Выбрать главу

– No, yo no lo sabía -dijo Bernal-; pero sigue.

– Bueno, parece que Marisol fumaba cigarrillos rubios; la cajetilla que había junto a la cama era de Winston. Pero en el cenicero había una colilla de Rex, que es negro. La saliva de éste es en la que estoy más interesado.

– ¿Y si las huellas parciales de la jeringuilla y el grupo sanguíneo del fumador pertenecen a una sola persona?

– Eso indicaría que tenemos mala suerte porque los tribunales sólo lo aceptarían como prueba concluyente única de las huellas, mientras que sería conveniente que la saliva perteneciera al otro agresor, que no dejó huella dactilar alguna, aunque sí huellas de guantes en alguna parte de los muebles. La cuestión es si éstas están mezcladas con las huellas de guantes del segundo grupo. Claro que, si encontramos los guantes, algo habremos adelantado. ¿Ha comparado Prieto las huellas de los guantes con las dejadas en casa de Santos?

– No, que yo sepa -dijo Bernal-. Anda muy desconcertado en este caso.

– Como siempre -dijo Varga, en son de rivalidad profesional.

– Vamos, vamos, ¿qué crees que ocurrió después?

– Cuando los asaltantes hubieron registrado el piso en busca de lo que fuera, tal vez en vano, excepción hecha de la jeringuilla, esperaron a que la chica volviera en sí. Hay síntomas casi insignificantes de alteración en el polvo de los cajones y el aparador, los papeles del forro se habían tocado, etc., pero todo revela que se hizo a conciencia.

– Entonces no podrán distinguirse indicios de dos búsquedas -dijo Bernal.

– No, pero hubo dos a juzgar por la forma en que las huellas de guantes están superpuestas -respondió Varga-. Cuando la joven volvió en sí, seguramente la amenazaron para obtener algún tipo de información, aplicándole cigarrillos encendidos en el brazo y el hombro derechos.

– ¿Se saldrían con la suya?

– ¿Quién lo sabe? Luego le inyectaron la sobredosis de heroína. Es posible que la chica cooperase en este punto, porque es muy probable que estuviese ansiosa de una nueva dosis. Sin duda pensó que se trataba de una cantidad normal, puesto que el polvillo era el mismo, sólo que casi no había lactosa en aquella última y fatal inyección.

– Tal vez -dijo Elena- la tentaran con la inyección a modo de premio y la amenazaran con el cigarrillo encendido a modo de castigo.

– Bien razonado, Elena -dijo Bernal-. Un adicto con el pavo acaso no sienta en exceso una quemadura de cigarrillo, por muy elevada que sea la temperatura de la brasa, y ella habría hecho o dicho cualquier cosa por una dosis.

– También es posible que la chica no supiera nada y no pudiera ayudar a los agresores -dijo Paco.

– En efecto -dijo Bernal-, aunque sí pudo revelarles dónde vivía su novio y, en consecuencia, los agresores fueron al día siguiente a su casa. ¿Qué dices del segundo grupo de intrusos, Varga?

– Bueno, es casi seguro que fue el mismo que forzó la entrada en Alfonso XII. La palanqueta utilizada en la ventana de la cocina ha dejado señales idénticas, aunque aquí la empleó el otro hombre o un individuo distinto. Uno de ellos pudo tener un tropiezo con el perro y ello motivó posiblemente el desgarrón de la tela del pantalón. El laboratorio investiga el pedazo de tela en este momento. Y, cosa curiosa, el paño es idéntico al de los uniformes de la Policía Armada.

Todos se miraron con sorpresa, salvo Bernal.

– Pero ¿quién pudo hacerse con un uniforme de policía? -preguntó Elena.

Volvieron a mirarse todos, momentáneamente confundidos por la ingenuidad de aquella pregunta, y Bernal aprovechó la pausa para decir rápidamente:

– No es muy difícil, Elena, y todo les tuvo que ser mucho más sencillo si fueron vestidos de policías. Tal vez esté aquí la clave de por qué no se advirtió su presencia ni en Ave María ni en Alfonso XII. ¿Algo más, Varga?

