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Ella negó con la cabeza.

– Necesito descansar un poco del largo viaje antes de llegar a casa -El fantasma de una sonrisa revoloteó en sus labios-. Un minuto más en ese carruaje y me habría vuelto loca.

Comprensible, supuso él. ¿Pero estaba haciendo escala en su posada deliberadamente o por casualidad? Él no creía en las casualidades, pero ¿por qué iba ella a visitar a propósito Blue Seas? No podía ser que quisiera renovar su amistad.

Una mezcla de estúpida euforia y algo muy parecido al pánico se apoderó de su sentido común. Durante un momento de locura se permitió la idea de volver a ser su amigo, de compartir las risas y las penas, llenándole de una felicidad que no había sentido en años. Pero luego el miedo sustituyó a la euforia momentánea.

Malditos infiernos, claro que no podría ser su amigo. No creía posible pasar tiempo con ella y poder esconder con éxito sus sentimientos. La única razón de haber sido capaz de hacerlo durante todos aquellos años fue que Cassie era muy inocente. Después de diez años de matrimonio, diez años de madurez, seguro que lo adivinaría, desde luego que se daría cuenta de la desesperación de sus sentimientos. Oh, claro, sería demasiado amable para burlarse de él, pero por Dios que no quería su compasión. Ya era bastante malo que lo compadeciera por la maldita cicatriz.

¿Por qué había venido aquí? ¿Para deleitarse contándole cosas de su fabulosa vida y su maravilloso marido? No la envidiaba por esas cosas, pero a diferencia del pasado, él no se castigaría escuchándole hablar de ello.

El silencio creció en el cuarto que de repente le parecía mucho más caliente. Maldición, ¿dónde estaban las palabras cuando las necesitaba? O al menos palabras más apropiadas que las que tenía en la punta de la lengua: ¡Vete! O peor aún, ¡Dios, te he echado de menos!.

– ¿Tu… familia está bien, Ethan? -preguntó ella.

– ¿Familia? -repitió él, desconcertado. Sin duda alguna ella se acordaba de que su padre había muerto. Había estado junto a él delante de la tumba-. No tengo familia -Un movimiento detrás de ella le llamó la atención y desvió los ojos hacia Delia, cuya presencia había olvidado por completo. Al ver los ojos oscuros mirándole, se rehízo lo suficiente para dirigirle una rápida sonrisa, luego le dijo a Cassie-: Aunque mis amigos de Blue Seas me hacen sentir como si la tuviera.

De nuevo algo destelló en los ojos de Cassie. Parecía a punto de hablar cuando la puerta de la entrada a la posada se abrió y la joven que había visto fuera, su doncella, y el cochero llevando dos baúles, entraron. Después de dar unas rápidas instrucciones, Cassie cogió las dos llaves de cobre que le tendía Delia.

– Sus habitaciones son la cinco y la seis, subiendo las escaleras -dijo Delia con su habitual energía-. La cena se servirá a las siete en el comedor. ¿Necesitan ayuda con el equipaje?

– Puedo yo solo -indicó el señor Watley.

– ¿Estarás aquí para la cena, Ethan? -preguntó Cassie, aturdiéndole con aquellos enormes ojos azules.

– ¿La cena?

Una ceja salió disparada hacia arriba.

– Sí. La cena que se servirá a las siete en el comedor.

Ethan parpadeó y luego comprendió que estaba bromeando con él. Igual que lo hacía antes. Malditos infiernos, era como… volver a casa. Y condenación, no le gustaba sentirse así.

– Un hombre tiene que cenar -dijo con brusquedad, cruzando los brazos sobre el pecho.

Ella pareció dudar.

– Excelente. Te veré a las siete -dijo luego.

Cassie y su doncella subieron las escaleras tras el señor Watley. Segundos más tarde desaparecieron de su vista, dejando sólo el murmullo de sus voces.

Ethan soltó un profundo y cauteloso suspiro. Iba a compartir una cena con ella. Cassie pasaría una noche bajo su techo. No estaba seguro de si la sensación que le hacía latir tan fuerte el corazón era júbilo o miedo. Sospechaba que un poco de ambos.

