– No me importa quién alquile mis aviones siempre que sepa lo que hace. Y me parece que tú sabes.
Finn sabía que a ese hombre no le bastaría con su palabra, pero tenía credenciales que mostrarle.
– Estaré aquí unas cuantas semanas y me preguntaba si usted necesita algún piloto. Puedo transportar pasajeros o mercancías.
Hamilton sonrió.
– Tengo trabajo extra y odio rechazarlo, pero solo puedo hacer un vuelo cada vez. Hay mucho que hacer. A la gente rica le gusta ir al pueblo en avión, les hace sentir especial. El restaurante del hotel está de moda y yo les llevo el pescado. Tengo contratos con unas cuantas empresas de reparto y esas cosas. Dime cuándo quieres trabajar y te tendré ocupado.
– Se lo agradecería -le dijo Finn, aliviado al saber que no tendría que pasarse el día sentado y viendo a sus hermanos.
– Vamos a mi despacho a ver cómo tengo la agenda. Supongo que tendré que hacerlo oficial y comprobar tu licencia. Si tienes tiempo, podemos salir a pilotar cuando terminemos con el papeleo.
– Tengo tiempo.
– Bien.
De nuevo en la oficina, entraron en el despacho de Hamilton. Era pequeño, pero estaba ordenado. Había fotografías de viejos aviones cubriendo las paredes.
– ¿Cuánto tiempo lleva aquí? -le preguntó Finn.
– Desde que era pequeño. Aprendí a volar antes que a conducir, eso seguro. Nunca quise hacer otra cosa. Mi mujer no deja de decirme que nos mudemos a Florida, pero no sé… tal vez pronto… El negocio está en venta, por si te interesa.
– Tengo un negocio, aunque aquí se pueden hacer muchas más cosas -no solo repartos y transporte de mercancías y de personas, sino también esa idea que tenía de impartir clases de vuelo.
«Deja tus sueños para otro momento», se recordó; para cuando supiera con seguridad que sus hermanos eran lo suficientemente adultos como para no cometer ninguna estupidez.
– Si cambias de opinión, dímelo -le dijo Hamilton.
– Será el primero en saberlo.
En su vida normal, Dakota pasaba el día elaborando planes de estudio para programas de Matemáticas y Ciencias. En teoría, en un año o dos, los estudiantes de todo el país podrían ir a Fool’s Gold y pasar un mes inmersos en un programa de Matemáticas o Ciencias. Dakota y Raúl trabajaban duro para solicitar donaciones de benefactores privados y de empresas. Era un trabajo que la llenaba, era un trabajo que suponía una diferencia, ¿pero estaba haciendo ahora algo importante? No. Por el contrario, había pasado la última hora al teléfono hablando con distintos hoteles de San Diego negociando habitaciones en las que los concursantes pudieran tener sus citas de ensueño.
La puerta de su improvisado despacho se abrió y allí apareció Finn. Hacía días que no lo veía, desde que se había anunciado a los concursantes. Casi se había esperado leer un artículo en el periódico local diciendo que dos gemelos habían desaparecido, pero por el momento, Finn parecía estar controlándose.
– ¿Interrumpo algo?
– Sí, y no sabes cuánto te lo agradezco -soltó los papeles que tenía en la mano-. ¿Sabes que tengo un doctorado? Puedo hacer que la gente me llame doctora. No lo hago, pero podría. ¿Y sabes lo que estoy haciendo ahora con esa titulación?
Él se sentó.
– ¿No te gusta tu trabajo?
– Hoy no -dijo con un suspiro-. Me digo que estoy haciendo lo correcto, me digo que estoy ayudando al pueblo, pero…
– Deja que adivine, no está funcionando.
– Estoy a un paso de golpearme la cabeza contra una pared y eso nunca es una buena señal. Como experta en psicología, soy muy consciente de ello.
Se recostó en su silla y lo observó. Finn estaba guapo, aunque eso no era ninguna sorpresa. ¿Cuándo lo había visto mal? Era un hombre formal y cumplidor, y así lo demostraba su preocupación por sus hermanos. El siguiente pensamiento lógico sería que era un buen tipo, pero por el contrario se vio reconociendo que era la definición exacta de un tío bueno.
– ¿Puedo ayudarte? -preguntó él.
