Pero ahora esa esperanza había sido pisoteada. Porque había descubierto la diferencia entre tener sexo para aliviar una necesidad física y hacer el amor con la mujer que poseía su corazón. Y su alma.
Y aún peor, todos los lugares que solía considerar como sus santuarios estaban ahora impregnados de recuerdos de Cassie. La posada. Las cuadras. Esa zona de playa a la que iba casi a diario. Ahora no tenía ningún sitio al que ir para evitar los recuerdos.
Después de una última mirada al agua bordeada de espuma blanca, hizo girar a Rose -nombre que le había puesto por el perfume favorito de Cassie- hacia las cuadras. Después de cepillar a la yegua, fue al cuarto de los arreos. Acababa de colocarlo todo cuando oyó una voz detrás de él.
– ¿Puedo hablar contigo, Ethan?
Se dio la vuelta y vio a Delia observarle desde la entrada con una expresión indescifrable. Basándose en la palidez de su cara y en la forma en que los dedos arrugaban el vestido gris sospechó que algo iba mal.
– Por supuesto. ¿Ha pasado algo en la posada?
Ella negó con la cabeza y entró en el cuarto.
– En la posada, no -Apretó los labios hasta formar una delgada línea y dijo-: Quiero hablar de lady Westmore.
Sin querer las manos de Ethan se cerraron en un puño al oír el sonido de su nombre.
– ¿Qué pasa con ella?
La mirada de Delia se desvió posándose en varios puntos diferentes durante unos segundos, después volvió a él.
– Sospechaba que le habías dado a alguien tu corazón. Alguien de tu pasado. Pensé que ésa era la razón por la que pretendías no notar todas las indirectas que te lanzaba -Levantó la barbilla-. Es ella. Lady Westmore. Ella es la dueña de tu corazón.
Malditos infiernos. ¿Acaso su anhelo enfermo de amor estaba grabado en su cara para que todo el mundo lo viera?
Al no contestar, Delia movió la cabeza con varios asentimientos bruscos.
– Bueno, al menos no lo niegas. No hay porqué hacerlo. Vi el modo en que la mirabas.
– ¿Y cómo la miraba?
– Como esperaba que me miraras a mí algún día.
Ethan soltó un largo suspiro y se pasó las manos por la cara.
– Delia, lo siento.
– No tienes por qué disculparte. Nunca me diste falsas esperanzas de que pudiéramos ser más que amigos -Hundió la barbilla y clavó los ojos en el suelo-. Eres un buen hombre, Ethan. Un hombre honesto. No es culpa tuya que yo deseara que fueras mi hombre.
Él avanzó hacia ella y le puso las manos en la parte superior de los brazos.
– Sabes que me preocupo por ti, Delia.
Cuando alzó la cara y le miró, vio un brillo de humedad en sus ojos.
– Lo sé, Ethan. Pero no de la misma forma en que yo me preocupo por ti. Aunque lo sabía, me convencí que la mujer que llevabas en el corazón había desaparecido de tu vida o había muerto. Y que un día te despertarías y estarías preparado para seguir adelante. Y yo estaría allí esperando.
Suspiró profundamente y retrocedió, haciendo que la soltara.
– Pero saber que existe y verla de verdad, son dos cosas diferentes. Nunca podría mirarte y creer que estás pensando en mí. Estarías pensando en ella y yo lo sabría. En mi mente ya no es la imagen obsesiva de un fantasma. Lo he visto. He visto como la mirabas, como le sonreías, como reías con ella. Yo sólo ocuparía el segundo lugar, porque contigo, nunca habría un primero. Sólo hay sitio para ella.
Maldición, deseó poder negar sus palabras. Deseó poder transferir sus sentimientos por Cassie a Delia, una mujer de su clase con quién podría compartir el futuro. Por desgracia, su amor por Cassie lo llevaba en la sangre. Desde siempre. Él lo sabía, y Delia lo sabía. No la deshonraría diciéndole algo menos que la verdad.
– Nunca he querido herirte, Delia.
Ella se encogió de hombros.
