– Pero ¿tengo razón?
– Sí, vale, si Jack tiene secretos conmigo…
– Todo el mundo tiene secretos. Vamos, tú ya lo sabes. ¿Me estás diciendo que todo esto te sorprende?
En circunstancias normales, semejante verdad habría hecho vacilar a Grace, pero no había tiempo para esa clase de licencias.
– Bien, pues supongamos que Jack realmente rompió las facturas del móvil -dijo Grace-. ¿Cómo vamos a conseguirlas?
– Igual que las que acabo de conseguir ahora. Abrimos otra cuenta por Internet, esta vez con Version Wireless. -Cora empezó a teclear.
– ¿Cora?
– Dime.
– ¿Puedo preguntarte una cosa?
– Adelante.
– ¿Cómo sabes hacer todo esto?
– Por experiencia práctica. -Paró de teclear y miró a Grace-. ¿Cómo te crees que me enteré de lo de Adolf y Eva?
– ¿Los espiaste?
– Ajá. Compré un libro llamado Espionaje para idiotas o algo así. Está todo ahí. Quería asegurarme de que tenía todos los datos antes de enfrentarme a ese patético personaje.
– ¿Y qué dijo cuando se lo echaste en cara?
– Que lo sentía. Que no volvería a hacerlo. Que renunciaría a Ivana la de los Implantes y no volvería a verla.
Grace observó teclear a su amiga.
– Lo quieres mucho, ¿verdad?
– Más que a la propia vida. -Sin dejar de teclear, Cora añadió-: ¿Y si abrimos otra botella de vino?
– Sólo si esta noche no conducimos.
– ¿Quieres que me quede aquí a dormir?
– No deberíamos conducir, Cora.
– Trato hecho.
Cuando Grace se puso en pie, sintió que la cabeza le daba vueltas por el vino. Fue a la cocina. Cora a menudo bebía demasiado, pero esa noche Grace se alegraba de poder acompañarla. Abrió otra botella de Lindemans. Como el vino estaba a temperatura ambiente, echó abundante hielo en los vasos. Una torpe solución, sí, pero a las dos les gustaba frío.
Cuando Grace volvió al despacho, la impresora estaba en marcha. Le pasó a Cora un vaso y se sentó. Se quedó mirando el vino y movió la cabeza en un gesto de pesar.
– ¿Qué?
– Por fin he conocido a la hermana de Jack.
– ¿Y?
– O sea, date cuenta. Sandra Koval. Antes ni siquiera sabía cómo se llamaba.
– ¿Nunca le has preguntado a Jack por ella?
– En realidad no.
– ¿Por qué no?
Grace bebió un sorbo.
– No sabría explicarlo.
– Inténtalo.
Alzó la vista y se lo pensó.
– Me pareció que era lo más sano. Ya me entiendes, respetar la intimidad del otro respecto a algunas cosas. Yo huía de algo. Él nunca me presionó por ello.
– ¿Y tú tampoco lo presionaste a él?
– Fue más que eso.
– ¿Qué?
Grace reflexionó.
– Yo nunca entré en todo ese rollo de «no hay secretos entre nosotros». Jack tenía una familia rica y no quería saber nada de ella. Se habían peleado. Eso era lo único que yo sabía.
– ¿De qué eran ricos?
– ¿A qué te refieres?
– ¿A qué se dedican?
– Es una sociedad de cartera o algo así, una empresa que fundó el abuelo de Jack. Tienen fondos fiduciarios, opciones y acciones con derecho a voto, cosas por el estilo. No son Onassis, pero no les va mal, supongo. Jack no quiere saber nada. No vota. Se niega a tocar el dinero. Llegó a un acuerdo para que el fideicomiso pase a la siguiente generación.
– ¿Para que lo hereden Emma y Max?
– Sí.
– ¿Y eso qué te parece?
Grace se encogió de hombros.
– ¿Sabes de qué me estoy dando cuenta? -dijo.
– Soy toda oídos.
– ¿Sabes por qué nunca presioné a Jack? No tenía nada que ver con el respeto a la intimidad.
– Entonces, ¿qué era?
– Lo quería. Lo quería más que a cualquier hombre de cuantos había conocido…
– Intuyo que aquí viene un «pero».