Era sólo una noche. Había escondido durante tanto tiempo sus sentimientos, los había mantenido a raya durante tantos años, que seguro que veinticuatro horas más no tendrían importancia.

Y luego, como hacía diez años, ella se despediría y se iría.

No sabía cómo iba a sobrevivir mientras estuviera aquí.

Y estaba condenadamente seguro de que no sabía cómo iba a sobrevivir cuando la viera partir.

Capítulo 3

Cassandra caminó lentamente por el acogedor dormitorio, acariciando la limpia colcha de color azul oscuro con los dedos. Su ávida mirada recorrió la mesita de noche de roble, el armario, el tocador y la palangana del lavabo, no había en la habitación ni un solo adorno, pero el mobiliario y la repisa de la chimenea estaban tan limpios que brillaban. Las paredes pintadas de beige estaban desnudas, y el color pálido hacía que el pequeño dormitorio pareciera más grande. Las cortinas azul claro enmarcaban la ventana abierta por la que entraba una cálida brisa con el aroma del mar. Todo en la habitación era un reflejo de Ethan, fuerte, funcional, ordenado y serio.

Ethan… Cassandra cerró los ojos y dejó escapar un largo y lento suspiro. Verle, oír su voz habían traído de vuelta muchos recuerdos que casi la habían dejado muda. Y aunque le hubiera reconocido en cualquier sitio, no había duda de que había cambiado. Físicamente, era más grande, más sólido, con más músculo. Había tenido que apartar la mirada del fascinante despliegue de fuerza muscular que dejaban ver los cómodos pantalones de montar negros y la camisa llena de suciedad. Su aspecto desaliñado no le había restado nada de su atractivo masculino.

El cabello negro, que siempre había llevado demasiado corto, ahora era más largo, llegando a rozarle el cuello, y parecía como si se hubiera pasado los dedos por las espesas y brillantes ondas. El deseo de acariciar aquel sedoso cabello la había atravesado con tanta fuerza que tuvo que apretar las manos en el ridículo.

Y sus ojos… esos ojos marrones, profundos, insondables, que ella había visto relampaguear cuando había bromeado y brillar con intensidad, ahora eran también diferentes. La calidez había desaparecido. Había secretos detrás de aquellos ojos ahora. Y sufrimiento.

Su cicatriz la había consternado. ¿Cómo se había hecho una herida así? Aunque fuera lo que fuese lo que había ocurrido le había causado un gran dolor. Y ella no lo había sabido. No había estado allí para consolarle, ayudarle, cuando él la había consolado y ayudado tantas veces. Aunque Ethan ya no parecía un hombre que necesitara consuelo. No, ahora parecía una fortaleza. Oscuro, sombrío, impenetrable. Prohibido.

Ya tenía la respuesta a la pregunta: ¿Estará él allí? Sí. Estaba aquí. Y durante un día, sus caminos volvían a cruzarse. Y tenía la intención de aprovecharlo al máximo. Esta noche compartirían la cena, se contarían sus respectivas vidas. Y ella averiguaría las respuestas a las preguntas que la habían asediado todos estos años.

A no ser que lo viese antes.

Sí. Nada como el presente.

Después de usar la palangana para refrescarse, se puso el traje de montar y se dirigió escaleras abajo. Cuando entró en la sala, la señora Tildon alzó la mirada del libro de contabilidad en el que escribía.

– ¿Va a montar a caballo, milady? -preguntó recorriendo con los ojos el atuendo de Cassandra.

– Si hay alguna montura disponible. Si no es así me conformaré con un paseo -contestó a la mujer con una sonrisa-. Después de pasar tantas horas metida en ese carruaje, deseo estar al aire libre.

– Las cuadras están justo al salir. Ethan le puede ensillar un caballo.

Precisamente las palabras que quería oír.

– Gracias.

Se dio la vuelta para irse, deseosa de alejarse antes de que la señora Tildon pudiera cuestionar su intención de montar sola a caballo, pero antes de que pudiera escapar, la otra mujer dijo: