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El beso continuó. Piel contra piel, calidez. Atracción.

Y entonces algo cambió. Tal vez fue el modo en que él movía las manos y le acariciaba la espalda, tal vez fue el hecho de que sus muslos se rozaran, tal vez la posición de la luna en el cielo, o tal vez que por fin había llegado el momento de que le sucediera algo bueno.

Fuera cual fuera la razón, pasó de estar disfrutando del decente beso de un encantador hombre a verse invadida por un fuego que arrasó su cuerpo. Fue tan inesperado como intenso. El calor estaba por todas partes. El calor y un deseo que podía hacer suplicar a una mujer.

La necesidad de acercarse más y más a él fue aumentando hasta hacerse abrumadora. Separó los labios esperando que el beso se intensificara y por suerte, él pareció leerle la mente. Su lengua acarició la suya y se coló dentro.

Fue como el paraíso. Cada caricia la hacía estremecerse de placer por dentro, hacía que le temblaran las piernas. Le devolvió el beso con una excitación cada vez mayor. Quería dejarse llevar, quería recordar todo lo que podía hacer su cuerpo.

Se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo aletargada, desconectada de todo menos del dolor. Había bloqueado casi todas sus emociones, tanto que había acabado engañándose a sí misma.

Finn la besó con más intensidad. Ella cerró los labios alrededor de su lengua y él tensó su abrazo.

Iba a detenerse, pero no podía. Ella lo necesitaba. Tenía que…

Pero no, él no tenía por qué hacer nada. Ésa no era ella; ella no asaltaba a hombres en su cocina… ni en ninguna otra parte. Lo más educado era dar un paso atrás.

Oh, pero cuánto lo deseaba. Le ardían los pechos. Tenía los pezones tan sensibles que solo el roce del sujetador era como una agonía. Entre sus piernas, estaba inflamada y hambrienta. Quería que esas grandes manos la tocaran por todas partes. Quería verlo desnudo y excitado en su cama. Quería que él la llenara por dentro una y otra vez.

Necesitó todo su autocontrol, pero de algún modo logró apartar las manos de él y poner algo de espacio entre los dos. Era consciente de su respiración acelerada y esperaba no parecer demasiado desesperada. La confianza en el terreno sexual resultaba atractiva; la desesperación hacía que un hombre saliera corriendo.

Los ojos de Finn estaban oscuros de pasión, y eso era agradable. Se vio tentada a bajar la mirada para comprobar si había alguna prueba física de lo que estaba sintiendo, pero no sabía cómo hacerlo sin resultar demasiado obvia. Aun así, era muy probable que él no hubiera querido más que ofrecerle un educado beso y que ella se hubiera lanzado a por él como un mono hambriento de sexo.

– Yo… eh… no sé qué decir… -admitió ella sin mirarlo a los ojos.

– No debería haberlo hecho -murmuró Finn-. Tú no… no es la razón por la que… -se aclaró la voz.

Ella frunció el ceño, no estaba segura de si estaba disculpándose o intentando escapar.

– Me alegra que lo hayas hecho -dijo ella diciéndose que lo mejor era mostrar valentía.

– ¿De verdad?

Se obligó a mirarlo y vio que él estaba mirándola. Oh, sí. Eso sí que era pasión.

– Me alegro mucho.

Finn enarcó una ceja.

– Yo también.

El calor teñía las mejillas de Dakota, pero aun así se lanzó otra vez.

– Podríamos repetirlo.

– Podríamos, pero hay un problema.

¿Estaba casado? ¿Habría sido una mujer antes? ¿Era gay?

– No estoy seguro de que pudiera parar -admitió.

El alivio que Dakota sintió fue casi tan bueno como el beso en sí. Dakota fue hacia él y no se detuvo hasta que sus cuerpos estuvieron pegados el uno contra el otro… y con lo que obtuvo una respuesta a la pregunta que se había hecho antes sobre lo que sentía Finn.

– Por mí, está bien -susurró.

Ella había pensado decir más, proponerle que fueran a su dormitorio, pero no quería correr el riesgo.

Una vez más, Finn la besó. Y aunque no fue algo tan inesperado como la primera vez, ella quedó abrumada de nuevo.