– Bueno, sólo el perro. Mientras que el primer grupo seguramente lo condujo a la cocina para dormirlo y encerrarlo, el segundo se lo encontró allí, el animal despertó y los vio en el momento en que entraban por la ventana. Sin duda lo volvieron a encerrar en el mismo sitio, o en el cuarto de baño, mientras registraban el piso. Y cuando se fueron lo encerraron en la sala de estar, cosa que no tuvo que causar problemas porque el animal preferiría quedarse junto a su dueña, ya muerta entonces.

– ¿Qué dices a propósito de la hora? -preguntó Bernal.

– Bueno, por lo que dijo Peláez en el escenario del crimen, deduzco que el segundo grupo entró después de las diez de la noche del sábado. Había entonces menos riesgo de que los descubriesen porque a esa hora casi todo el mundo estaba cenando y viendo la televisión. Escalaron la pared trasera del patio y no es mucha la altura que hay hasta la ventana de la joven. Como el portero está sordo, era improbable que les oyese, aunque, claro, los dos individuos no tenían por qué saberlo. Descubrí huellas de tacones de goma en la pared trasera, aunque la lluvia que ha caído desde el sábado por la noche ha tenido que borrar otros rastros.

– Has hecho un trabajo estupendo, Varga, todos te lo agradecemos muchísimo. Ya sólo nos queda esperar el informe del laboratorio. Y el de Prieto sobre las huellas. Saldré contigo. Elena, ayuda a Ángel a examinar el material que se encontró en el piso de Marisol. Paco, tú ve a cumplir el encarguito que te hice, ¿quieres?

– Sí, jefe. En seguida.

– Volveré dentro de una hora. Hasta luego.

– Hasta luego -respondieron todos al unísono.

Seis y media de la tarde

Bernal iba por la calle con Varga.-Deja que te invite a merendar o a tomar algo -dijo Bernal.

– De acuerdo, jefe. Tengo un rato libre.

Ya en el bar, el técnico pidió un cortado y Bernal hizo lo mismo.

– Me preocupa este caso, Varga, y en no pequeña medida por la falta de seguridad interior que se puso de manifiesto anoche en la sección de Prieto. Esto, junto con el pedazo de tela de uniforme, me hace pensar que el segundo grupo de intrusos de ambos casos entró en los dos con ciertos objetivos semioficiales y que este hecho se nos oculte.

– Es posible que se trate de incontrolados, jefe, gente de la extrema derecha, incluso policía paralela. Ya sabe usted que algunos de nuestros colegas están metidos en el ajo, según rumores.

– Pero ¿quién los dirige? Tiene que ser alguien de muy arriba.

– Bueno, siempre se oye algo acerca de las peleas internas entre profesionalistas y militaristas, y se dice que el ministro media, procurando que haya paz.

– Sin embargo, tiene que haber algún tipo de relación entre los asesinos y los intrusos -dijo Bernal-. ¿Cómo, si no, pudieron saber los segundos que Marisol había sufrido una agresión y un registro la casa? No lo descubrimos hasta esta mañana.

– Los segundos pudieron vigilar los pasos de los primeros y entrar después para ver lo ocurrido, cosa que ingiere que tal vez sean algo así como fuerzas de seguridad.

– Bueno, la huella, si se la identifica, nos pondrá en la pista de uno de los asesinos, y éste es mi deber profesional -dijo Bernal.

– Seguramente lo sabremos mañana -digo Varga.

Bernal no estimó prudente darle a conocer el encargo que había hecho a Paco a propósito del inspector Cambronero, de Documento Nacional de Identidad.

– Será mejor que volvamos, Varga. Tengo que hacer el informe provisional.

– Sería conveniente que viese usted esto, jefe, antes de irnos. Me pareció oportuno guardar esta prueba hasta que estuviéramos solos -dijo Varga, sacando del bolsillo una cajita de cartón de color canela-. Aún no le han investigado las huellas, ya que no se la enseñé a Prieto, de modo que, por favor, no la toque. La encontré en el piso de Marisol, junto a la cama.