Выбрать главу

– ¿Huiste de la Fortaleza Negra? -preguntó Maddy.

Loki se encogió de hombros.

– Con el tiempo, sí.

– ¿Y cómo lo lograste?

– Ésa es una historia muy larga. Basta con decir que encontré un… acomodo alternativo en el Trasmundo, y así fue como al final me topé con el Susurrante -continuó él-; aunque pronto me di cuenta de que no tenía utilidad alguna para mí. Me reconoció, por supuesto, pero no me habló más que entre burlas e insultos, no me dio ni una pizca de energía mágica, y desde luego, ninguna profecía. Pensé entonces en sacarlo de la chimenea para usarlo como pieza de trueque con alguno de los æsir supervivientes.

– ¿Los æsir supervivientes? -se apresuró a replicar Maddy.

– No hay más que rumores, eso es todo, pero siempre tuve el presentimiento de que Odín andaría rondando por ahí, y la entrega del Susurrante me habría ayudado mucho, pues claro, habría estado a salvo de cualquier colega de los viejos tiempos que blandiera un hacha, o incluso un martillo, de haber contado con el respaldo de mi hermano.

Desde entonces, le contó, había intentado muchas veces rescatar al Susurrante de su nido en llamas, pero aún no había encontrado la forma de romper los encantamientos que le sostenían en la chimenea, encantamientos que llevaban allí desde el Ragnarók y que no podía combatir con su magia invertida y debilitada.

Decidió convertir la colina en un lugar inexpugnable una vez que se convenció de su fracaso, y con tal propósito había reunido un ejército de trasgos, urdido una telaraña de encantamientos y horadado un laberinto de pasadizos a fin de esconder al Susurrante del mundo.

– Y quizá lo mejor es que siga escondido -añadió-, a menos que Odín te haya dado a ti algo que ayude. Un hechizo, un instrumento, no sé, ¿quizás una palabra?…

– No -le contestó la muchacha-. Ni siquiera un ensalmo.

El as sacudió la cabeza, disgustado.

– En ese caso, olvídalo. Sería más fácil intentar atrapar la luna con un cordelito.

Ella se detuvo un momento a pensar en el asunto, y al cabo del mismo preguntó:

– ¿Así que tú crees que no hay esperanzas? ¿No hay realmente ninguna manera de sacarlo de ahí?

Loki se encogió de hombros.

– Créeme, lo he intentado. Si el General quiere hablar con esa cosa, tendrá que bajar aquí en persona.

– Quizá -repuso ella, todavía concentrada en sus pensamientos.

– Tendrás que decírselo tú, ya sabes. El Ragnarók ya es agua pasada. Y en lo que se refiere al Orden, todos somos sus enemigos. Quizá podríamos replantearnos nuestras alianzas, enterrar las rencillas y comenzar de nuevo.

– Pero tú traicionaste a los æsir -replicó Maddy-. Estás loco si crees que volverán a aceptarte entre ellos alguna vez.

– ¡Los æsir! -De repente, sus palabras parecieron haber encontrado su objetivo; durante un momento los ojos de Loki llamearon con genuina cólera. Sus colores también flamearon, desde el violeta espectral hasta un rojo infernal-. Todo lo que han hecho siempre ha sido usarme cuando les ha convenido. Eso quería decir que siempre acudían a mí cuando había problemas: «Por favor, Loki, piensa en algo», pero cuando el peligro estaba conjurado, me despedían con un «vuélvete a la caseta del perro» sin ni siquiera darme las gracias. Siempre fui un ciudadano de segunda categoría en Ásgard, y ninguno de ellos me permitió olvidarlo jamás.

– Pero tú luchaste contra ellos en el Ragnarók -insistió Maddy, que había empezado a sentir más simpatía de la que osaba admitir por este peligroso individuo.

– El Ragnarók, el Ragnarók -musitó Loki con desdén-. ¿Y de qué lado esperaban ellos que me pusiera? Yo no tenía bando. Los æsir me abandonaron, los vanir siempre me habían odiado, y en cuanto al Caos concernía, yo era un traidor merecedor de la muerte. Nadie me acogería, así que busqué al Número Uno, como siempre. De acuerdo, quizá di un par de golpes por el camino, pero en cuanto a lo que a mí se refiere, todo eso es agua pasada. El General no tiene nada que temer de mí.

– ¿Qué pretendes decir exactamente? -le preguntó Maddy.

Loki esbozó una de sus sonrisas esquinadas.

– Maddy -dijo-, me he estado escondiendo en el Trasmundo durante la mayor parte de los últimos quinientos años. Esto no es la Fortaleza Negra, de acuerdo, pero tampoco vamos a decir que sea la gloria. Este sitio es un cubil oscuro y apestoso que está plagado de trasgos, lo cual implica que he de vigilar continuamente mis espaldas… Además, si he sabido interpretar los signos, va a llegar pronto un tiempo en el que ninguno de nosotros va a estar a salvo, de modo que ni el agujero más profundo bastará para ocultarnos de nuestros enemigos.

– ¿Sólo eso?

– También estoy cansado de esconderme -admitió el as-. Quiero regresar a casa, deseo ver el cielo otra vez, y lo más importante, quiero que el General deje claro a cualquiera de los otros que todavía albergue alguna duda sobre mí que estoy oficialmente de vuelta del lado de los dioses. -Hizo una pausa y un brillo nostálgico invadió su rostro-. Se avecina otra guerra. Puedo sentirlo -comentó-. Y no necesito que ningún oráculo me lo vaticine. El Orden ya se ha puesto en marcha, predicando la Palabra por todas las Tierras Medias. Odín lo sabe, porque, según mis fuentes, se ha pasado más o menos el último siglo viajando de aquí a Finismundi para seguir de cerca su progresión, e intentando calcular cuánto tiempo nos queda. Mi suposición es que ya no nos queda nada. Por ese motivo es por el que necesita al Susurrante. En lo que a mí respecta, Maddy, no puedo evitarlo. -Loki sonrió abiertamente y dejó la botella en el suelo-. Es el Caos que llevo en la sangre. Si hay una guerra, quiero luchar.

Maddy permaneció en silencio durante un buen rato.

– En tal caso, cuéntaselo así a él -comentó al final.

– ¿Cómo? ¿Reuniéndome con él en la superficie? -preguntó el Embaucador-. Se te debe de haber ido la cabecita.

– ¿Y de verdad crees que el Tuerto va a venir hasta ti?

– Va a tener que hacerlo si quiere el Oráculo -repuso el as-. No habrá secreto, plan o estrategia que el Orden pueda ocultarle cuando el Oráculo obre en su poder. No puede esperar ganar la guerra sin él y no puede permitir que caiga en poder del otro lado, desde luego. -Loki esbozó una sonrisa-. Así que ya ves, Maddy, no tiene elección, salvo aceptar mis condiciones. Tráeme a Odín y le dejaré hablar con el Susurrante. Si no lo hace así, dudo que tenga muchas posibilidades una vez que el Orden venga aquí.

Ella puso cara de pocos amigos. Todo esto sonaba ingenioso, pero muy traído por los pelos. Ya había experimentado el hechizo de Loki, pero también conocía su reputación y estaba al tanto de que sus motivos rara vez eran limpios. Le miró y le vio observándola a ella con un brillo peligroso en sus ojos ardientes.

– ¿Y bien? -inquirió.

– No confío en ti -replicó Maddy.

El Embaucador se encogió de hombros.

– Poca gente lo hace, pero ¿por qué no? Eres fuerte. Ya me has batido una vez antes.

– Dos veces -le corrigió Maddy.

– Lo que quieras -transigió él.

Ella sopesó con detenimiento la cuestión y se percató, quizá demasiado tarde, de que en realidad no sabía casi nada acerca de los poderes de su interlocutor. Le había batido, sin duda, ¿o no? La verdad era que no había sido una lucha limpia, pues le había pillado desprevenido. O quizás él le había permitido que le sorprendiera por haberlo planeado así de antemano.

Los pensamientos se agolparon en la mente de Maddy. ¿Qué era lo que ella sabía del Susurrante? Loki le había explicado que era un oráculo, un poder procedente de la Era Antigua, un viejo amigo del Tuerto, un enemigo del Caos, y también le había dicho que le odiaba, que no le hablaba salvo para burlarse de él. Ahora bien, el Tuerto le había vaticinado que el Susurrante acudiría a ella. De pronto, especuló con la posibilidad de que Loki también supiera eso de algún modo.