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Hacía casi dos días que no veía a Finn, no desde que había estado en su casa y habían hecho algo que la había hecho flotar. Una cualidad que podía gustarle mucho en un hombre.

Mientras se preguntaba si se sentiría avergonzada o incómoda a su lado, su cuerpo se vio invadido por un cosquilleo.

– Buenos días -dijo él.

– Hola.

Lo miró a los ojos y sonrió. Por su parte, no había ninguna sensación desagradable y su cosquilleo mejoró aún más cuando él le devolvió la sonrisa.

– ¿Qué tal?

– Mejor. He estado ocupándome de alguna que otra crisis en casa, he volado a Eugene y a Oregón transportando mercancías y ayer pasé la mayor parte del día intentando convencer a los gemelos de que volvieran a Alaska.

– ¿Y cómo te ha ido?

– Cuando terminamos de hablar, me golpeé la cabeza contra un muro para sentirme mejor.

– ¡Ay! ¿De verdad esperabas que tus hermanos se subieran a un avión para volver contigo?

Él se encogió de hombros.

– Todo hombre puede soñar, ¿no? -sacudió la cabeza-. No, no esperaba que vinieran conmigo. Sabía que no funcionaría, pero me veía obligado a intentarlo. Puedes llamarme idiota.

– Lo cierto es que creo que eres una persona que se preocupa mucho por su familia. No lo estás haciendo bien, pero eso nos pasa a todos.

Él se rio.

– Gracias… creo.

– Estaba siendo simpática -le dijo ella.

– De un modo muy sutil.

Dakota se rio. No se había imaginado que estar con Finn pudiera ser divertido. «La mañana después» podía resultar algo embarazosa, incluso habiendo pasado varios días, pero se sentía tan cómoda con él como antes de que hubieran hecho el amor.

– Sobre lo de la otra noche… -comenzó a decir él.

– Lo pasé genial.

– Yo también. Fue una sorpresa, y no es que me esté quejando -la miró-. ¿Tú te quejas?

– Nunca me había sentido mejor.

La sexy sonrisa de Finn regresó.

– Bien. Y el hecho de que fuera tan inesperado y todo eso… no utilicé nada… ¿supone algún problema?

Ella tardó un segundo en darse cuenta de lo que estaba queriendo decir. Protección, métodos anticonceptivos.

– No hay problema.

– ¿Estás tomando la píldora?

Lo más sencillo habría sido decir que sí, pero por alguna razón, no quería mentir a Finn.

– No me hace falta. No puedo tener hijos. Una cuestión médica. Técnicamente, si todos los planetas se alinearan un día de eclipse y aterrizaran los alienígenas, tal vez podría pasar.

Finn ni dio un paso atrás ni se mostró ridículamente aliviado. Por el contrario, su rostro reflejó compasión y comprensión.

– Lo siento.

– Yo también. Siempre he querido tener hijos, una familia. Siempre he querido ser madre.

Ahí estaba, pensó. La tristeza. Cuando se enteró de lo que le pasaba, la tristeza la había invadido, le había arrebatado la vida. A pesar de todas sus clases, de las conferencias, nunca había llegado a comprender la depresión. Nunca había comprendido cómo alguien podía llegar a perder toda esperanza.

Pero ahora lo sabía. Había tenido días en los que apenas había sido capaz de moverse. Quitarse la vida o hacerse daño no era algo que entrara dentro de su personalidad, pero salir de un estado constante de apatía le había resultado una de las cosas más difíciles que había hecho nunca.

– Hay más de un modo de obtener lo que quieres, pero eso ya lo sabes.

– Sí. Me lo digo todo el tiempo y, si tengo un buen día, me creo -lo observó-. Tú, por otro lado, no pareces estar buscando familia.

– ¿Es una evaluación profesional?

– ¿Me equivoco?

– No. Ya he pasado por eso.

Y tenía razón. Finn se había visto obligado a responsabilizarse de sus hermanos siendo muy joven, así que, ¿por qué iba a querer empezar de nuevo con una nueva familia?

Le gustaba Finn. Se habían divertido juntos, pero querían cosas distintas y, ahora, lo último que necesitaba era un corazón roto.

