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La cámara enfocó a las chicas y se detuvo en una de ellas, que dio un paso adelante. Finn frunció el ceño. No era que la chica no fuera atractiva, ni siquiera que estuviera mal vestida. Era… distinta a las demás. Menos pulida, menos sofisticada. Demasiado simple.

Llevaba un vestido azul marino que le caía por debajo de las rodillas, unos zapatos planos y nada de maquillaje. Su largo cabello le caía por la cara dificultando que se le vieran los ojos. Cuando finalmente se situó junto a Stephen y lo miró, su expresión fue más de horror que de entusiasmo.

Finn la observó un segundo y frunció el ceño.

– Espera un minuto… ¿cuántos años tiene?

– ¿Aurelia? -Dakota se encogió de hombros-. Veintinueve o treinta. Iba un año o dos por delante de mí en el colegio.

Él maldijo.

– Esto no puede ser. Voy a aplastar a Geoff. Voy a dejarlo desangrándose en una cuneta.

– ¿Qué pasa?

Se giró hacia Dakota y la miró.

– ¿Es que no lo ves? Es casi diez años mayor que Stephen. De ningún modo voy a quedarme quieto mientras mi hermano es devorado por una come jóvenes.

– ¿Hablas en serio? ¿Crees que Aurelia es así?

– ¿Cómo es si no? Mírala.

– Mírala tú. Es muy tímida. Siempre fue así en el instituto. No conozco toda su historia, pero recuerdo que tenía una madre horrible. Aurelia nunca pudo hacer nada. No la dejaba ir a los bailes ni a los partidos. Es muy triste. No tienes que preocuparte, no es de ésas que lo atrapará quedándose embarazada ni nada por el estilo.

– Puedes decir lo que quieras; no me importa su pasado, me importa que esté con mi hermano -se quedó paralizado-. ¿Embarazada? -maldijo de nuevo-. No puede quedarse embarazada.

– No debería haber dicho eso. Deja de preocuparte. No supone ningún problema para Stephen. Vamos, Finn, es una buena chica. ¿No es eso lo que quieres para tu hermano? ¿Una buena chica?

– Claro que quiero una buena chica, pero quiero una buena chica que tenga su edad.

Dakota sonrió.

– Ahora puede parecer mucha diferencia de edad, pero cuando él tenga cuarenta, ella solo tendrá cincuenta.

– No estás haciéndome sentir mejor. No creo que lo estés intentando ni siquiera.

Ya bastaba de hablar. Era bastante malo que sus hermanos hubieran llegado a Fool’s Gold siguiendo ese estúpido programa y aun así podría asumirlo, pero no iba a quedarse de brazos cruzados mientras dejaba que su hermano cometiera ese error.

Pero antes de poder subir al escenario e interrumpir el programa en directo, Dakota se puso delante de él.

– No subas ahí -le dijo con firmeza mirándolo a los ojos-. Lo lamentarás, pero, sobre todo, los chicos quedarán humillados en televisión. Jamás te perdonarán. Ahora mismo eres un hermano enfadado que quiere mantenerlos a salvo, pero tienes que controlarte. Te lo digo en serio, Finn.

No quería hacerle caso, no quería creerla, pero sabía que tenía que hacerlo. Aunque la idea de dejar a su hermano solo con esa mujer…

– No tiene dinero.

– Aurelia no va detrás del dinero.

– ¿Cómo lo sabes?

– Tiene un empleo fantástico. Es contable. Por lo que he oído, hace un trabajo increíble. Hay lista de espera para ser uno de sus clientes -volvió a agarrarlo del brazo y lo miró a los ojos-. Finn, sé que estás preocupado y puede que tengas razones para estarlo. Habría sido genial que tus hermanos no hubieran dejado los estudios, pero lo han hecho. Por favor, no empeores esto subiendo ahí y comportándote como un idiota.

– Sé que intentas ayudar -dijo sabiendo que parecía frustrado.

– Míralo de este modo. Si es tan aburrida como creo que es, los echarán pronto.

– Si no, él tendrá problemas.

– Estarás aquí para asegurarte de que no pasa nada malo.

– Eso suponiendo que me escuche.

