Dakota le tocó el brazo.
– ¿En serio? ¿Tan malo es? ¿No estás sacando las cosas de quicio?
– A ver… Acabo de hablar con mi socio y tenemos un reparto con el que no contábamos de casi cuatrocientos cajones de madera que hay que llevar a varios cientos de kilómetros. En cada avión podemos llevar unos cuatro cajones. Debería estar allí ayudando, y en cambio estoy aquí en un avión que no piloto yo y rumbo a Las Vegas. ¿Por qué?, te preguntarás. Porque mis hermanos han decidido dejar los estudios en el último semestre. Mientras hablamos, Sasha está planeando destruir su vida al mudarse a Hollywood y Stephen está a punto de ser devorado por una mujer mayor. Tú me dirás… ¿estoy sacando las cosas de quicio o no?
Ella arrugó la boca, como conteniendo una sonrisa, y él estrechó la mirada.
– Esto no es divertido.
– Es un poco divertido. Si no te estuviera pasando a ti, también te parecería divertido.
– Déjame.
– Lo siento -le dijo ella-. Me tomaré esto más en serio, te lo prometo. No puedo ayudarte con tus problemas de trabajo, aunque la buena noticia es que tienes mucho trabajo. ¿Tu socio va a contratar a otro piloto?
– Tiene que hacerlo, aunque seguro que yo corro con los gastos. Yo también se lo haría a él.
– Podrías irte a casa. No tienes por qué estar aquí.
– Sí. Alguien tiene que cuidar de ellos -vaciló y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía-. Hace años, cuando nuestros padres murieron, fue un desastre. Hubo un accidente de avión y los medios se involucraron. Había periodistas por todas partes, éramos la noticia de la semana, al menos en Alaska. Hay quien incluso nos envió dinero para ayudamos.
Dakota lo miró.
– Me da la sensación de que odiaste que pasara eso.
– Sí. Sabía que era algo temporal, pero Sasha no lo entendió así. Quiere ser famoso porque cree que el hecho de importarle al mundo lo mantendrá protegido. Ahora tiene veintiún años, pero ese chico de trece que perdió a sus padres no se fue nunca. Stephen, por su parte, se deja llevar, supongo que para asegurarse de que Sasha está bien. Sé que técnicamente son adultos, pero vivieron en un pueblo pequeño hasta que fueron a la facultad. No saben nada de este mundo. Son demasiado confiados y no saben cómo protegerse. Tengo que estar a su lado.
– Lo siento -dijo Dakota poniendo la mano sobre la suya-. No lo sabía.
Él se encogió de hombros.
– Tengo que dejarles libertad, pero así no. No, cuando están tratando con gente como Geoff.
– Estoy de acuerdo, pero has de ser consciente de que en algún momento tendrás que darles libertad. En algún momento tendrás que confiar en ellos y confiar en que toman las decisiones correctas.
– Puede que tengas razón, pero hoy no -miró a su alrededor-. ¿La has visto?
– ¿A quién?
– A la devora jóvenes que quiere destruir a mi hermano. La que dijiste que se quedaría embarazada para atraparlo -quería pensar que la chica habría perdido el avión, pero no tenía tanta suerte.
Dakota abrió los ojos de par en par.
– Ah, sí, Aurelia está en el avión. Es más, está sentada justo delante de nosotros. Si hubieras prestado atención, te habrías dado cuenta -le dio un codazo-. Y yo nunca he dicho que fuera a quedarse embarazada. Oh, mira -señaló-. Ahí está tu hermano. Va a sentarse a su lado. A lo mejor él puede explicar por qué eres tan idiota.
Finn casi lamentó lo que había dicho. Casi. Estaba seguro de que en circunstancias normales, Aurelia sería una mujer absolutamente decente, pero no podía confiar en una mujer que había entrado en un programa de televisión para encontrar a un hombre. ¿Quién hacía eso? Era demasiado mayor para Stephen y él haría todo lo posible para mantenerlos alejados.
Se asomó por la ventanilla.
– ¿Cuándo sale el vuelo?
