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Por eso les sonrió y respondió:

– ¿Que si es suficiente el sexo con Finn? Absolutamente.

Finn esperaba con Sasha en el vestíbulo del hotel Gold Rush de la estación de esquí. Era un lugar muy bonito, aunque preferiría estar en casa.

Cuando Geoff se enteró de lo que costaría llevar a todo el mundo hasta San Diego, decidió dejar a Sasha y a Lani en el pueblo.

La zona de la piscina del Lodge se había transformado en un paraíso tropical, con palmeras de mentira, luces titilantes y antorchas. Por desgracia, ese día, el clima no era tropical y todo el mundo llevaba abrigo e iba temblando de frío.

– ¿Y si os doy diez mil dólares? -le preguntó a su hermano-. Para volver a casa y terminar los estudios. ¿Lo haríais?

Sasha le sonrió.

– El programa nos paga veinte mil, hermanito.

– De acuerdo, que sean treinta. Volved a la facultad y ese mismo día tendréis un cheque -su negocio marchaba muy bien y no tenía muchos gastos. Además, la casa en la que habían crecido sus hermanos y él ya estaba pagada.

– ¿Qué te ha dicho Stephen cuando se lo has ofrecido?

– Que me lo metiera por donde me cupiera.

Sasha sonrió con mayor amplitud.

– Me ha leído la mente.

– Me lo imaginaba, pero tenía que preguntártelo. ¿Qué planes tenéis para hoy?

– Todo sucederá esta noche. Íbamos a dar una vuelta por la ciudad, pero como estamos fingiendo que no estamos en Fool’s Gold, no creo que eso suceda.

Finn miró todas las plantas falsas que lo rodeaban.

– Esto es una locura.

– Me gusta.

Pensó en destacar que el amor de Sasha por la fama estaba vinculado a la muerte de sus padres, pero su hermano y él ya habían tenido esa conversación muchas veces. Sospechaba que Sasha tendría que vivir la experiencia y aprender de sus errores, aunque fuera por las malas.

Y ésa era precisamente la parte en la que él objetaba. No en el aprendizaje, sino en el inevitable dolor que seguiría. Si pudiera estar seguro de que sus hermanos podían estar solos, que había hecho todo lo posible por mantenerlos a salvo… entonces podría irse. Pero, ¿cómo saberlo?

– Deberías relajarte -le dijo Sasha.

– Me parece que has pasado demasiado tiempo con la chica Hawái.

Su hermano se rio.

– Me gusta la chica Hawái. Es divertida.

Finn estaba seguro de que a Sasha le gustaba Lani, pero sospechaba que su relación era más bien un medio para llegar a un fin que algo romántico. La idea de Sasha de una relación estable era una cita que durara dos horas. Por otro lado, Stephen siempre había preferido las relaciones largas. A pesar de ser gemelos idénticos, los hermanos eran muy distintos.

– Deberías hacer algo divertido -le dijo Sasha-. Piensa en esto como si fueran unas vacaciones.

– Con la diferencia de que no lo son. Me relajaré cuando Stephen y tú volváis a Alaska a terminar vuestros estudios.

Sasha suspiró.

– Lo siento, pero no lo haremos.

Antes de que Finn pudiera decir nada, una de las asistentes de producción llamó a Sasha para que se preparara para una prueba de luz. Su hermano se despidió de él y siguió a la chica hacia el hotel.

Finn miró el reloj. Tenía que trasladar a un grupo de turistas dentro de un par de horas. Serían los segundos de esa semana. El grupo anterior había sido una familia, incluido un chico de trece años que se había mostrado fascinado con la idea de pilotar un avión. Finn había hablado con él sobre dar clases.

– Estás muy serio.

Alzó la mirada y vio a Dakota caminando hacia él. Llevaba una carpeta y se detuvo delante.

– Por una vez, no estoy pensando en lo de siempre.

– ¿Va todo bien en South Salmon?

– Por lo que sé, sí.

Ella se quedó allí, como esperando alguna explicación más.

