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– Fue cuestión de pura mala suerte. Hace un año una estudiante de posgrado que estaba escribiendo su tesis sobre densidad de población descubrió que padecíamos una escasez crónica de hombres. Los cómos y los porqués se convirtieron en un capítulo de su proyecto. En un esfuerzo de despertar atención hacia su trabajo, vendió su tesis a distintas productoras y ahí nos conocieron.

Él frunció el ceño.

– Creo que recuerdo haber oído algo. ¿No llegaron autobuses cargados de tipos que venían de todas partes?

– Por desgracia, sí. La mayoría de los artículos hicieron que pareciéramos unas solteronas desesperadas, lo cual no es cierto en absoluto. Unas semanas después, Hollywood apareció en forma de reality show.

Hojeó el montón de solicitudes de los que habían logrado pasar a la selección final y cuando vio la fotografía de Sasha Andersson, se estremeció.

– ¿Gemelos idénticos?

– Sí, ¿por qué?

Ella sacó la solicitud de Sasha y se la entregó.

– Es adorable -la imagen mostraba una versión más joven y sonriente de Finn-. Si tiene una personalidad más llamativa que la de un zapato, seguro que estará en el programa. ¿A quién no le puede gustar? Además, si hay dos iguales… -soltó la carpeta-. Si tú fueras el productor, ¿no querrías tenerlos en tu programa?

Finn soltó el papel. La mujer, Dakota, tenía razón. Sus hermanos eran encantadores, divertidos y lo suficientemente jóvenes como para creerse inmortales. Irresistibles para alguien que quisiera subir las audiencias.

– No pienso dejar que arruinen sus vidas.

– Serán diez semanas de grabación y, después de eso, la facultad seguirá ahí -dijo ella con tono delicado y compasivo.

– ¿Y crees que querrán volver después de todo esto?

– No lo sé. ¿Se lo has preguntado?

– No -hasta la fecha solo les había dado órdenes y sermones, los cuales sus hermanos habían ignorado.

– ¿Te han dicho por qué querían participar en este programa?

– No específicamente -admitió, aunque tenía alguna que otra teoría. Querían alejarse de Alaska y de él. Además, Sasha llevaba mucho tiempo soñando con la fama.

– ¿Han hecho antes algo así? ¿Marcharse en contra de tus deseos, dejar los estudios?

– No. Eso es lo que no entiendo. Están a punto de terminar. ¿Por qué no han podido aguantar un semestre más? -eso habría sido lo más responsable.

Hasta el momento, Sasha y Stephen no le habían dado muchos problemas, solo los típicos de su edad: conducir demasiado deprisa y unas cuantas fiestas con muchas chicas. Le había preocupado que pudieran dejar a una chica embarazada, pero hasta el momento eso no había pasado. Tal vez sus miles de sermones sobre emplear métodos anticonceptivos habían surtido efecto.

Por eso, que quisieran dejar los estudios para entrar en un programa de televisión lo había dejado anonadado. Siempre se había imaginado que, por lo menos, terminarían la facultad.

– Parecen unos chicos geniales -dijo Dakota-. A lo mejor deberías confiar en ellos.

– Tal vez debería atarlos y meterlos en un avión con destino a Alaska.

– No te gustaría estar en la cárcel.

– Para eso primero tendrían que atraparme -volvió a levantarse-. Gracias por tu tiempo.

– Siento no poder ayudarte.

– Yo también.

Ella se levantó y bordeó la mesa para quedar frente a él.

– Como suele decirse: «si quieres algo, déjalo libre».

Él la miró fijamente a los ojos; unos ojos oscuros que contrastaban con su ondulado cabello rubio. Esbozó una sonrisa.

– Y si vuelve, ¿es porque así tenía que ser? No, gracias. Yo soy más del «si no vuelve, ve a cazarlo y dispáralo».

– ¿Debería advertir a tus hermanos?

– Ya están advertidos.

– A veces tienes que dejar que la gente se equivoque.

– Esto es demasiado importante. Es su futuro.

– Y la palabra clave es: «su»; no es tu futuro. Lo que sea que pueda pasar aquí no es irrecuperable.