Miró hacia el escenario. Aurelia estaba junto a Stephen, cruzada de brazos y tan tensa que parecía que estaba hecha de acero; estaba claro que no estaba muy contenta con la situación. Tal vez él tenía suerte y no durarían mucho como pareja. Se merecía un poco de suerte.

– Eres un tipo duro. ¿Es algo típico en Alaska?

– Puede que sí -respiró hondo y la miró a los ojos-. Gracias por convencerme para que no lo haya hecho.

– Soy una profesional, es mi trabajo.

– Pues eres muy buena.

– Gracias.

Siguió mirándola a los ojos, sobre todo porque le gustaba. Era agradable estar con ella y su cuerpo no podía evitar fijarse en la suavidad de su piel, en la forma de su boca.

– Tengo que irme. ¿Puedo fiarme de ti?

– Claro.

– Ten un poco de fe -dijo dando un paso atrás-. Todo saldrá bien.

Eso era algo que ella no podía saber, pero por el momento la creería.

Esperó a que ella se marchara antes de salir del estudio. Sacó su móvil y marcó el número de su despacho en Alaska.

– Transportes South Salmon -dijo una familiar voz.

– Hola, Bill, soy yo.

– ¿Dónde demonios estás, Finn?

– Sigo en California -Finn se cambió el teléfono de oreja-. Me parece que tendré que quedarme aquí un tiempo. Los dos han entrado en el programa.

A unos miles de kilómetros, pudo oír suspirar a Bill.

– Vamos a tener mucho trabajo dentro de poco. No puedo hacerlo solo. Si no puedes volver, tendremos que contratar a algún piloto.

– Lo sé. Empieza a buscarlos. Si encuentras a alguien bueno, contrátalo. Volveré tan pronto como pueda.

– Que sea rápido.

– Haré lo que pueda.

El negocio era importante, pensó al terminar la llamada, pero sus hermanos siempre serían más importantes. Estaría allí hasta que terminara el trabajo que había ido a hacer.

Capítulo 4

El aeropuerto situado en la zona norte de Fool’s Gold tenía dos pistas y carecía de torre de control, por lo que los pilotos eran responsables de mantenerse alejados unos de otros. Finn estaba acostumbrado a volar en esas circunstancias; en South Salmon era igual, aunque con un clima mucho peor.

Salió de su coche alquilado y fue hacia la Oficina Central de Aviación de Fool’s Gold. Le habían dicho que era el mejor lugar para informarse sobre el alquiler de un avión. Además, aprovecharía para hablar con el propietario, tal vez podía encontrar un trabajo extra. No estaría allí sin hacer algo más productivo que transportar a los concursantes del programa dos veces por semana.

Llamó a la puerta, que estaba abierta, y entró. Allí había unos cuantos escritorios destartalados y una cafetera sobre una mesa junto a la ventana con vistas a la pista principal. Una mujer estaba sentada en uno de los escritorios.

– ¿Puedo ayudarle en algo?

– Estoy buscando a Hamilton -le habían dado un apellido y poco más.

La mujer, una guapa cincuentona pelirroja, suspiró.

– Está con los aviones. Le juro que si pudiera dormir con ellos, lo haría -señaló al oeste-. Por ahí.

Finn asintió, le dio las gracias y rodeó el edificio. Vio a un hombre mayor agachado sobre un neumático de un Cessna Stationair.

Finn conocía el avión. Podía volar durante siete horas y sus puertas dobles facilitaban el transporte de mercancías.

Hamilton vio a Finn acercarse.

– Anoche al aterrizar me pareció que había perdido la válvula del neumático. Ahora parece que está bien.

Se acercó a Finn y le estrechó la mano. Debía de tener unos setenta años.

– Finn Andersson.

– ¿Eres piloto?

– Sí.

Finn le habló de su negocio de transportes en Alaska.

– Aquí no tenemos ese clima. Estamos por debajo de los ochocientos metros, así que nos libramos de lo peor de la nieve y del viento. Hay algo de niebla, pero nada como con lo que tú tienes que lidiar. ¿Qué te ha traído a Fool’s Gold?

– Mis hermanos -admitió y le contó lo de los gemelos y el concurso-. Voy a trabajar transportando a concursantes. Supongo que así se ahorran dinero.