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Al menos lo estuvo durante unos segundos.

Suavemente, casi como si tocara a un amante, el chino tendió la mano y la apoyó en el hombro de Lawson. Por un momento Rocky pensó que había sorprendido a dos gays en una cita. Pero no era eso. No era eso en absoluto.

Jack Lawson se desplomó como un títere con los hilos cortados.

Rocky ahogó una exclamación. El chino miró el cuerpo caído. Se agachó y cogió a Lawson por… demonios, parecía que lo cogía por el cuello. Como si fuera un cachorro o algo así. Por el pescuezo.

«Maldita sea -pensó Rocky-. Más vale que intervenga.»

Sin el menor esfuerzo, el chino llevó a Lawson hacia el coche. Con una mano. Como si fuera un maletín o algo así. Rocky hizo ademán de coger el móvil.

Mierda, se lo había dejado en el coche.

«Vale, piensa, Rocky», se dijo. El coche del chino era un Honda Accord, con matrícula de Nueva Jersey. Rocky intentó memorizar el número. Vio al chino abrir el maletero. Metió a Lawson dentro como si fuera un fardo de ropa sucia.

«Joder, ¿y ahora qué?», se preguntó Rocky.

Las órdenes que había recibido eran categóricas: «no hables». ¿Cuántas veces lo había oído? «Hagas lo que hagas, sólo debes observar. No hables.»

No sabía qué hacer.

¿Debía limitarse a seguirlos?

No, imposible. Jack Lawson estaba en el maletero. En cualquier caso, Rocky no conocía a ese hombre. No sabía por qué tenía que seguirlo. Había supuesto que la razón por la que lo habían contratado para seguir a Lawson era la de siempre: su mujer sospechaba que tenía una aventura. Eso era una cosa. Seguirlo y probar la infidelidad. Pero ¿esto…?

Lawson había sido agredido. ¡Por amor de Dios, ese chino, esa masa de músculos, lo había metido en el maletero! ¿Podía Rocky quedarse de brazos cruzados, sin más?

No.

Al margen de lo que Rocky hubiera hecho en el pasado, al margen de en qué se hubiera convertido, no iba consentir algo así. ¿Y si perdía al chino? ¿Y si no había bastante aire en el maletero? ¿Y si Lawson estaba gravemente herido y agonizando?

Rocky tenía que hacer algo.

¿Debía llamar a la policía?

El chino cerró el maletero. Se dirigió hacia el asiento del conductor.

Demasiado tarde para llamar a nadie. Tenía que actuar de inmediato.

Rocky era al fin y al cabo un hombre de un metro noventa y cinco de estatura y ciento veinte kilos de peso, fuerte como un roble. Era un luchador profesional. No un boxeador de pacotilla. No un pseudoluchador que montaba el número en un cuadrilátero. Él era un luchador de verdad. No iba armado, pero sabía cuidarse.

Rocky echó a correr hacia el coche.

– ¡Oiga! -gritó-. ¡Oiga! ¡Deténgase ahora mismo!

El chino -al acercarse, Rocky vio que parecía un crío- alzó la vista. No cambió de expresión. Simplemente se quedó mirando a Rocky mientras corría hacia él. No se movió. No intentó meterse en el coche para marcharse. Esperó con paciencia.

– ¡Oiga!

El chino permaneció inmóvil.

Rocky se detuvo a un metro de él. Sus miradas se cruzaron. A Rocky no le gustó lo que vio. Había jugado al fútbol contra auténticos chiflados. Había peleado contra masoquistas dementes en los combates de lucha extrema. Había mirado a los ojos a verdaderos psicópatas: individuos que disfrutaban haciendo daño a la gente. Aquello era distinto. Aquello era como mirar a los ojos de… de algo que no estaba vivo. Tal vez una roca. Un objeto inanimado. Allí no había miedo, ni misericordia, ni razón.

– ¿Puedo ayudarlo en algo? -preguntó el joven chino.

– He visto… Saque a ese hombre del maletero.

El chino asintió.

– Por supuesto.

El chino miró el maletero. Rocky también. Y en ese momento Eric Wu atacó.

Rocky no vio el golpe. Wu se agachó, giró la cintura para tomar impulso y hundió el puño en el riñón de Rocky. Éste había encajado muchos puñetazos. Lo habían golpeado en los riñones hombres el doble de grandes. Pero nunca así. El puño impactó en su cuerpo como un mazo.

