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Freddy Sykes, tumbado de espaldas, se llevó las manos al cuello. Intentó gritar, pero sólo consiguió emitir leves sonidos, como si graznase. Wu se agachó y lo puso boca abajo. Freddy forcejeó. Wu levantó la camisa a su víctima. Freddy pataleó. Con sus dedos expertos, Wu recorrió la columna hasta que encontró el lugar exacto entre la cuarta y la quinta vértebra. Freddy seguía pataleando. Empleando el índice y el pulgar como bayonetas, Wu clavó los dedos en el hueso, casi rasgando la piel.

Freddy se puso rígido.

Wu presionó un poco más y dislocó las facetas auriculares. Hundiendo los dedos cada vez más entre las dos vértebras, apretó con fuerza y tiró. En la columna de Freddy, algo se partió como una cuerda de guitarra.

Cesó el pataleo.

Cesó todo movimiento.

Pero Freddy Sykes estaba vivo. De eso se trataba. Eso era lo que Wu quería. Antes los mataba de inmediato, pero ahora sabía que no le convenía. Vivo, Freddy podía llamar a su jefe y decirle que se tomaba unos días de fiesta. Vivo, podía darle su contraseña si Wu quería sacar dinero del cajero. Vivo, podía responder a los mensajes si alguien llamaba.

Y vivo, Wu no tendría que preocuparse por el olor.

Wu amordazó a Freddy y lo dejó desnudo en la bañera. La presión en la columna había desplazado las facetas auriculares. Al dislocarse las vértebras, la médula espinal se había contusionado en lugar de partirse. Wu comprobó el resultado de su trabajo. Freddy no podía mover las piernas en absoluto. Quizá le respondiesen los deltoides, pero no las manos ni la parte inferior del brazo. Y lo más importante era que podía respirar.

A efectos prácticos, Freddy Sykes estaba paralizado.

Si tenía a Sykes en la bañera, le era más fácil limpiar la suciedad. Freddy tenía los ojos un poco demasiado abiertos. Wu ya había visto esa mirada: más allá del terror pero sin llegar a la muerte, un vacío situado en ese terrible vértice entre lo uno y lo otro.

Obviamente no era necesario atarlo.

Wu se quedó sentado a oscuras y esperó a que anocheciera. Cerró los ojos y dejó que su mente retrocediera en el tiempo. En Rangún había cárceles donde estudiaban las fracturas de la espina dorsal después de los ahorcamientos. Aprendían dónde debían poner el nudo, dónde aplicar la fuerza, cuáles eran los efectos de cada posible colocación. En Corea del Norte, en la cárcel de presos políticos que había sido el hogar de Wu desde los trece hasta los dieciocho años, llevaban esos experimentos un poco más lejos. A los enemigos del Estado los mataban de maneras creativas. Wu había eliminado a muchos sólo con sus manos. Se las había endurecido a fuerza de golpear piedras con los puños. Había estudiado la anatomía del cuerpo humano de una manera que envidiarían muchos estudiantes de medicina. Había hecho prácticas con seres humanos, perfeccionado las técnicas.

El punto exacto entre la cuarta y la quinta vértebra. Ésa era la clave. Un poco más arriba y la víctima quedaba paralizada por completo, lo que le provocaba la muerte en poco tiempo, ya que, además de brazos y piernas, perdían sus funciones también los órganos internos. Un poco más abajo y sólo afectaba a las piernas. Los brazos seguían moviéndose. Y si presionaba demasiado, se partía la columna por completo. Era un ejercicio de precisión. Consistía en encontrar la justa medida. Se reducía a una cuestión de práctica.

Wu encendió el ordenador de Freddy. Quería mantenerse en contacto con los demás solteros de su lista, porque nunca sabía cuándo necesitaría un lugar nuevo para vivir. Cuando acabó, se permitió dormir. Al cabo de tres horas despertó y fue a comprobar cómo seguía Freddy. Tenía los ojos más vidriosos, fijos en el techo, y parpadeaba con la mirada vacía.

Cuando el contacto de Wu lo llamó al móvil, eran casi las diez de la noche.

– ¿Ya te has instalado? -le preguntó.

– Sí.

– Ha surgido una complicación.