– Eso no lo sabes.

Dakota parecía querer seguir discutiendo el tema. Era cierto que lo que decía tenía sentido, pero de ningún modo podría hacerle cambiar de opinión. Pasara lo que pasara, sacaría a sus hermanos de Fool’s Gold y los metería de nuevo en la facultad, que era donde tenían que estar.

– Gracias por tu tiempo -repitió.

– De nada. Espero que los tres podáis llegar a un acuerdo. Y… por favor, recuerda que tenemos un servicio de policía muy eficiente aquí en el pueblo. A la jefa Barns no le cae bien la gente que quebranta la ley.

– Gracias por la advertencia.

Finn salió del pequeño tráiler. El rodaje o la grabación, o como fuera que lo llamaban, empezaría en dos días, lo cual le daba menos de cuarenta y ocho horas para trazar un plan, bien para convencer a sus hermanos de que volvieran a Alaska, o bien para obligarlos físicamente a hacer lo que él quería.

– Te lo debo -dijo Marsha Tilson mientras almorzaba.

Dakota agarró una patata frita.

– Sí. Soy una profesional altamente cualificada.

– ¿Y Geoff no lo valora? -le preguntó Marsha, la alcaldesa, una mujer que pasaba de los sesenta años y que tenía unos chispeantes ojos azules.

– No. Aunque tengo un doctorado y debería obligarlo a llamarme «doctora».

– Por lo que sé de Geoff, no creo que eso fuera a servir de algo.

Dakota mordió la patata. Odiaba admitirlo, pero la alcaldesa Marsha tenía razón. Geoff era el productor del reality show que había invadido la ciudad, Amor verdadero o Fool’s Gold. Después de seleccionar a veinte personas y emparejarlas al azar, éstas celebrarían unas románticas citas que serían grabadas, editadas y después emitidas por televisión con una semana de retraso.

El país votaría para eliminar a la pareja que tuviera menos probabilidades de establecer una relación.

Al final, la última pareja que quedara recibiría doscientos cincuenta mil dólares y una boda gratis, si de verdad estaban enamorados.

Por lo que Dakota sabía, a Geoff lo único que le importaba era conseguir buenas audiencias, y el hecho de que el pueblo no quisiera que rodaran allí el programa no le había molestado lo más mínimo. Al final, la alcaldesa había cooperado con la condición de que alguno de sus empleados estuviera presente en todo momento para velar por los intereses de los buenos ciudadanos de Fool’s Gold.

Para Dakota todo eso tenía sentido, aunque aún no sabía por qué le habían dado ese trabajo a ella. No era especialista en relaciones públicas, ni siquiera funcionaría del Ayuntamiento. Era una psicóloga especializada en desarrollo infantil. Por desgracia, su jefe había ofrecido sus servicios e incluso había accedido a pagarle su sueldo mientras trabajaba con la productora. Ahora, por todo ello, Dakota seguía sin dirigirle la palabra.

Habría rechazado el trabajo de no ser porque la alcaldesa Marsha se lo había suplicado. Dakota había crecido allí y sabía que, cuando la alcaldesa necesitaba un favor, los buenos ciudadanos accedían. Hasta que había aparecido la productora, Dakota habría jurado que con mucho gusto haría lo que fuera por su pueblo y, de todos modos, como le había dicho a Finn hacía unas horas, solo serían diez semanas. Podría sobrevivir a casi todo durante ese tiempo.

– ¿Se han elegido ya a los concursantes? -preguntó Marsha.

– Sí, pero van a mantenerlo en secreto hasta el gran anuncio.

– ¿Alguien de quién tengamos que preocupamos?

– No lo creo. He mirado los archivos y todo el mundo parece bastante normal -pensó en Finn-. Aunque sí que tenemos a un familiar que no está nada contento -le explicó lo de los gemelos de veintiún años-. Si en persona son la mitad de guapos de lo que son en las fotos, estarán en el programa.

– ¿Crees que su hermano dará problemas?

– No. Si los chicos todavía fueran menores, me preocuparía, pero lo único que puede hacer es preocuparse y amenazarlos.