– Es la piedra para hacer saltar en el agua que te di.
Cassandra asintió.
– El día que paseamos por la playa después del entierro de tu padre. Me dijiste que esta piedra me daría el triunfo en cualquier competición de saltos en el agua.
– ¿Y la has conservado todos estos años?
– Sí, le hice un agujero y me la colgué del cuello. Cada día -Soltó un deliberado y sonoro resoplido, y repitió las palabras que él había dicho antes-. Un amuleto de la buena suerte, supongo.
El corazón pareció salirle del pecho, dando bandazos de un lado a otro, como si no importara lo anclado que estuviera en su lugar. Luego, al igual que Cassandra había repetido sus palabras, el repitió las de ella.
– Me siento honrado, Cassie.
La observó mientras ella se volvía a meter el colgante bajo el corpiño, imaginándose la piedra envuelta amorosamente por sus pechos, luego cogiendo el pañuelo se lo metió en el bolsillo.
– Gracias por abrazarme, Ethan -dijo ella-. Yo… hace mucho tiempo que nadie me abraza.
Malditos infiernos, ¿cuántas veces se le podía romper el corazón en un día? Instintivamente la rodeó con los brazos, y ella respondió del mismo modo. Y de repente fue consciente del hecho que se tocaban desde el pecho a las rodillas. Que con cada respiración la cabeza se le llenaba del sutil olor a rosas que desprendía su suave piel. Que los labios femeninos estaban a sólo unos centímetros de los suyos.
Un deseo fuerte, intenso, le golpeó tan de repente que casi cae de rodillas. Una voz en su interior le estaba advirtiendo que aunque él la hubiera avisado antes al decirle a lo que se arriesgaba si persistía en que la acompañara en su paseo, sólo un canalla se aprovecharía de su evidente vulnerabilidad. Su conciencia le exigía que la soltara y se alejara de ella. Y tendría que hacerlo, sin duda tendría que hacerlo, pero entonces ella bajó la mirada hasta su boca. Esa mirada fue como una caricia. Y se quedó fascinado mirando aquellos exuberantes labios. En sus fantasías los había besado innumerables veces. Había razones… tantas razones por las que no debería hacerlo, pero en esos momentos no podía recordar ni una sola.
Incapaz de detenerse, bajo poco a poco la cabeza, seguro que ella le detendría, le diría que se detuviese. Pero en vez de eso Cassie levantó la cara y cerró los ojos.
Como en un sueño, le acarició los labios con los suyos, un roce como un susurro que llenó de calor cada terminación nerviosa. Con el corazón latiendo con tanta fuerza que parecía romperle las costillas, la besó despacio, con suavidad, con una infinita cautela como si ella fuera un frágil tesoro, delineando los labios con suavísimos besos, siguiendo hacia las comisuras de la boca para regresar al principio. Y seguro que eso es todo lo que habría hecho, todo lo que tenía intención de hacer, pero entonces ella susurró su nombre, un sonido suave, entrecortado, ronco que le dejó sin defensas. Cassie abrió los labios y con un gemido que ahogó por completo el sonido de sus buenas intenciones convirtiéndose en polvo, Ethan profundizó el beso.
Deslizó la lengua en el dulce y sedoso calor de su boca, y todo se desvaneció excepto ella. El delicioso sabor. El delicado aroma de rosas de su piel flotando en el aire rodeándole. La sensación de sus curvas exuberantes apretadas contra él. El sonido del ronco gemido. Todo eso inundó sus sentidos, y la abrazó con más fuerza. Ella se puso de puntillas, atrayéndole, y con un gruñido la levantó del suelo, dio un paso adentrándose en las frescas sombras hasta una recodo de las rocas que los protegería del viento y de los ojos curiosos, si alguien se aventuraba a ir a la playa desierta.
Sin romper el beso, se dio la vuelta, apoyando la espalda en la roca y abrió las piernas colocándola en la uve de los muslos. Donde encajaba como si estuviera hecha para él.
Un beso profundo llevó a otro, llenándole de una abrumadora necesidad de devorarla. Y podría estar haciéndolo si ella no lo estuviera distrayendo. Retorciéndose contra él. Enredándole los dedos por el pelo. Acariciándole la lengua. Agarrándole los hombros. Como si le deseara con tanta desesperación como la deseaba él.
