El caso suscitó polémica. La fiscalía lo acusó de dieciocho asesinatos, pero el jurado no lo vio así. El abogado de Larue acabó pactando para rebajarlo a dieciocho homicidios sin premeditación. Nadie se preocupó mucho por la sentencia. El único hijo de Carl Vespa había muerto esa noche. ¿Qué pasó cuando murió el hijo de Gotti en un accidente automovilístico? Nunca más se oyó hablar del hombre que conducía el otro coche, un cabeza de familia. Algo parecido, pensaba casi todo el mundo, sucedería a Wade Larue, sólo que esta vez lo más probable era que el público en general aplaudiera el desenlace.
Durante un tiempo mantuvieron a Wade Larue aislado en la Penitenciaría de Walden. Grace no siguió la historia de cerca, pero los padres -padres como Carl Vespa- continuaron llamando y escribiendo. Necesitaban verla de vez en cuando. Como superviviente, se había convertido en una especie de receptáculo, un receptáculo portador de los muertos. Aparte de la recuperación física, esa presión emocional -esa responsabilidad enorme, imposible- fue en gran medida la razón por la que Grace se fue al extranjero.
Al final, trasladaron a Larue a la zona común con los demás reclusos. Corrió el rumor de que sus compañeros de presidio le propinaron palizas y abusaron de él pero, por alguna razón, sobrevivió. Carl Vespa había renunciado a asestar el golpe. Tal vez fuese una señal de misericordia. O tal vez fuese todo lo contrario. Grace no lo sabía.
– Al final dejó de declararse totalmente inocente, ¿lo sabías? -dijo Vespa-. Reconoce haber disparado, pero afirma que enloqueció cuando se fue la luz.
Lo cual tenía sentido. Por su parte, Grace había visto a Larue una sola vez. La llamaron a declarar, aunque su testimonio no tenía nada que ver con la culpabilidad o inocencia del acusado -prácticamente no recordaba nada de la desbandada, y menos aún de quién había disparado-, y sí mucho que ver con encender las pasiones del jurado. Pero Grace no necesitaba vengarse. Para ella, Wade Larue estaba desquiciado por la droga y no era más que un colgado más digno de compasión que de odio.
– ¿Crees que saldrá? -preguntó ella.
– Tiene una abogada nueva. Es muy buena.
– ¿Y si consigue sacarlo?
Vespa sonrió.
– No te creas todo lo que lees sobre mí. -A continuación añadió-: Además, Wade Larue no es el único culpable de lo que pasó esa noche.
– ¿A qué te refieres?
Vespa abrió la boca pero guardó silencio. Por fin respondió:
– Ya te lo he dicho. Prefiero enseñártelo.
Por algo en su tono, Grace decidió cambiar de tema.
– Has dicho que estabas soltero -observó Grace.
– ¿Cómo?
– Le has dicho a mi amiga que estabas soltero.
Vespa agitó el dedo. No llevaba sortija.
– Sharon y yo nos divorciamos hace dos años.
– Lo siento.
– Hacía tiempo que las cosas no iban bien. -Se encogió de hombros y desvió la mirada-. ¿Cómo está tu familia?
– Bien.
– Noto cierta vacilación.
Ella se encogió ligeramente de hombros.
– Por teléfono me has dicho que necesitabas ayuda.
– Creo que sí.
– ¿Y bien? ¿Qué pasa?
– Mi marido… -Se interrumpió-. Creo que mi marido tiene un problema.
Le contó la historia. Él, con la mirada fija al frente, eludía la mirada de Grace. De vez en cuando asentía, pero de una manera que parecía curiosamente fuera de contexto. No cambiaba de expresión, lo cual era raro. Carl Vespa solía estar más animado. Cuando Grace paró de hablar, él permaneció un rato callado.
– Esa foto… -dijo Vespa-, ¿la llevas encima?
– Sí. -Se la dio. Advirtió que a Carl le temblaba un poco la mano.
– ¿Puedo quedármela? -preguntó él.
– Tengo copias.
Vespa seguía con la mirada fija en las imágenes.
