Выбрать главу

– ¿Tú qué? -preguntó ella con voz entrecortada.

– Quiero más. Cassie, tú me has pedido que pasara el día contigo. Ahora yo te pido que pases la noche conmigo.

Capítulo 6

Cassandra caminaba de un lado a otro en su habitación, tenía un nudo en el estómago por los nervios de la expectativa. En menos de treinta minutos se reuniría con Ethan para cenar, que sería la antesala de… lo de después de la cena. Te pido que pases la noche conmigo.

Las palabras resonaban en su mente. Las palabras que no podría negar que había esperado en secreto, que había rezado por escuchar. Las palabras que en lo más profundo de su corazón sabía que eran las que la habían hecho ir a Blue Seas. Por una noche no estaría sola. Y sería Ethan, que había vivido en su corazón durante todos estos años, quien desterrara la soledad con la que había vivido tanto tiempo.

Esa noche él haría precisamente esto.

Esa noche ella apartaría a un lado la respetabilidad que ahogaba sus deseos enterrados en lo más profundo, deseos que dejaría fluir por una vez. Esa noche no tendría que estar sola en la oscuridad y fingir que eran las manos de Ethan las que le acariciaban y no las suyas propias.

Después de regresar a la posada una hora antes, los dos se habían separado, pero no antes de que él la hubiera llevado a un rincón en penumbra del establo y la besara con aquella perfección embriagadora, que debilitaba las rodillas, dejándola excitada y sin aliento, y ansiando más. De camino a su dormitorio, se había detenido en la habitación de Sophie. Una mirada a su doncella le confirmó que todavía estaba agotada por el viaje, por lo que Cassandra se puso de acuerdo con la señora Tildon para que le llevara una bandeja a su habitación, una oferta que Sophie había aceptado agradecida.

Cassandra se sintió culpable por lo rápido que se había ofrecido para pedir que subieran la bandeja. Y por lo egoísta que era al querer cenar sola con Ethan. Pero enterró los remordimientos, recordándose que no había nada impropio en que una viuda cenara en un lugar público con un viejo amigo, especialmente cuando lo más seguro es que hubiera otros huéspedes en el comedor. E ignoró lo muy impropios que eran sus proyectos para después de la cena.

Deteniéndose ante el espejo oval de pie, Cassandra exhaló un suspiro ante su reflejo. Esa noche le hubiera gustado tener algo hermoso que ponerse. Había hecho todo lo posible para mejorar su apariencia dado su limitado guardarropa -Westmore se había negado a pagar nada más que las necesidades más básicas- pero lo más que se podía decir de su soso vestido gris es que no era del odiado e hipócrita color negro de luto.

Un golpe la sacó de sus pensamientos, y atravesó la habitación para contestar la llamada. Una joven de cara amplia y mejillas rosadas, con atuendo de sirvienta y sujetando una bandeja de la que salían deliciosos aromas, hizo una rápida reverencia.

– Aquí está su bandeja de la cena, milady. Y también su baño.

– ¿Cena? ¿Baño…? -Su voz fue apagando cuando la sirvienta entró seguida de cuatro robustos jóvenes que llevaban una bañera de cobre llena hasta la mitad de agua, de la que salía vapor. La criada colocó la bandeja en la cama mientras los hombres iban hacia la chimenea encendida.

– Pero yo no…

– Aquí tiene el jabón y las toallas -continuó la sirvienta, poniendo los artículos al lado de la bañera-. También tengo una nota para usted, milady -Sacó un papel, doblado y sellado con una gota de cera, del bolsillo del delantal y le dio la misiva a Cassandra-. Siento que el viaje la dejara tan cansada, milady, pero una comida caliente y un baño caliente le vendrán bien -Después de otra rápida reverencia, salió detrás de los jóvenes y cerró la puerta con suavidad.

Enseguida Cassandra rompió el sello de lacre, desdobló el papel y leyó la breve nota.

Disfruta del baño. Me uniré pronto a ti.

Ethan.

