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Diez y media de la noche

Bernal salió a la calle y encendió un cigarrillo. Pensó que no iba a darse mucha prisa en informar a la brigada política para que Navarro tuviera tiempo de reunir todos los papeles que encontrase, pero sabía que tendría que hacerlo en pocos minutos, ya que en la central había tenido que oírse la petición de las ambulancias.

Éstas aparecieron en aquel momento y Bernal se dirigió a los enfermeros.

– ¿A qué hospital van a llevarlos? -preguntó-. Están detenidos como sospechosos de actividades terroristas.

– En ese caso, los llevaremos al Gran Hospital de Diego de León. Es más seguro. ¿Hará que nos acompañen dos de sus hombres?

– Sí, pero no habrá problemas. Están todos mal heridos y uno con quemaduras serias a causa de una explosión.

Bernal volvió a entrar y dijo a los inspectores de paisano que fueran dos de sus hombres con las ambulancias. Advirtió que habían descubierto un impresionante arsenal de armas embaladas en grandes cajas empotradas en los fardos de tejidos: cuatro cajas de bombas de mano, doce subfusiles, seis fusiles con mira telescópica y lo que parecía un equipo para preparar explosivos.

– Por Dios -dijo el sargento de paisano-, ha sido una suerte que la bomba no lo hiciera saltar todo por los aires.

– Sí -dijo Bernal- y con toda esta tela se habría declarado un incendio espantoso.

Uno de los policías de paisano tiraba de un gran paquete envuelto en papel de estraza y Bernal le dijo que lo abriera. Dentro había grandes banderas rojinegras con el monograma SDG dispuesto igual que en las insignias.

– ¿Qué grupo es éste? -preguntó el sargento-. Está claro que no es ni el FRAP ni el GRAPO.

– Creo que es nuevo -dijo Bernal, que volvió a salir para informar por radio desde su coche-. Bernal a central. ¿Eres tú, Ángel?

– Sí, jefe.

– Los hemos cogido a todos o a casi todos. Dos están heridos, pero de los nuestros ninguno. Tuvimos un pequeño tiroteo. ¿Me pones con la Segunda Brigada?

– En seguida, jefe.

Hubo una pausa y luego se oyó una voz.

– ¿Bernal? Aquí el inspector general de la Segunda Brigada. ¿Qué pasa?

– Mientras perseguíamos a un asesino, fuimos a parar a lo que parece una fábrica de bombas de los terroristas. Sugiero que vengan en seguida -le dio la dirección-. Estaré esperando en la puerta principal.

Cuando cerraba la conexión, llegó Paco con un puñado de documentos.

– Esto es lo que he encontrado, jefe. Weber se ha ido sin duda con lo comprometedor.

– Vamos a echarles una ojeada rápida, Paco. Tenemos que encontrar una lista de complicados en el SDG antes de que la Segunda Brigada se haga cargo de todo.

Miraron los papeles a la luz de una linterna y sirviéndose de la luz interior del coche.

– No hay más que inventarios de armas, Paco. Nada sobre el complot. Podemos pasárselos a la Segunda Brigada, pero toma nota de la documentación de los detenidos. Haremos las averiguaciones por nuestra cuenta.

Cuando Paco terminaba su tarea, un impresionante desfile de jeeps y coches blindados llegó a la puerta del almacén entre los alaridos de las sirenas. Bernal fue a recibir al inspector general.

– Lo encontramos por casualidad, inspector, tras seguir a un sospechoso de asesinato desde su casa. En aquel momento aparecieron los enfermeros con dos camillas.

– Aquí viene nuestro hombre -dijo Bernal, señalando a Torelli. Dio al inspector general un breve resumen del pasado de Torelli-. Si se recupera, presentaré una acusación formal contra él.

– Ya veremos, Bernal, ya veremos. Yo tomo el mando de esto. Está claro que entra en mi jurisdicción.

– Por supuesto, inspector general. Navarro tiene todos los papeles que encontramos.

El inspector general los cogió.

