– Sí, en Jovellanos, enfrente del Teatro de la Zarzuela. Uno antiguo que se llama Manolo.
– Ése sirve. Quiero que los tres hablemos con tranquilidad.
Cuando estuvieron sentados a una mesa apartada, ante unas cañas acompañadas de unas cuantas tapas, Bernal le dio a Martín un informe completo acerca de la conspiración del SDG. Martín y Navarro escucharon con atención y el primero leyó de cabo a rabo el programa del golpe con cara de incredulidad. Pero entonces introdujo la mano en el bolsillo y sacó la insignia SDG que había encontrado en la solapa de Weber.
– Esto lo tenía Weber, comisario.
– Otra para la colección -dijo Bernal-. Comprenderá usted que o nos quedamos sentados y que pase lo que tenga que pasar, o intentamos averiguar los nombres de los conspiradores y llevar este asunto a la más alta autoridad.
– Hay que impedir esa locura -dijo Martín sin el menor titubeo-. Pero ¿dónde están esos nombres? ¿Por dónde comenzar la busca? Mañana por la mañana es nuestra última oportunidad.
– Bien, a las ocho y media reanudaremos las investigaciones en todos los bancos a ver si hay otro depósito en una caja fuerte. Y está además el coche de Santos. Hay que dar con el Mini azul. Por la mañana los del Ayuntamiento tendrán que decirnos el número de la matrícula.
– Pondré a trabajar a todos los hombres disponibles, jefe -dijo Martín-. Podría encontrarse en mi zona. Una vez tengamos la matrícula, averiguaremos cuándo estuvo por última vez en un aparcamiento controlado y en qué calle.
Bernal creyó oportuno advertir a ambos.
– Creo que los dos deberíais saber que han atentado dos veces, tal vez tres, contra mí en esta semana. De una fue Weber el responsable o por lo menos uno que conducía su coche -les contó que el Cadillac había querido atropellarle y mencionó asimismo la historia del metro y la del atraco del chulo en la calle-. Es posible que los tres estemos ahora en peligro, a pesar de la detención de Weber. Por favor, tened cuidado y no andéis solos por ahí.
– Yo puedo llevarles a los dos en el coche -dijo Martín-, ya que ustedes han despedido a su chófer.
– Bien pensado -dijo Bernal-. Hay que ponerse a trabajar a primera hora de la mañana.
Medianoche
Bernal encontró la casa a oscuras; estaba claro que Eugenia se había ido a dormir. Descubrió en la cocina que su mujer le había dejado la acostumbrada tortilla de sobras, pero estaba fría y con aspecto aceitoso. Se dijo que aguantaría con las tapas que había tomado y se metió en la cama, junto a su mujer.
JUEVES SANTO, 7 DE ABRIL
Siete de la mañana
Bernal no durmió bien. Se había despertado a las tres de la madrugada con dolor de estómago y sin saber si eran los retortijones del hambre o un nudo de los músculos estomacales cansados por el nerviosismo. Cuidando de no despertar a Eugenia, había buscado en el bolsillo de la chaqueta una pastilla de Rolantyl y la había masticado pensativamente. Luego había vuelto a sumirse en un sueño intranquilo.
Eugenia le molestaba en aquel momento tras abrir la puerta de su oratorio particular del comedor y comenzar su turno diario de oraciones y quehaceres domésticos. Medio dormido aún, oyó los últimos amén de la mujer y fue reanimándose al percibir la molienda de las bellotas tostadas junto con granos de café. Con un gruñido, fue al cuarto de baño y se puso a afeitarse.
Con notable delantera sobre el agente de seguros aquella mañana, se vistió y echó un vistazo fuera, al todavía indeciso amanecer. Después de una noche fría, pensó que seguramente llovería y mejoraría la temperatura.
– Geñita, tengo que salir pronto esta mañana. Espero solucionar de una vez esos dos asesinatos. Anoche detuvimos a cuatro sospechosos.
– Rezaré por ti, y también por ellos. ¿Sabes qué día es hoy? El día del pediluvio, en que hay que lavar los pies a los pobres.
– Pero ¿se sigue haciendo eso en Madrid?