– Me he herido yo sola. Pero ha llegado la hora de que reaccione. Me voy, Ethan. Me voy de Blue Seas y de St. Ives. He pensado en quedarme con mi hermana en Dorset. Hace unos meses tuvo gemelos y le irá bien mi ayuda -Entrelazó las manos y algo parecido a una combinación de confusión, compasión y rabia apareció en sus ojos- Sabes que tus sentimientos por ella son inútiles. Las damas importantes no se relacionan con gente como nosotros.
Un músculo se movió en la mandíbula de Ethan.
– Lo sé.
– Bien, tus sentimientos por ella no te mantendrán caliente por la noche. No más de lo que me mantendrán caliente a mí mis sentimientos por ti. Y estoy cansada de tener frío. Y de estar sola. Echo de menos tener un marido. Quiero compartir mi vida con alguien. Te deseo suerte, Ethan. Espero que encuentres la felicidad. Y el amor.
Él se quedó inmóvil, clavado en el sitio, observando cómo se alejaba. Una parte de él quería seguirla, rogarle que se quedara, decirle que intentaría olvidar a Cassie, al menos lo suficiente como para intentar crear una vida con alguien más. Pero otra parte sabía que no pasaría. Los últimos diez años -y la última noche- lo demostraban.
Sintiéndose como si le hubieran golpeado con unos puños como yunques, clavó los ojos en la entrada vacía por la que Delia se había ido. No debía de haber sido fácil para ella haberse enfrentado así a él y decirle que le quería, sobre todo sabiendo que sus sentimientos no eran correspondidos. Había demostrado un coraje que él nunca había tenido. Nunca había admitido sus sentimientos hacia Cassie. Nunca le había dicho que la amaba.
Se quedó helado, luego, cuando por fin comprendió, se pasó despacio las manos por el pelo. Ayer mismo había estado dispuesto a apartar el pasado y a hablar del futuro con Delia. Había estado dispuesto a confesarle sus sentimientos de amistad y respeto, y dejar que decidiera si lo poco que tenía que ofrecer era suficiente. Si estaba dispuesto a hacer eso con Delia, ¿por qué malditos infiernos no iba a hacerlo con la mujer que había amado durante toda la vida?
Quiero compartir mi vida con alguien. Las palabras de Delia hacían eco en su mente. Maldición, él también quería compartir su vida con alguien. Y ese alguien era Cassie. No tenía nada que ofrecerle, excepto a sí mismo. No había ni títulos ni tierras. Pero por Dios, estaba condenadamente seguro de que nunca la lastimaría. Y aún más, él podía ofrecerle algo que el bastardo de Westmore no le había dado.
Su amor. Su corazón. Y su alma.
Tal vez ella se limitaría a mirarle con amabilidad. O peor, con lástima. Pero quizá para una mujer que había pasado los últimos diez vacíos años infeliz, sola y sin amor, lo poco que él podía ofrecerle fuera bastante. Y si no lo era, al menos Cassie sabría que la amaban. Y por Dios, que merecía saberlo.
Estaba seguro de que le rechazaría, pero era un riesgo que tenía que correr. Tal como estaban las cosas, ella estaba fuera de su vida, así que no tenía absolutamente nada que perder declarándose. Y tal vez, sólo tal vez, lo poco que tenía fuera suficiente.
Al menos podía dejar que ella decidiera.
Cassandra estaba sentada en el salón de Gateshead Manor, intentando concentrarse en la conversación que mantenían sus padres y que iba de un tema a otro, pero su mente deambulaba lejos. Por fortuna su madre había empezado una de sus prolijas explicaciones de un musical nuevo al que habían asistido, lo que no requería más que alguna que otra inclinación de cabeza por parte de Cassandra.
Fue bebiendo el té, usando la delicada taza de porcelana china como un escudo para ocultar su tristeza, aunque probablemente el esfuerzo era inútil, ya que incluso dudaba de que sus padres notaran si ella hiciera lo que estaba deseando, subirse de un salto a la mesa y gritar, ¡soy muy desgraciada!
Hmm… aunque decidió que no era del todo exacto. Lo notarían. Y luego su madre diría, No eres nada de eso, y no escucharé más tonterías. Y su padre negaría con la cabeza y diría, No serías desgraciada -ninguno de nosotros lo sería- si hubieras cooperado y hubieras sido un niño.