– ¡Ojalá! -respondió ella con un suspiro-. Hablemos de otra cosa. Cualquier otro tema me animaría más -señaló unos papeles que tenía sobre la mesa-. Veo que Geoff ha mantenido su palabra y eres el piloto para las citas. Lo que estás haciendo por tus hermanos… -sonrió-, digamos que todos los padres de América estarían orgullosos.
– Es una forma de verlo, pero preferiría no estar aquí -la miró-, excluyendo lo presente.
– Gracias. ¿Sigues pensando en entrometerte entre Stephen y Aurelia?
Finn se encogió de hombros.
– En cuanto se me ocurra qué hacer. Aún no han tenido ninguna cita y mis hermanos están evitándome.
– ¿Y te sorprende?
– No. Si fuera ellos, yo también estaría evitándome -sacudió la cabeza-. ¿Por qué no han podido rebelarse en Alaska?
– ¿Echas de menos tu casa?
Finn se encogió de hombros.
– Un poco. Esto es diferente.
– ¿Por el paisaje o por la gente?
– Por las dos cosas. Comparado con donde yo vivo, Fool’s Gold es como la gran ciudad. En South Salmon aún hay varios metros de nieve, pero los días cada vez son más largos y cálidos. Bill, mi socio, y yo deberíamos estar preparándonos para la temporada de más trabajo, pero ahora Bill tendrá que hacerlo solo. Vamos a tener que contratar temporalmente a algunos pilotos.
– Eso no debe de ser muy bueno.
– Es un fastidio.
– Y culpas a tus hermanos.
Él enarcó una ceja.
– ¿Alguna razón por la que no debiera hacerlo?
– Técnicamente no tienes por qué estar aquí.
– Sí, sí que tengo por qué -miró por la ventana-. Si no estuviera preocupado por mis hermanos y por el trabajo, estar aquí no estaría tan mal.
Ella sonrió.
– ¿Estás diciendo que te gusta Fool’s Gold?
– La gente es muy agradable. He ido al aeropuerto y he hablado con un hombre sobre alquilar aviones para el programa. Voy a trabajar con él el tiempo que esté aquí.
– ¿Para transporte de mercancías?
Él asintió.
– No sabía que transportáramos mercancías dentro y fuera de Fool’s Gold.
– Te sorprendería saber lo que llega por transporte aéreo. Incluso aquí. Además, tiene vuelos chárter para llevar a gente a lugares remotos.
– ¿Haces eso en South Salmon?
– A veces, aunque Bill y yo estamos especializados en mercancías. He pensado en expandir el negocio o incluso en abrir una empresa nueva, pero Bill quiere evitar tener que tratar con pasajeros. Puede ser difícil de creer, pero yo soy el más sociable de los dos.
Sonrió y ella experimentó una sacudida de calor en su interior mientras se le encogían los dedos de los pies. Por suerte, eso era algo que él no pudo ver.
– ¿Y estás preparado para llevar turistas? -le preguntó intentando cambiar de tema.
– Puede ser divertido. También he pensado en abrir una escuela de vuelo. Ahí arriba hay mucha libertad, pero tienes que tener cuidado. Mi padre solía decir que solo sabía que yo no estaba cometiendo locuras cuando estaba volando -se rio-. Aunque, claro, se equivocaba. Aun así, te enseña responsabilidad.
– Parece que es tu vocación.
– En cierto modo, sí -la miró-. Has sido muy agradable conmigo. Sé que no tenías motivos y agradezco tus consejos.
¿Agradable? Genial. Quería que la viera sexy e irresistible, alguien a quien estuviera deseando meter en su cama. El primer hombre que le había llamado la atención en un año y solo le parecía agradable.
– Hago lo que puedo. Si necesitas algo, dímelo.
Él posó su oscura mirada azul en su rostro y curvó su boca en una de esas sonrisas diseñadas para lograr que una mujer hiciera cualquier cosa.
– He estado buscando un sitio para cenar. Un lugar tranquilo. Un lugar donde pueda tener una conversación con una bella mujer.
Si ella hubiera estado de pie, habría corrido el peligro de caerse al susto. ¿Estaba Finn invitándola a cenar? ¿O estaría refiriéndose a otra? Era muy presuntuoso por su parte dar por hecho que ella era esa bella mujer; si, por el contrario, Finn hubiera dicho «razonablemente atractiva», eso sí que podría habérselo creído.