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– ¿Dónde está la carta de que nos ha hablado, señora?

– Aquí la tengo-dijo ella, haciéndoles pasar a una sala de estar privada y amueblada con sillas tapizadas en zaraza gastada. El matasellos de la carta era de Alicante y del día anterior.

– Nos quedaremos con ella -le dijo Bernal-. Mire, señora, cuando venga, no le diga nada de la carta ni de nuestra visita. ¿Entiende? Pues eso. Compórtese como siempre. Según usted, no siempre cena en casa, ¿no?

– Raramente -admitió la mujer-. Por lo general, viene a afeitarse y cambiarse de ropa, y se va otra vez hasta eso de las nueve.

– Pues recuerde. Si dice usted algo de nuestra visita, no me hago responsable de lo que pueda ocurrirle a usted o a su pensión, ¿estamos?

– Sí, comisario, sí.

Bernal y Navarro bajaron a la calle sin encontrar a nadie. Fueron a conferenciar con los policías de paisano por la ventanilla de la camioneta.

– Esperaremos hasta que aparezca -dijo Bernal a los dos inspectores-. Por lo general viene a afeitarse y cambiarse, y vuelve a salir enseguida. Lo seguiremos a ver dónde nos lleva. Si tiene coche o coge un taxi, le pisaremos los talones con la camioneta y el coche particular y nos mantendremos continuamente en contacto por radio.

– De acuerdo, jefe.

– Por favor, avisen a sus hombres que no se le acerquen demasiado.

– Se hará, jefe.

Mientras esperaban en el pequeño Fiat estacionado junto a la esquina con Amor de Dios, desde donde se alcanzaba a ver la puerta de la pensión, Bernal abrió la carta certificada y le echó una ojeada con ayuda de una linterna de bolsillo.

– Es dinero -dijo a Paco-. Unas diez mil pesetas, pero no hay ninguna carta. No lo cogeré, por si hubiera huellas.

Habló por radio con la central y pidió comunicación con Ángel Gallardo. Después de unos ruidos se oyó la voz de Ángel.

– Ha llamado el inspector Martín. Montó una discreta guardia junto al almacén y nos tendrá informados de todo movimiento sospechoso.

– Estupendo -contestó Bernal-. ¿Puedes ponerle en contacto directo conmigo, si hay alguna emergencia?

– Sí, jefe.

Más arriba, en la misma calle de las Huertas, donde ésta sale a la plaza del Ángel, los bares estarían llenos de entusiastas del toreo a aquella hora, pensaba Bernal, pero en aquel lugar, más próximo al paseo del Prado, un viento cortante barría la calle y había pocos transeúntes. Huertas, la calle de los jardineros, probablemente los del viejo Convento de San Jerónimo; ya no se veía ninguno, meditó.

Navarro le llamó la atención a propósito de un individuo que vestía un chaquetón claro de ante y que bajaba de prisa por Huertas, hacia donde se encontraban los vehículos.

– Tal vez sea él, jefe.

Se agacharon en el asiento trasero, mientras el chófer oteaba por el retrovisor. Cuando pasó junto al coche, el individuo ni siquiera le dedicó una mirada. Pensaría que era uno de los muchos coches estacionados en aquella parte de la calle. Cuando se volvió un poco para entrar en el zaguán de la pensión, a la luz del farol callejero que había encima, lo identificó Paco con el que había visto en la foto.

– Es él. Estoy seguro.

Al cabo de unos momentos, uno de los inspectores se acercaba para hablar con Bernal.

– Lo hemos reconocido, señor comisario, por la fotografía. ¿Qué hay que hacer?

– Si va a tomar un taxi -dijo Bernal-, seguro que baja hasta la plaza Platerías Martínez. Allí suele encontrarse alguno libre, o si no lo encontrará en el paseo del Prado. Por tanto nosotros vamos a movernos un poco y a aparcar de modo que tengamos a la vista la entrada de Moratín, en tanto que ustedes se quedarán y nos dirán lo que ocurre por radio. Claro, si va Huertas arriba, como la calle es de una sola dirección, que dos de los hombres le sigan a pie por separado; y lo mismo si toma cualquiera de los callejones. Pero que no se le acerquen demasiado.