– No, y es una lástima. Tenemos un gobierno ateo, Luis. Se han abandonado ya todas las santas tradiciones del pasado. ¿Y qué es lo que se trae a cambio? Pecado, pecado sin ninguna conciencia -se lamentó la mujer-. Los días de fiesta son hoy un pretexto para la inmoralidad.
Bernal sorbió el mínimo posible de café y fue a ponerse el abrigo.
– ¿Llamó Diego anoche?
– No -dijo ella-. Y espero que vaya a misa todos los días.
Luis pensó que era poco probable, pero se guardó muy mucho de decirlo.
– El que sí llamó fue Santiago-añadió la mujer-. Quiere que vayamos a comer el domingo.
– Le compraré algún regalo al nieto -dijo él.
– Vamos, Luis, eres un manirroto. Tiene todos los juguetes viejos que tuvieron Diego y Santiago.
– Bueno, pero me parece que hay que llevarle algo. Un supermán, quizá. Lo más seguro es que espere que le regalemos algo. Me voy ya. No sé si voy a poder venir a comer, con tantos informes como tengo por delante.
– Como quieras. Yo estaré en la iglesia toda la mañana. Si vienes, te freiré un poco de pescado.
– Hasta luego, Geñita.
Bernal se detuvo en la calle para comprar El País y desayunó otra vez a toda velocidad en el bar de Félix Pérez.
Ocho de la mañana
Al salir del bar, vio un taxi vacío y lo detuvo. Aquel día no había que correr riesgos, se dijo. Al llegar al despacho vio que Paco Navarro abría ya el correo que acababa de repartirse.
– Aquí hay una nota de Tráfico, jefe. Han averiguado el número de la matrícula del coche de Santos -tendió el papel a Bernal, que fue al teléfono y marcó el número de Martín.
– ¿Está el inspector Martín? ¿Todavía no? Por favor, dígale cuando llegue que llame al comisario Bernal. Sí, gracias.
– Y otra nota del director general, pidiéndole que suba a verle esta mañana.
– No creo que llegue antes de las nueve y media -dijo Bernal-. ¿Algo más de interés?
– El informe definitivo de Peláez sobre Marisol y el del toxicólogo. Parece que la jeringuilla contenía heroína casi pura y que se le inyectó una dosis considerable que no tardó en provocarle una crisis cardíaca.
Sonó el teléfono y oyó la voz de Martín.
– Por favor, tome nota de esta matrícula -dijo Bernal-. ¿Cree usted que sus hombres pueden comenzar la búsqueda inmediatamente? ¿Sí? Muchas gradas. Sí, estaré esperando su llamada -y colgó.
Elena y Ángel llegaron juntos y Bernal les dijo que se pusieran a telefonear a los bancos, comenzando en el punto en que se habían detenido la víspera.
– Yo voy a hacer un escrito con las acusaciones que hay contra Torelli -dijo-. Tenemos ya el informe médico definitivo. Creo que no tenemos más pruebas para acusarle que las de haber causado la muerte de Marisol. Paco, ¿quieres llamar a la Segunda Brigada y ver si nos dejan hacer las pruebas de saliva a los otros que detuvimos anoche?
El inspector Martín volvió a llamar y Bernal contestó desde su despacho.
– Pensé que le gustaría saber que anoche encontré dos llaveros en los bolsillos de Weber, jefe. Uno tenía un emblema de la British Leyland y las llaves no eran del Cadillac. ¿Podrían proceder del piso de Santos?
– Está dentro de lo posible -respondió Bernal-. En cuyo caso tal vez hayan buscado el coche, como nosotros. Este hallazgo complica a Weber en la muerte de Santos, aunque no demuestra que estuviera presente en la casa cuando ocurrió. Es posible que Torelli y su cómplice le dieran el llavero. Habrá que esperar a los acontecimientos -y colgó. Con el ceño fruncido, se preguntó si la organización SDG no habría descubierto ya, y abierto y registrado, el coche de Santos.
Nueve de la mañana
Entró Navarro y dijo a Bernal que le llamaban de arriba para saber si Bernal podía ir a ver al director general. Bernal hizo una mueca, pero dijo que iría.