Su mirada fue de la bandeja cargada con abundante comida a la humeante bañera, y las lágrimas brotaron de sus ojos por aquel gesto tan atento. Era obvio que él había decidido que era mejor que cenaran en la intimidad de la habitación que en el comedor de la posada, un plan que hizo que se le acelerara el pulso con erráticos latidos.

Se desnudó lo más rápido que pudo sin contar con la ayuda de Sophie, luego se metió en el agua caliente. Con un suspiro de dicha, dobló las rodillas y se hundió hasta la barbilla. Acababa de cerrar los párpados cuando oyó un sonido cerca de la ventana. Abrió los ojos y el corazón le dio un salto al ver la sombra de una figura en el pequeño balcón. Una figura que reconoció al instante. Una que abrió las puertas acristaladas y entró silenciosamente en la habitación.

Asombrada observó a Ethan que se dirigía con lentitud hacia ella con los ojos negros brillando como braseros encendidos. En una mano sostenía una bolsa grande de cuero. Con mirada ávida, Cassandra devoró la imponente altura, la anchura de los hombros, la fuerza de las largas piernas perfiladas por los cómodos pantalones de montar de color negro. El pelo, oscuro como la medianoche, brillaba bajo el resplandor dorado del fuego de la chimenea que proyectaba sobre los duros rasgos un despliegue intrigante de sombras y luz. Se le veía grande y fuerte, masculino y misteriosamente atractivo, y toda ella ardió al ser consciente de lo que pasaría, al sentir un hormigueo de anticipación.

– ¿C-como has llegado al balcón? -preguntó.

– Mi habitación está encima de ésta. Es un salto razonablemente pequeño.

Los ojos de ella se dilataron espantados.

– ¿Un salto? ¡Podrías haber resultado herido!

Ethan llegó al lado de la bañera y se detuvo. Su mirada la recorrió con lentitud, dejando una huella de calor a su paso.

– Un pequeño riesgo si tenemos en cuenta la recompensa.

– ¿Por qué no has entrado simplemente por la puerta?

– Demasiado normal para una mujer tan extraordinaria como tú. Y voy a hacer que todo lo de esta noche sea extraordinario para ti.

El corazón le dio un vuelco ante aquellas palabras dichas con tanta suavidad. Antes de poder pensar en una respuesta, él continuó:

– Veo que mi cálculo ha sido perfecto.

– ¿Perfecto para qué?

– Para ayudarte en tu baño, el primer paso de mi plan.

– Si éste es el primer paso, me muero de curiosidad por saber lo que implica el segundo.

Ethan dejó la bolsa en el suelo y se puso de cuclillas al lado de la bañera. Se arremangó las mangas de la camisa blanca hasta los codos, dejando ver los musculosos antebrazos morenos y se apoyó en el borde de la bañera de cobre. Sumergiendo la punta de los dedos en el agua, removió ligeramente la superficie sin apartar la mirada de sus ojos.

– El siguiente paso -y cada paso siguiente- es darte la clase de noche que mereces. La noche que se te ha negado todos estos años. Una llena de felicidad y sonrisas. De romance y pasión.

– Oh… Dios mío -Para su vergüenza, ardientes lágrimas asomaron a sus ojos.

Él puso un dedo mojado sobre una de sus rodillas levantadas rozándole la piel y haciendo que se estremeciera

– Ya que nuestro tiempo juntos es tan breve, no he querido desaprovechar ni un momento cenando en el comedor. Espero que no lo desapruebes.

Cassandra lo negó e intentó hablar a través del nudo que tenía en la garganta.

– No puedo recordar la última vez que alguien hizo por mí algo tan considerado.

– Siempre has merecido todas las consideraciones del mundo, Cassie. Pero he de confesar que mis intenciones también son egoístas. Quiero pasar en privado las horas que tenemos para estar juntos. No quiero compartirte.

La forma apasionada en que la miraba y la seducción aterciopelada de su voz la rodearon como una manta, calentándola.