suficientes maestros. Ni siquiera tienes ya que poseer ningún tipo de poderes. En mis tiempos, he visto dioses del teatro, dioses gladiadores, incluso dioses cuentistas, Maddy… La gente ve dioses por todas partes. Les da una excusa para no tener que pensar por sí mismos.

– Pero yo pensé…

– Dios es sólo una palabra, Maddy. Como furia. Como demonio. Son sólo palabras que la gente aplica a las cosas que no entiende. Dios… Invierte las letras y obtendrás perro [7]. ¡Qué apropiado…!

– ¿Y qué hay del Tuerto? -intervino Maddy, frunciendo el ceño-. Si él es tu hermano… -Su boca se quedó abierta cuando recordó otra de aquellas viejas historias-. Entonces eso le convierte…

– Exactamente -dijo Loki, con su sonrisa torcida-. El Padre de Todo. El General. El mismo viejo Odín de siempre.

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[7] Juego de palabras en el texto original entre god (dios) y dog (perro). (N. del T.)