– Te juro que si piensas pasarte toda la hora preguntando si ya hemos llegado, dejaré caer en tu entrepierna algo que pese mucho.
A pesar de todo lo que estaba pasando y de lo furioso que estaba, Finn se rio.
– De acuerdo, tú ganas. Me comportaré.
– ¿Puedes ponerlo por escrito?
– Claro.
Ella se acomodó en su asiento y le agarró la mano.
– Qué mentiroso eres.
– A lo mejor no.
– Lo creeré cuando lo vea. Bueno, dime, ¿qué estarías haciendo ahora si estuvieras en Alaska? ¿Volando?
– Probablemente.
– Ahora estás en un avión. Es prácticamente lo mismo.
Entrelazaron los dedos.
– No es lo mismo. Cuando tú eres el piloto, tú estás al mando.
– Podríamos preguntarle a la azafata si pueden darte un par de alas de ésas que les dan a los niños. Podrías colgártelas de la camiseta. Así te sentirías mejor.
– Te crees muy graciosa, ¿verdad, guapita?
– Soy muy graciosa.
– Dejémoslo en guapita. Por ahora lo dejaremos ahí.
Ella sonrió.
– Podré vivir con ello.
Aurelia nunca había estado en Las Vegas. Había visto la ciudad por televisión y en las películas, pero la vida real era mucho, mucho, mejor. El trayecto en avión se le había hecho muy largo y había querido hundirse en su asiento. Las crueles críticas de Finn sobre ella y por qué estaba en el programa la habían hecho sentirse horrible y se había pasado todo el viaje reprendiéndose a sí misma por no enfrentarse a su madre. Porque era ella la razón por la que estaba metida en esa situación.
Ahora que habían llegado al enorme aeropuerto de Las Vegas, estaba decidida a desprenderse de sus malos sentimientos y a disfrutar la experiencia. Tal vez no volvería nunca allí y quería poder recordarlo todo.
Stephen estaba a su lado mientras esperaban a recoger su equipaje. Geoff les había dicho que prepararan ropa para salir una noche por la ciudad, que sería al día siguiente, y esa tarde los grabarían en el casino.
Cuando la cinta transportadora comenzó a moverse, vio a Finn y a Dakota dirigiéndose a la parada de taxis. Como ellos no saldrían en televisión, habían podido llevar un equipaje más ligero y les había bastado con una bolsa. Ella había tenido que pedir unos vestidos bonitos a algunas compañeras del trabajo esperando que uno de ellos le sirviera para la noche de la cena.
Vio a Finn posar la mano sobre la espalda baja de Dakota. Fue un gesto simple, educado, pero uno que hizo que deseara tener un hombre en su vida. Alguien que estuviera a su lado, igual que ella estaría al suyo. Alguien a quien le importara.
– Señálame tu maleta y te la bajaré -dijo Stephen.
Ella asintió.
Qué chico más dulce, pensó. Aunque demasiado joven. Eso era lo que quería decirle a Finn, que ya sabía que su hermano y ella solo podían ser amigos. Pero temía que si se lo decía a Stephen, él actuara de manera diferente y Geoff se diera cuenta. Ella no quería que la echaran del programa demasiado pronto, porque cuanto más tiempo estuviera dentro, menos tendría que enfrentarse a su madre. Por extraño que pareciera, cuanto más tiempo pasaba con Stephen, más fuerte se sentía.
Vio su maleta y Stephen la recogió de la cinta. Ya tenía la suya. Karen, una de las asistentes de producción, les dijo que fueran a la limusina. El chico de la cámara ya estaba esperándolos.
– No estés tan asustada -le dijo Stephen en voz baja-. Se van a pensar que no quieres estar conmigo.
– Eso no es verdad -respondió ella haciendo todo lo posible por no recordar las horribles palabras de Finn.
– ¿Porque soy la persona que llevas esperando toda tu vida?
Ella sonrió.
– Siempre he deseado desesperadamente a alguien que pudiera distinguir a Hilary Duff de Lindsay Lohan.
Él le guiñó un ojo.
– Lo sabía.
Seguían mirándose al entrar en la limusina.