– Así es, Ethan. No he sido feliz.
Ella sintió como la observaba con intensidad pero no se giró hacia él.
– ¿Porque tu marido murió?
Hasta aquel mismo momento no había sabido cuánto le contaría. Pero la pregunta pareció destrozar una presa dentro de ella, liberando una inundación de rabia reprimida y amargura.
– No, porque mi marido vivió. Y durante diez años convirtió mi vida en un infierno. ¿Sabes esos sentimientos que has descrito, sobre desear quedarte dormido y no volver a despertar? Sé lo que es sentirse así. Lo sé demasiado bien -Las palabras eras tensas. Entrecortadas. Y en cierta forma fue un alivio decirlas en voz alta.
– Mi matrimonio fue un desastre. Una pesadilla que por suerte terminó cuando murió Westmore -La recorrió un estremecimiento. Se dio la vuelta hacia él, sabiendo que vería el odio y la rabia en sus ojos, y no le importó-. No llevo luto por él.
Ethan se detuvo y se dio la vuelta para mirarla de frente, buscando sus ojos, buscando respuestas.
– ¿Una pesadilla en qué sentido?
Incapaz de quedarse quieta o mirarle a los ojos, Cassandra hizo un gesto negativo con la cabeza y reanudó la marcha con pasos rápidos e inquietos, sin apartar la mirada de un grupo de rocas que había un poco más adelante. Él se puso a su lado, silencioso, esperando.
– Cómo ya sabes, tenía muchas esperanzas puestas en mi matrimonio -Por supuesto que lo sabía, ella había compartido todas sus esperanzas y sus sueños con él. La había escuchado con paciencia mientras exponía el deseo de tener un marido compasivo y montones de hijos con quienes compartiría el tipo de relación cálida y cariñosa que siempre había ansiado. La relación que le negaron sus padres, que habían quedado amargamente decepcionados de que su único hijo fuera una chica, un hecho que nunca se cansaron de echarle en cara. Por descontado, ella supo desde muy pequeña que lo único que podía hacer para complacerlos era casarse bien. Cuando su padre le anunció que el atractivo y encantador conde de Westmore le había propuesto matrimonio después de la primera temporada, había creído que era muy afortunada.
– Mi deber era casarme bien y de acuerdo con los deseos de mi padre. El deber de Westmore, claro está, era tener un heredero. Nuestra relación empezó a deteriorarse al no concebir durante los primeros seis meses de nuestro matrimonio. Las cosas se pusieron cada vez peor mientras iba pasando el tiempo.
Las palabras empezaron a surgir como un torrente, como si hubiera abierto una herida infectada permitiendo así que el veneno saliera libre.
– Después de tres años de no quedarme embarazada, Westmore anunció que se había acabado, que no iba a tocarme otra vez. A partir de entonces, nuestra relación se redujo a poco más que un silencio helado. Cuando se tomaba la molestia de dirigirme la palabra, era sólo para recordarme lo inútil que era. Una decepción y una estúpida. Y de cuanto odiaba mi sola presencia.
Ella calló unos instantes, necesitando apartar los dolorosos recuerdos que la asaltaban y le hacían un nudo en la garganta.
– Maldito bastardo -masculló Ethan-. ¿No se le ocurrió a Westmore que la culpa podría ser de él?
– No lo era -dijo ella en un tono desprovisto de cualquier emoción.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque durante los siguientes siete años Westmore dejó embarazadas a media docena de sus amantes. Quizá más. Dejé de contar.
Durante varios segundos el silencio cayó como una losa entre ellos.
– ¿Te era infiel? -dijo él finalmente con voz tensa.
Cassandra no pudo evitar una sonrisa sin humor.
– Casi desde el comienzo. Al principio por lo menos fue discreto y no me enteré. Pero después de que quedó claro que no podía darle un heredero, no hizo ningún esfuerzo por ocultar sus indiscreciones. Para entonces todas mis esperanzas e ilusiones por mi matrimonio ya estaban rotas, pero una parte de mí aún se aferraba al deseo de que nuestra relación no se convirtiera en odio. Así que como una tonta intenté razonar con él. Le reiteré lo muy triste y decepcionada que estaba por no poder tener hijos. Le pregunté si no podríamos al menos ser corteses el uno con el otro.