– ¿Te importa si te hago unas cuantas preguntas personales? -inquirió él.
– Supongo que no.
– ¿Quieres a tu marido?
– Mucho.
– ¿Y él te quiere a ti?
– Sí.
Carl Vespa sólo había visto a Jack una vez. Les había enviado un regalo de boda cuando se casaron. También enviaba regalos de cumpleaños a Emma y Max. Grace le escribía dándole las gracias y los donaba a la beneficencia. No le importaba relacionarse con él, pero no quería ver a sus hijos… ¿cómo decirlo?… mancillados por esa relación.
– Os conocisteis en París, ¿no?
– En realidad en el sur de Francia. ¿Por qué?
– ¿Y cómo volvisteis a veros?
– ¿Y eso qué importancia tiene?
Él vaciló un segundo de más.
– Supongo que intento averiguar hasta qué punto conoces a tu marido.
– Llevamos diez años casados.
– Lo entiendo. -Cambió de posición en el asiento-. Cuando os conocisteis, ¿estabas allí de vacaciones?
– No sé si lo llamaría exactamente vacaciones.
– Estabas estudiando. Pintabas.
– Sí.
– Y bueno, sobre todo huías.
Grace calló.
– ¿Y Jack? -prosiguió Vespa-. ¿Por qué estaba allí?
– Por la misma razón, supongo.
– ¿Huía?
– Sí.
– ¿De qué?
– No lo sé.
– En ese caso, ¿puedo decir lo evidente?
Grace esperó.
– Aquello de lo que huía, fuera lo que fuese -Vespa señaló la foto-, lo ha alcanzado.
Grace había pensado lo mismo.
– Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
– También desde la Matanza de Boston. Cuando huiste, ¿conseguiste dejarlo atrás?
Por el espejo retrovisor, Grace vio que Cram la miraba, en espera de una respuesta. Permaneció inmóvil.
– Nada se queda en el pasado, Grace. Lo sabes.
– Quiero a mi marido.
Él asintió.
– ¿Me ayudarás? -preguntó Grace.
– Sabes que sí.
El coche salió de la autopista de Garden State. Más adelante, Grace vio una estructura enorme y anodina con una cruz encima. Parecía un hangar. Un cartel de neón anunciaba que todavía quedaban entradas para los «Conciertos con el Señor». Tocaba una orquesta llamada Rapture. Cram estacionó la limusina en un aparcamiento lo bastante grande como para concederle la categoría de estado.
– ¿Qué hacemos aquí?
– Buscar a Dios -contestó Vespa-. O tal vez su contrario. Vamos adentro, quiero enseñarte algo.
13
«Esto es una locura», pensó Charlaine.
Avanzaba con paso firme hacia el jardín de Freddy Sykes, sin pensar ni sentir nada. Se le había pasado por la cabeza la idea de que acaso estuviera jugándosela por desesperación, por el ávido deseo de introducir cualquier clase de emoción en su vida. Pero ¿qué más daba? En realidad, si se paraba a pensar, ¿qué era lo peor que podía suceder? Por ejemplo, en el caso de que Mike se enterase. ¿La dejaría? ¿Sería eso tan terrible?
¿Quería que la descubriesen?
En fin, ya bastaba de tanto autoanálisis de aficionados. Tampoco pasaba nada si llamaba a la puerta de Freddy, en el papel de buena vecina. Dos años antes Mike había levantado una empalizada de un metro veinte de altura en el jardín trasero. Quería poner una más alta, pero las ordenanzas municipales sólo se lo permitían si tenía piscina.
Charlaine abrió la verja que separaba su jardín trasero del de Freddy. Curiosamente, era la primera vez que lo hacía. Nunca había abierto esa verja.
Al acercarse a la puerta trasera de Freddy, se dio cuenta de lo deteriorada que estaba la casa, con la pintura desconchada, el jardín abandonado. Las malas hierbas crecían en las grietas del sendero. Había césped seco por todas partes. Se volvió y miró su casa. Nunca la había visto desde allí. También parecía cansada.