Grace sintió las lágrimas asomar a sus ojos.
– Pero me parecía todo tan frágil. ¿Entiendes lo que quiero decir? Cuando estaba con él… esto te parecerá estúpido, pero con Jack fui feliz como no lo había sido desde que… no sé, desde que murió mi padre.
– Has sufrido mucho -dijo Cora.
Grace no contestó.
– Te daba miedo perderlo. No querías exponerte a más dolor.
– ¿Y por eso elegí la ignorancia?
– Oye, se supone que en la ignorancia está la felicidad, ¿no?
– ¿Y tú te lo crees?
Cora se encogió de hombros.
– Si yo nunca hubiese espiado a Adolf, lo más probable es que él hubiera tenido su aventurilla y luego se le hubiese pasado. Quizás ahora viviría con el hombre al que quiero.
– Todavía puedes volver con él.
– Imposible.
– ¿Por qué?
Cora reflexionó.
– Necesito la ignorancia, supongo. -Cogió el vaso y bebió un largo trago.
La impresora se detuvo. Grace cogió las hojas y las examinó. Conocía la mayoría de los números. De hecho, los conocía casi todos.
Pero uno enseguida le llamó la atención.
– ¿De dónde es el prefijo seis cero tres? -preguntó Grace.
– Ni idea. ¿Qué llamada es?
Grace se la enseñó en la pantalla. Cora la señaló con el cursor.
– ¿Qué haces? -preguntó Grace.
– Si haces clic en el número con el ratón, sale el nombre de la persona a quien llamó.
– ¿En serio?
– Oye, ¿en qué siglo vives? Ahora las películas ya son sonoras.
– ¿O sea que sólo tienes que marcar el vínculo?
– Y te lo dice todo. A menos que el número no figure en la guía. Cora apretó el botón izquierdo del ratón. Salió un rótulo en el que se leía:
número no registrado
– Vaya, no está en la guía.
Grace miró el reloj.
– Sólo son las nueve y media -dijo-. No es demasiado tarde para llamar.
– Según las reglas del juego del marido desaparecido, no, no es demasiado tarde para llamar.
Grace descolgó el auricular y marcó el número. Un pitido agudo, no muy distinto del sonido de los altavoces en el concierto de Rapture, le atravesó el tímpano. A continuación: «El número al que ha llamado -la voz grabada recitó el número- ha sido desconectado. No disponemos de más información».
Grace frunció el entrecejo.
– ¿Qué?
– ¿Cuándo fue la última vez que Jack llamó a ese número?
Cora lo miró.
– Hace tres semanas. Habló dieciocho minutos.
– Está desconectado.
– Mmm, el prefijo es el seis cero tres -observó Cora, pasando a otra página web. Tecleó «prefijo seis cero tres» y pulsó la tecla intro. La respuesta llegó de inmediato-. Es de New Hampshire. Espera, vamos a ver qué sale en Google.
– ¿Qué quieres buscar? ¿New Hampshire?
– El número de teléfono.
– ¿Para qué?
– El número no sale en la guía, ¿no?
– No.
– Espera, voy a enseñarte algo. Esto no funciona siempre, pero mira. -Cora tecleó el número de teléfono de Grace en el buscador-. Buscará esa secuencia de números en toda la red, no sólo en las guías. Eso no nos sirve porque, como has dicho, el número no sale en la guía. Pero…
Cora pulsó la tecla intro. Apareció un resultado. Era la página de un premio de arte concedido por la Universidad de Brandeis, donde estudió Grace. Cora hizo clic en el vínculo. Salieron el nombre y el número de teléfono de Grace-. ¿Has estado en el jurado de un premio de pintura?
Grace asintió.
– Era para una beca de arte.
– Pues ahí estás. Tu nombre, tu dirección y tu número de teléfono junto con los demás miembros del jurado. Debiste de darles tus datos.
Grace cabeceó.
– Ya puedes tirar tus cintas de ocho pistas y bienvenida a la Era de la Información -dijo Cora-. Y ahora que sé cómo te llamas, puedo hacer un millón de búsquedas distintas. Saldrá la página de tu galería. Tu universidad. Lo que sea. Ahora probemos con este número del seis cero tres…