– Ah, se me olvidaba -añadió Bernal-. Un hombre, tal vez el jefe de los terroristas, ha escapado y el inspector Martín, de la comisaría del Retiro, ha ido tras él en su coche.

– ¿Quién ha metido a Martín en esto? -preguntó el inspector general.

– Ha colaborado conmigo en la detención de Torelli. A fin de cuentas, estamos en su zona.

– Entiendo -dijo el inspector general con aire no muy complacido.

Las ambulancias partían ya a buena velocidad con las sirenas aullando.

– Bueno, Bernal, puede usted volver. Nosotros nos ocupamos ahora de esto. Le agradecería que me presentase un informe por la mañana.

– Gracias, inspector general -Bernal se acercó a los inspectores de paisano y les dio la mano-. Gracias por la excelente colaboración que han prestado ustedes y sus hombres.

– Ha sido un placer trabajar con usted, comisario -dijeron.

Once menos cuarto de la noche

Martín, mientras tanto, tenía sus propias dificultades. Su chófer, habiendo conseguido que el pesado Seat 124 arrancase, había alcanzado la esquina de Ciudad de Barcelona a tiempo de ver que Weber giraba con el Cadillac a la derecha y se alejaba hacia Vallecas. Martín temía que el Seat no pudiese con el Cadillac en carretera, aunque por lo pronto seguía teniendo a la vista el automóvil de Weber.

Llamó por radio a la central de tráfico y dio detalles de su posición, aunque estaba claro para todos que hasta que Weber no llegase a Vallecas no se sabría con exactitud el camino que tomaría. Le dijeron que avisarían a todas las unidades que buscasen el Cadillac y que transmitirían el número de la matrícula.

Ya en la zona descampada que hay más allá de Portazgo, Martín distinguió las luces de Vallecas a lo lejos. Por suerte no había mucho tráfico y su chófer se las apañaba a las mil maravillas para acercarse poco a poco al Cadillac.

– Ojo con el cruce de Vallecas, Enrique -dijo Martín-. No se detendrá ante ningún semáforo.

– De acuerdo, jefe.

Mientras se aproximaba al complicado cruce, Martín vio que Weber doblaba a la izquierda, hacia el nordeste y la autopista de Valencia. Habló por radio.

– El sospechoso se dirige a la autopista de Valencia. Por favor, informen a las patrullas.

El mensaje fue recibido, Mientras se lanzaban por la carretera de Vallecas, hacia el empalme con la autopista de Valencia, Martín avisó al chófer:

– Ojo, que puede hacer una filigrana en el cruce. Weber alcanzó el primer empalme y dobló a la derecha, como si se dirigiera al sur, y en el último momento giró el volante con brusquedad y siguió derecho hacía el paso subterráneo. Enrique había aminorado un poco la velocidad, de modo que no mordió el anzuelo, pero perdió terreno.

– Mira a ver si gira a la izquierda para meterse en la pista del oeste.

Enrique gruñó. Nuevamente; en el último momento, Weber giró el Cadillac hacia la izquierda, entre los chirridos de los neumáticos y una densa nube de humo negro, y se internó en la autopista, apunto de eludir a un gran camión que le adelantó en aquel momento. Mientras Enrique acompasaba el Seat al tráfico de la autopista, Martín habló con la central.

– El sospechoso se dirige ahora a la avenida del Mediterráneo. ¿Tienen alguna patrulla cerca del cruce con la M 30?

– Ahora enviamos una -respondieron, Martín pensó que sería demasiado tarde.

– Ojo, que puede tirar por la autopista de la Paz en la próxima salida, Enrique.

– No puedo alcanzarle, jefe. Va a unos ciento cuarenta por hora y nosotros a duras penas llegaríamos a eso.

– Procura no perderle de vista por lo menos.

En la salida a la M 30, Weber giró hacia el norte en el último segundo, y se introdujo en la autopista de la Paz. Martín volvió a hablar con la central.

– Ha girado hacia el norte. ¿Pueden poner patrullas en todas las salidas?