Wu esperó.

– Tenemos que acelerar un poco las cosas. ¿Te supone algún problema?

– No.

– Hay que llevarlo ahora.

– ¿Tienes algún sitio?

Wu escuchó, memorizando las señas.

– ¿Alguna pregunta?

– No -contestó Wu.

– ¿Eric?

Wu esperó.

– Gracias, tío.

Wu colgó. Encontró las llaves del coche y se marchó con el Honda de Freddy.

3

Grace no podía llamar aún a la policía. Tampoco podía dormir.

El ordenador continuaba encendido. El salvapantallas era una foto de la familia tomada el año anterior en Disneylandia. Los cuatro posaban con Goofy en Epcot Center. Jack llevaba puestas unas orejas de ratón. Sonreía de oreja a oreja. La sonrisa de ella era más remisa. Se había sentido tonta, y eso había servido de acicate a Jack. Grace tocó el ratón -el otro ratón, el ratón del ordenador- y su familia desapareció.

Marcó el icono nuevo y apareció la extraña foto de los cinco universitarios. La imagen estaba en Adobe Photoshop. Grace se quedó varios minutos escrutando esas caras jóvenes, buscando… no sabía qué, acaso una pista. Desplazó el cursor a cada rostro y amplió la imagen a un tamaño de diez por diez centímetros. Si las agrandaba más, las caras, ya de por sí borrosas, se volvían indescifrables. El papel de calidad ya estaba en la impresora a color de chorro de tinta, de modo que dio la orden de imprimir. Cogió una tijera y se puso manos a la obra.

Poco después tenía cinco retratos independientes, uno de cada persona de la instantánea. Volvió a examinarlos, esta vez fijándose más detenidamente en la rubia que aparecía al lado de Jack. Era guapa, con una tez fresca y natural, pelo largo y muy rubio. Miraba fijamente a Jack, y no era ni mucho menos una mirada de despreocupación. Grace sintió una punzada… ¿de qué? ¿Celos? A ella misma le causó extrañeza. ¿Quién era esa mujer? Obviamente una antigua novia, una novia a quien Jack nunca había mencionado. Pero ¿y qué? Grace tenía un pasado. Jack también. ¿Por qué la mirada de esa chica en una foto habría de molestarla?

¿Y ahora qué?

Tendría que esperar a Jack. Cuando volviera a casa, le exigiría respuestas.

Pero ¿respuestas a qué?

«Recapitulemos un momento», se dijo. ¿Qué estaba pasando? Una vieja fotografía, probablemente de Jack, había aparecido entre sus fotos. Era raro, desde luego. Incluso resultaba un tanto escalofriante, viendo a esa rubia con la cara tachada. Y Jack ya había salido hasta tarde otras veces sin llamar. ¿A qué venía, pues, tanto alboroto? Casi con toda seguridad se había disgustado por algo relacionado con la foto. Había apagado el móvil y debía de estar en un bar. O en casa de Dan. Todo eso no debía de ser más que una broma extraña.

«Sí, claro, Grace -pensó-. Una broma. Igual que lo del "rebaño a darse un baño".»

Sentada a solas en la habitación a oscuras salvo por el resplandor del monitor, Grace buscó más explicaciones lógicas a lo que sucedía. Dejó de hacerlo al caer en la cuenta de que sólo había conseguido asustarse más.

Grace marcó con el ratón la cara de la joven, la que miraba a su marido con anhelo, y la amplió para verla mejor. Miró el rostro fijamente, muy fijamente, y un cosquilleo de pavor le recorrió el cuero cabelludo. Grace no se movió. Se limitó a mirar la cara de la mujer. No sabía dónde, cuándo ni cómo, pero en ese momento tomó conciencia de algo con una certeza aplastante.

Grace ya había visto antes a esa joven.

4

Rocky Conwell se apostó junto a la residencia de los Lawson.

Intentó ponerse cómodo en su Toyota Celica de 1989, pero era imposible. Rocky era demasiado corpulento para aquella mierda de coche. Dio tal tirón a la maldita palanca del asiento que casi la arrancó, pero ya no podía echarlo más atrás. Tendría que conformarse. Se arrellanó lo más que pudo y dejó que se le cerrasen los ojos.