Se le cortó la respiración pero permaneció de pie. Wu se acercó más y le clavó algo en el hígado, algo que parecía un espetón. El dolor estalló dentro de él.

Rocky abrió la boca, pero de su garganta no salió ningún grito. Cayó al suelo. Wu se agachó a su lado. Lo último que vio Rocky -lo último que vería en su vida- fue la cara de Eric Wu, tranquila y serena, cuando colocó las manos bajo la caja torácica de Rocky.

«Lorraine», pensó Rocky. Y luego nada más.

5

Grace contuvo un grito. Sobresaltada, se incorporó. La luz del pasillo seguía encendida. Una silueta se recortaba en el resplandor de la puerta. Pero no era Jack.

Despertó, aún con la respiración entrecortada. Un sueño. Lo sabía. Ya mientras soñaba tenía la vaga sensación de que era sólo un sueño. Había soñado eso mismo otras veces, muchas, pero no desde hacía tiempo. «Debe de ser por el aniversario que se avecina», pensó.

Intentó tranquilizarse. Eso no iba a ocurrir. El sueño siempre empezaba y acababa igual. Las variaciones se producían hacia la mitad.

En el sueño, Grace estaba otra vez en el Boston Garden, con el escenario justo enfrente. Tenía delante una barrera de acero, no muy alta, tal vez le llegaba a la cintura, algo que podía servir para sujetar la bicicleta con un candado. Se apoyó en ella.

Por los altavoces se oía Pale Ink, pero eso era imposible porque el concierto ni siquiera había empezado. Pale Ink era el gran éxito del grupo de Jimmy X, el single más vendido del año. Todavía se oye por la radio a todas horas. Lo escucharían en directo, no en una grabación durante el tiempo de espera. Pero si ese sueño era como una película, Pale Ink era, por así decirlo, la banda sonora.

¿Estaba Todd Woodcroft, el chico con el que salía, de pie a su lado? A veces imaginaba que lo cogía de la mano -aunque nunca fueron el tipo de pareja que se cogía de la mano- y luego, cuando todo se precipitaba, la invadía la angustiosa sensación de que su mano se le escapaba. En la realidad, Todd seguramente estaba al lado de ella; en el sueño, sólo a veces. Esta vez, no, no estaba allí. Aquella noche Todd salió ileso. Ella nunca lo culpó por lo que le había sucedido. Todd no habría podido hacer nada. Ni siquiera había ido a verla al hospital. Ella tampoco lo culpó por eso. Lo suyo no había sido más que un amor de juventud, no una relación entre dos almas gemelas, y por entonces ya había empezado a hacer aguas. ¿Quién necesitaba una escena a esas alturas? ¿Quién querría ir a ver a una chica ingresada en un hospital para romper con ella? Mejor para los dos, pensó, dejar que las cosas se apagaran solas.

En el sueño, Grace sabía que estaba a punto de ocurrir una tragedia, pero no hacía nada para evitarlo. Su yo del sueño no lanzaba una advertencia ni intentaba huir. A menudo se preguntaba por qué, pero ¿acaso los sueños no eran así? Uno no puede hacer nada aunque adivine lo que va a pasar, obedece a una especie de programación subconsciente. O tal vez la respuesta fuese más sencilla: no había tiempo. En el sueño, la tragedia se desencadenaba en cuestión de segundos. En la realidad, según los testigos, Grace y los demás habían pasado delante del escenario más de cuatro horas.

La multitud había pasado del entusiasmo inicial a la inquietud, luego al nerviosismo y por último a una manifiesta hostilidad. Jimmy X, cuyo verdadero nombre era James Xavier Farmington, el rockero guapísimo de maravillosa melena, tenía que subir al escenario a las ocho y media de la noche, aunque en realidad nadie lo esperaba antes de las nueve. Y estaban a punto de dar las doce. Al principio, la muchedumbre canturreaba el nombre de Jimmy. A esas alturas se había desatado un coro de abucheos. Mil seiscientas personas, incluidas las que, como Grace, habían tenido la suerte de encontrar entradas de primera fila en el foso de la orquesta, se levantaron como un solo hombre, exigiendo la actuación. Transcurrieron diez minutos más hasta que por fin los altavoces dieron una respuesta. La multitud, recuperando su anterior entusiasmo enfebrecido, enloqueció.