Se entregó a su fuerte abrazo queriendo sentir sus brazos rodeándola. Separó la boca y él se coló dentro, provocándola, mientras con las manos recorría todo su cuerpo. Le acarició la espalda y desde ahí fue descendiendo hasta sus nalgas, las cuales apretó hasta hacerla arquearse hacia él.

El vientre de Dakota rozaba su erección. Estaba muy excitado y la imagen que ese contacto dibujó en su mente le hizo gemir. Sin pensarlo, le agarró las manos y las llevó hasta sus pechos.

En cuanto él la tocó, comenzó a derretirse. Las manos de Finn cubrían sus curvas, acariciaban su piel mientras la recorrían centímetro a centímetro. Sus dedos jugueteaban con sus pezones. Y entonces, él le quitó el jersey.

Apenas había tenido tiempo de dejarlo caer y ella ya estaba desabrochándose el sujetador. Solo esperaba que el horno estuviera apagado para que, si aterrizaba ahí, no sucediera nada.

Mientras, Finn se quitó la camisa y se descalzó. A continuación, se agachó y comenzó a besarle un pezón produciendo en Dakota un cosquilleo que le llegó hasta el vientre.

La combinación del movimiento, el calor y la humedad casi la hicieron caer de rodillas. Se aferró a él con fuerza para mantenerse en pie. El pasó al otro pecho y utilizó sus dedos para acariciarla primero mientras ella deslizaba los suyos por su pelo y lo acercaba a su cara para besarlo.

Cuando sus lenguas se entrelazaron, él le desabrochó el botón de los vaqueros y ella se descalzó. Segundos después, los pantalones y sus braguitas cayeron al suelo. Finn se puso de rodillas y le separó los muslos para besarla íntimamente. Así, sin previo aviso. Nada podía haberla preparado para ese cálido ataque de sus labios y de su lengua. Estaba indefensa mientras la exploraba una y otra vez.

Con cada erótico movimiento de su lengua, ella iba acercándose más al clímax. Le temblaron las piernas hasta que le fue imposible mantenerse en pie. Hundió los dedos en sus hombros, pero eso no le bastó. Podía notar cómo iba cayéndose.

Él la agarró y la llevó contra su pecho. Su piel ardía contra la de ella. Y entonces, Finn la levantó en brazos. Dakota pensó en darle indicaciones, pero solo había dos habitaciones y una única planta, así que pensó que podría encontrar el camino solo. Y, cómo no, él fue directo al dormitorio y la tendió sobre la colcha. Antes de reunirse con ella en la cama, terminó de desnudarse y tiró la ropa.

Se tumbó a su lado y posó las manos sobre su cuerpo. Comenzó por la frente y fue recorriendo suavemente su piel. Le tocó las mejillas, las orejas, la mandíbula, los hombros, la clavícula… antes de posarse sobre sus pechos.

De ahí, pasó a su cintura, pasando por encima de las caderas hasta la «v» que quedaba formada entre sus piernas. Dakota pensó que se quedaría ahí un momento para terminar lo que había empezado, pero él siguió descendiendo hasta sus muslos y sus tobillos.

Hizo el camino de vuelta muy lentamente y cuando llegó a la suave piel del interior de sus muslos, se situó entre ellos y se agachó para besarla.

Inmediatamente su lengua se detuvo sobre su punto más sensible y ahí comenzaron las caricias a un ritmo diseñado para arrastrarla a la locura y hacerla gemir. Era como si su cuerpo no fuera suyo y él controlara cada reacción, cada sensación. Una y otra vez.

Sus músculos se tensaron y se vio de nuevo acercándose al final.

Pero no. Aún no. Era demasiado bueno. Tenía que hacer que durara. Sin embargo, era imposible no ir dirigiéndose hacia lo inevitable.

Entonces él hundió un dedo en su interior y ella estuvo perdida. Su cuerpo se retorció de placer, un placer que la invadió por todas partes. Pero gradualmente esas sacudidas fueron deteniéndose y ella fue regresando al mundo real. Aletargada y satisfecha. Hacía mucho tiempo que no se había sentido tan bien.

Y justo cuando su clímax estaba disipándose, Finn se adentró en ella con un suave pero firme movimiento y la llenó por completo.