Ethan fue deslizando una mano por su espalda hasta llegar al trasero, apretándola con más fuerza sobre su dolorida erección, mientras la otra mano fue hacia la redondez de un pecho. La suave plenitud le llenó la palma y sintió el pezón duro como un guijarro. Maldiciendo mentalmente el tejido que le apartaba de su piel, atormentó la cima excitada entre los dedos.
Pero ella volvió a distraerle, esta vez recorriéndole el pecho con las manos, masajeándole los músculos, encendiendo un fuego en su interior. El pulso le atronó ardiente por las venas, palpitándole en los oídos, latiéndole entre las piernas. Indefenso, incapaz de detenerse, se frotó contra ella. Su sabor, la sensación de las manos de Cassie sobre él, el cuerpo que ondulaba contra el suyo, le despojó del último atisbo de control. Si no se detenía ahora, ya no lo haría.
Logró levantar los labios de su boca, pero no pudo evitar explorar la tentación del esbelto cuello, saborear las vibraciones que percibió su boca cuando ella emitió un largo y ronco gemido. Dios, la sentía tan bien, sabía tan bien, olía tan bien. Y él la había deseado durante tanto tiempo.
Después de darle un último y apremiante beso en la satinada piel de detrás de la oreja, soltó un trémulo suspiro y se obligó a enderezarse.
La miró y tuvo que reprimir un angustiado gemido. Con los ojos cerrados, el pelo salvajemente alborotado por el viento y por sus ansiosas manos, las mejillas de un color rojo cereza, y los labios húmedos y abiertos, se la veía excitada y besada a conciencia y más hermosa que cualquier cosa que hubiera visto jamás.
Cassie abrió los ojos poco a poco, y le miró con una expresión aturdida. Él levantó una temblorosa mano para apartar un rizo de la ruborizada mejilla, luego, con suavidad, deslizó el pulgar por el carnoso labio inferior. Le dominó la necesidad de decir algo, pero no le salían las palabras. Lo único que podía hacer era mirarla. Y tocarla. Y desearla.
– Ethan… -El sonido de su nombre, pronunciado con voz ronca, excitada, hizo que se le tensaran todos los músculos de necesidad. Ella le rodeó la cara con las manos, y él sintió el leve temblor de sus dedos que, como una pluma, le recorrían la piel. Como si estuviera intentado memorizar sus rasgos con las yemas de los dedos.
– Entonces así son los besos. He estado casada durante diez años y nunca lo he sabido.
Cassie parecía tan deslumbrada y aturdida como él. Si hubiera podido formar una frase coherente, le habría dicho que él tampoco sabía que los besos pudieran ser así, aunque siempre había sabido que con ella sería de esta manera. ¿Cómo podría no serlo con una mujer que hacía que su corazón latiera como loco con una simple mirada? Supo en el fondo de su alma que nunca podría borrar su sabor, su tacto, cada detalle estaba grabado en su mente, marcado con fuego en sus sentidos.
Y mañana se iría.
Llevándose con ella su corazón.
Justo en el momento en que había decidido que quizá quedara algún pedacito para darle a Delia.
Una parte de él no cambiaría los últimos y breves momentos, el día entero, con Cassie por nada.
Otra parte deseaba que ella no hubiera vuelto nunca. Porque ahora el deseo por ella era aún más ardiente. Apenas podía juntar fuerzas para dejar de abrazarla y apartarse para que pudieran volver a la posada. ¿Cómo diablos iba a poder verla marchar?
No lo sabía. Pero había una cosa que sí sabía.
Todavía tenían esta noche.
– Cassie…
Ella le puso los dedos en los labios y negó con la cabeza.
– Por favor, no digas que lo sientes.
Él alzó un brazo, le apretó con suavidad la mano y le besó la suave y pálida piel del interior la muñeca.
– No lo siento. Yo… -Su voz se apagó y acercándole la mano al pecho, se la puso en el corazón para que sintiera la fuerza y rapidez de los latidos.