– ¿Te he asustado? -le preguntó ella.

– No. ¿Lo pretendías?

Dakota se rio.

– No, la verdad es que no. Es que no quiero que las cosas se tensen entre nosotros ni que estemos incómodos.

– No pasará.

– Bien -se acercó un poco y lo miró-. Porque la otra noche fue divertidísima.

– A mí me pareció lo mismo. ¿Quieres repetirla?

¿Sexo con un hombre que no se quedaría a su lado? ¿Diversión y nada de compromiso? Nunca había sido esa clase de chica, pero tal vez había llegado el momento de un cambio.

Sonrió.

– Creo que sí.

Capítulo 6

Dakota no podía recordar la última vez que había tenido tanto frío. Aunque el calendario decía que estaban a mitad de primavera, un frente polar había tocado la zona haciendo que la temperatura cayera varios grados y depositando una capa de nieve en las montañas.

Se abrochó la chaqueta y deseó haberse llevado los guantes. Por desgracia, ya había guardado casi todas las prendas de invierno y tendría que conformarse con ponerse encima capas y capas de ropa. La espesa manta de nubes tampoco ayudaba, pensó mientras miraba al grisáceo cielo.

Oyó a alguien decir su nombre y se dio la vuelta. Montana la saludaba mientras corría por la calle, y parecía ir muy calentita con su abrigo. Un colorido gorro de punto le cubría la cabeza y llevaba manoplas a juego.

– Parece que tienes frío -le dijo su hermana-. ¿Por qué no llevas algo de más abrigo?

– Lo tengo todo guardado.

Montana sonrió.

– A veces es mejor dejar las cosas para más tarde.

– Eso parece.

– Se supone que subirán las temperaturas en unos días.

– Qué suerte tengo.

Montana se acercó y se agarraron del brazo.

– Nos daremos calor corporal -señaló al lago-. ¿Qué está pasando?

– Estamos grabando una cita.

– ¿En exteriores? ¿Van a hacer que los concursantes estén en el agua cuando casi está helando?

– A alguien se le olvidó consultar el tiempo y lo peor de todo es que es una de las parejas más mayores. Se suponía que iban a tener un picnic romántico. He oído que el chico de sonido se queja de que no puede entender nada; entre lo fuerte que sopla el viento y cómo les castañetean los dientes, no se oye mucha conversación.

Montana miró la pequeña barca que había en mitad de las oscuras aguas.

– La televisión no es como yo pensaba.

– Grabar segmentos lleva mucho tiempo. Cuando se vayan de aquí, no les echaré de menos.

– Entiendo por qué. Oye, no hay música. ¿La añaden después?

– Probablemente -Dakota tembló de frío-. Las siguientes citas son fuera del pueblo. Stephen y Aurelia irán a Las Vegas y se suponía que Sasha y Lani iban a ir a San Diego, pero Geoff se ha asustado con el precio de las habitaciones, así que es probable que se queden aquí.

– Son los gemelos, ¿verdad? -preguntó Montana-. Son guapísimos.

– Un poco jóvenes para ti, ¿no? -dijo Dakota secamente.

– Oh, ya lo sé. No me interesan. Solo digo que es muy agradable mirarlos.

Dakota se rio.

– Se permite mirar, pero que no te vea Finn. Está decidido a llevarse a sus hermanos a casa.

– ¿Cómo lleva el plan?

– No muy bien, pero no porque no lo esté intentando.

Finn era un hombre decidido, además de muchas otras cosas, pero eso no iba a compartirlo con Montana. Lo último que necesitaba era que sus hermanas especularan sobre su vida privada porque, aunque no lo hicieran con mala intención, no podría soportarlo.

– Entonces, ¿va a quedarse?

– Sospecho que hasta el final.

– Pobre chico -Montana miró a su izquierda y le dio un codazo a Dakota-. ¿Es él?

Dakota se giró y vio a Finn caminando hacia ellas. Vestía una cazadora de cuero y, aunque no llevaba ni gorro ni guantes, no parecía tener el más mínimo frío. Probablemente porque, comparado con la fría primavera de South Salmon, esas temperaturas para él serían suaves.