– Estaba pensando en el viaje que tengo en un rato y en el del otro día. Estaba ese chico, entusiasmado con la idea de volar. A veces pienso en abrir una escuela de aviación centrada en jóvenes y niños -se encogió de hombros-. ¿Quién sabe si funcionaría?

– ¿No se tiene que tener cierta edad para obtener la licencia de piloto?

– Puedes volar solo con dieciséis años, pero el entrenamiento puede empezar antes. Tendría que haber un modo de sacar dinero para cubrir las clases, o becas o algo -sacudió la cabeza-. Es algo que no dejo de pensar.

Ella ladeó la cabeza.

– Deberías hablar con Raúl, mi jefe. Está volcado en ayudar a niños. Su campamento se centraba en traer a las montañas a niños de las grandes ciudades del interior para sacarlos de aquel ambiente. Puede que tenga alguna idea sobre cómo empezar.

– Lo haré, gracias.

Ella le dio el número de contacto.

– Le diré que lo llamarás.

Se preguntó si lo que había pensado hacer sería posible. No había muchos niños de ciudad en South Salmon, aunque su negocio de transportes estaba allí.

Pero la idea de hacer algo un poco distinto lo emocionaba. El transporte de mercancía le pagaba las facturas, pero dar vueltas por los alrededores era mucho más interesante. Y hacer algo útil por los niños lo atraía también. Aunque le preocupaban sus hermanos, por dentro se sentía satisfecho de haber sido él el que los había educado… Claro que aún desconocía si lo habría hecho bien o no.

Dakota miró hacia la decorada zona de la piscina.

– En San Diego habría hecho más calor. Podría haberme tumbado al sol junto a la piscina y haberme tomado unos cócteles con sombrillitas -dijo suspirando.

– Creía que te encantaba Fool’s Gold.

– Y me encanta, pero me gusta mucho más cuando hace más calor. Es primavera, tendría que hacer mucho calor -la recorrió un escalofrío-. He tenido que sacar la ropa de invierno.

– A mí me parece que está bien.

– Eres de Alaska. Tu opinión no cuenta.

Él se rio.

– Vamos. Te invito a un café.

– ¿En Starbucks? Un café de moca me ayudaría sentirme mejor.

Él la agarró de la mano.

– Y hasta puedes echarte nata, si quieres.

Dakota se apoyó contra él.

– ¡Mi héroe!

Capítulo 8

El insistente sonido del teléfono sacó a Dakota de un sueño en el que había un panda, una balsa y un helado. Se giró en la cama y levantó el teléfono.

– ¿Diga?

– ¿Dakota? Soy Karen.

Dakota miró el reloj preguntándose por qué estaría llamándola la ayudante de producción.

– Es la una de la mañana.

– Lo sé -Karen hablaba en tono bajo-. Estoy junto a la piscina y aquí hay un grupo de baile tahitiano o cómo se llamen.

Dakota se dejó caer en la cama y cerró los ojos.

– Gracias por la noticia, pero estoy muy cansada. Ya veré a los bailarines mañana.

– No quiero que los veas. Sasha está aquí y también Lani. Creo que ella conoce a algunos de los bailarines y Geoff lo está grabando todo.

– Entonces lo veré cuando emitan el programa. Seguro que Sasha y Lani bailan de maravilla. Gracias por decírmelo, Karen.

– ¡No cuelgues! He llamado para hablar con Finn.

Dakota se incorporó agarrando con fuerza el teléfono.

– ¿Y qué te ha hecho pensar que estaría conmigo?

– Oh, por favor. ¿Sabes lo pequeño que es Fool’s Gold? Todo el mundo sabe que estás acostándote con él, aunque ésa no es la cuestión. Tengo que hablar con él. Me temo que esto se nos va a ir de las manos. Sasha está haciendo el Fire Poi, la danza del fuego.

Dakota quería volver al tema de «todo el mundo sabe que estás acostándote con él», pero eso del Fire Poi le llamó la atención.

– ¿Fire Poi?

– Ahora mismo están enfocándolos. Geoff cree que será genial para el programa, pero me asusta que Sasha pueda resultar herido.