– ¿Qué dijo él?
– Me demostró con mucha claridad que no estaba interesado.
– ¿Cómo fue de claro?
Un escalofrío la recorrió y se abrazó a sí misma.
– Él… me hizo daño.
Ethan se detuvo y la agarró por el brazo, girándola hacia él para mirarla cara a cara. En los ojos del hombre se fraguaba una tormenta al tiempo que se contraía un músculo de la mandíbula.
– ¿Te hizo daño? -repitió con una voz baja y aterradora-. ¿Te violó?
Ella negó con la cabeza.
– No. Él me dejó claro que no me quería… de esa manera… nunca más.
El alivio asomó a los ojos de Ethan, luego frunció el ceño.
– ¿Entonces cómo? -Su expresión fue convirtiéndose en una máscara de furia-. ¿Te pegó?
No había duda de que estaba conmocionado. Y ultrajado. Las dos cosas fueron un bálsamo para su alma y se le hizo un nudo en la garganta. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que alguien había mostrado un mínimo de preocupación por ella. Las lágrimas asomaron a sus ojos y parpadeó ferozmente para evitarlas.
– Me pegó -confirmó ella con una calma total que parecía venir de lejos, y él la recorrió con la mirada como si estuviera comprobando si tenía magulladuras-. Me dio una paliza. Tardé semanas en recuperarme.
Mirándole a los ojos, expuso la verdad desnuda, una verdad que nunca antes había confesado en voz alta. Una verdad que le demostraría que ya no era la misma jovencita que él había conocido.
– Creo que sospechó que le mataría si volvía a tocarme otra vez. No volvió a hacerlo. Pero sentí la tentación de matarle de todos modos.
Se calló y comprendió que estaba temblando. Le costaba respirar. Y ya no podía seguir sosteniéndole la mirada. A pesar de que le temblaban las rodillas, retrocedió, y él la soltó. Abrazándose a sí misma, empezó a caminar de nuevo. Ethan se puso a su lado sin decir nada, algo que le agradecía, ya que el nudo que tenía en la garganta era demasiado grande para hablar. Cuando llegaron al grupo de rocas, se sintió mental y físicamente agotada, y se detuvo en la sombra que proyectaba el montículo.
Ethan se puso delante de ella. Temerosa de lo que leería en la expresión del hombre, tuvo que obligarse a mirarle a los ojos. Cuando lo hizo, vio que la observaba con una intensidad que era a la vez misteriosamente feroz y absolutamente tierna.
– Cassie… -El nombre salió como un susurro de los labios de Ethan, la única palabra que le permitió decir el nudo que tenía en la garganta. Una furia como jamás había sentido le atravesó. Malditos infiernos, ella parecía tan perdida y sola, la expresión de sus ojos era tan desolada y triste. Algo dentro de él pareció romperse, dejando una herida abierta por la que se filtraba toda la rabia y amargura que había ido acumulando.
Sabía que ella le había dicho la verdad, pero de alguna manera su mente no aceptaba sus palabras. ¿Cómo, cómo podía ser que alguien la lastimara? Había permanecido despierto innumerables noches agonizando de celos, imaginando a su marido haciendo el amor con ella, reclamado con ternura lo que Ethan no podría tener jamás. Nunca, ni una sola vez, se le hubiera ocurrido que no fuera feliz. Valorada y mimada. Amada y protegida. Maldición. Sólo de pensar en ese bastardo maltratándola, haciéndole daño, golpeándola… cerró con fuerza los ojos para borrar la neblina roja que le empañaba la visión.
Había matado hombres en la batalla, y aunque aquellos hombres eran sus enemigos, perdía una parte de él con cada muerte. Pero por Dios que mataría a ese bastardo de Westmore y no sentiría el más mínimo arrepentimiento. La única pena que sentía es que el bastardo ya estaba muerto, negándole el placer de acabar con su miserable vida.
Abrió los ojos y respiró hondo, luego la cogió suavemente los brazos y notó los pequeños temblores que la atravesaban.