Nueve y media de la noche

Una vez estacionados ante Moratín, Bernal y Navarro tuvieron que guiarse por los mensajes periódicos del coche K: «Sin novedad». Por fin, a las nueve y cuarenta y dos la radio volvió a emitir.

– Acaba de salir, lleva ahora un abrigo beige y un sombrero gacho, tipo italiano, de color marrón oscuro, caído sobre la ceja izquierda. Va calle abajo -hubo una pausa-. Cruza la bocacalle de Desamparados. Ahora se dirige a la esquina con Jesús. Uno de nuestros hombres le sigue. El sospechoso no ha mirado hacia atrás en ningún momento -otra pausa-. Cruza Jesús y continúa hasta donde están ustedes.

Bernal advirtió que un taxi acababa de dejar un pasajero en la esquina con el paseo del Prado. ¿Lo detendría Torelli? Mientras se preguntaba esto, el hombre del sombrero apareció por Huertas, corriendo y gritando: «¡Taxi!» En cuanto lo vieron subir, Bernal le dijo al chófer que pusiera en marcha el motor. Sabía que a menos que cruzara la avenida hacia el Museo del Prado, el taxi tendría que doblar por la derecha, hacia Atocha, ya que aquella parte de la calzada era unidireccional.

Cogió el micrófono de la radio.

– K treinta y dos. Aquí Bernal. Ha tomado un taxi y vamos a seguirle. Recojan a sus hombres y sígannos a prudente distancia. Va a doblar a la derecha, hacia Atocha. Ojo con no perderle en el «escaléxtric».

El mensaje fue recibido. En los cuatro carriles de tráfico detenido ante los semáforos que había bajo el escaléxtric, Bernal vio que el taxi de Torelli se encontraba a dos vehículos de distancia por delante, en el cuarto carril. Bernal volvió a hablar por la radio y dio al coche K la matrícula y situación del taxi.

– Le seguiremos nosotros si gira a la derecha por Atocha, si baja por Primo de Rivera, o bien si se mete en la estación. Lo mejor es que ustedes se preparen para seguirle si rodea la fuente hacia la izquierda y se dirige a Reina Cristina o a Claudio Moyano. -El mensaje fue recibido otra vez.

Bernal se dirigió a Paco y al chófer.

– Tengo la imperiosa corazonada de que va hacia María Cristina para bajar luego a Ciudad de Barcelona. Procure ponerme al habla con Ángel en la central.

El chófer radió el mensaje y oyeron la voz de Ángel.

– Diga, jefe.

– ¿Puedes ponerme directamente con el inspector Martín?

– Sí, jefe, está cerca de usted, en un coche K, junto al almacén de Ciudad de Barcelona.

– Estupendo -dijo Bernal-. Ponme con él.

– ¿Comisario? Soy Martín.

– Escuche: estamos en Atocha y es muy posible que el sospechoso Torelli vaya hacia usted en un taxi. ¿A qué altura de Ciudad de Barcelona está el almacén?

– Poco después de la desembocadura de Doctor Esquerdo, dos manzanas más abajo, a la derecha.

Cambió el semáforo. El taxi de Torelli giró a la izquierda, en derredor de la fuente de Atocha, y se detuvo otra vez ante otro semáforo.

– Martín -dijo Bernal por la radio-, es casi seguro. El taxi ha enfilado hacia Reina Cristina.

El chófer de Bernal hizo lo imposible, cambió de carril y fue a detenerse tras la camioneta de la lavandería, que estaba a dos vehículos de distancia detrás del taxi. Bernal habló con el K 32.

– Ojo con el carril que toma al llegar al semáforo en que se bifurcan Reina Cristina y Ciudad de Barcelona.

El taxi tomó el tercero de los cinco carriles, indicando que iba a seguir en línea recta hacia Vallecas; el chófer, en realidad, no había entrado en ninguno de los dos carriles que continuaban por Reina Cristina y que tenían indicación de doblar a la izquierda en aquel punto.

Bernal volvió a hablar con el coche K.

– Cuando entre en Ciudad de Barcelona, lo adelantaremos y nos situaremos más allá del almacén textil, que está poco después del cruce de Doctor Esquerdo, a la derecha. Ustedes irán más despacio, a cierta distancia, por detrás, y se detendrán cuando él se detenga. La comisaría del Retiro vigila el almacén con el K veintidós. ¿Saben qué clase de vehículo es?