Dakota ya estaba saliendo de la cama.
– Finn está en su hotel. ¿Tienes su móvil?
– No.
Dakota se lo dio.
– Dile que me reuniré con él allí.
– Lo haré. Date prisa -dijo Karen.
Colgó el teléfono y encendió la luz. Unos segundos después, ya se había puesto los vaqueros y unas deportivas. Agarró las llaves y su teléfono móvil, y salió por la puerta en dirección al coche.
Condujo todo lo rápido que pudo y entró en el aparcamiento. Un coche se detuvo junto al suyo y Finn salió de él. Ya estaba maldiciendo.
– ¡Voy a matarlo! -bramó mientras se dirigía a la parte trasera del hotel, donde estaba la piscina.
Dakota corrió tras él.
– Están grabando… por si quieres saberlo.
Finn la agarró de la mano.
– Lo que significa que Sasha se negará a cualquier intentó de ayudarlo. Quiero culpar a Geoff de esto, pero mi hermano es el verdadero idiota -la miró-. No lo llaman Fire Poi porque tenga una simple semejanza con el fuego, ¿verdad?
– Karen dijo que había llamas de verdad.
Finn aceleró el paso y para cuando llegaron a la piscina a ella casi le costó alcanzarlo de lo deprisa que iba. Llegó sin aliento y se recordó que tendría que empezar a hacer ejercicio.
Sin embargo, lo del ejercicio quedó en un segundo plano dentro de su cabeza cuando vio a un grupo de bailarines tahitianos junto a la piscina. Dos de ellos estaban girando bolas de fuego a una velocidad mareante. Sasha solo tenía una unida a una cadena. Dakota pudo ver horrorizada cómo alzó el brazo hasta la altura del hombro y comenzó a darle vueltas.
Lo que debería ser oscuridad estaba iluminado por las luces de las cámaras.
Lo único que faltaba eran los insistentes tambores de la jungla. Eso, y alguien sensato que supiera lo que estaba haciendo.
Animado por el resto de bailarines y por Lani, Sasha giró la cadena más y más deprisa haciendo que el fuego creará unos fantasmagóricos círculos de luz. A Dakota le pareció ver a Geoff escondido entre los arbustos. Si Finn lo agarraba, lo tendría crudo. Por lo general, ella no toleraba ninguna forma de violencia, pero Geoff había dejado claro que lo único que le importaba era el programa. El hecho de que Sasha pudiera resultar gravemente herido le daba igual.
Finn avanzó hacia los bailarines. Dakota lo siguió, no segura de qué hacer porque aunque creía firmemente que Finn debería dejar que sus hermanos vivieran su propia vida, aquello era distinto.
– ¿Qué demonios estás haciendo? -le preguntó Finn al acercarse-. ¿Quieres matarte? Suelta eso.
Sasha se giró hacia su hermano y por un momento fue como si hubiera olvidado que en la mano tenía una cadena con una bola de fuego en el extremo. Dejó de girarla y la bola cayó al suelo.
Ella no fue la única que se fijó; Lani gritó y uno de los bailarines le gritó que tuviera cuidado.
Pero era demasiado tarde. La camiseta de Sasha se prendió fuego y él, inmediatamente, soltó la cadena y comenzó a gritar. Al instante, y mientras Dakota aún intentaba reaccionar, Finn se abalanzó sobre su hermano y juntos cayeron a la piscina.
– ¡Voy a matarlo! -decía Finn mientras caminaba de un lado a otro del salón de Dakota. Se había duchado y se había secado, pero no se había calmado-. No me importan las consecuencias. Me declararé culpable. Me enfrentaré al juez. ¿Crees que hay algún juez en este país que no entendería por qué tengo que matar a mi hermano? Y a Geoff. ¡Qué demonios! Si voy a ir a la cárcel, ¿qué más da otro más? ¿No le gusta a todo el mundo el dos por uno?
Dakota estaba sentada en el sofá y, por primera vez en su vida, no sabía qué decir. Creía que Finn era demasiado exigente con los chicos, pero esa noche, Sasha había sobrepasado los límites. Legalmente, era un adulto, aunque estúpido, al parecer. ¿Qué clase de idiota se ponía a darle vueltas a una bola de fuego en mitad de la noche? Seguro que en televisión daba mucho juego, pero jamás tendría una carrera profesional si terminaba con quemaduras de tercer grado.
Aunque los paramédicos habían dicho que se pondría bien, lo habían llevado al hospital para que le hicieran una revisión. Dakota se había quedado aliviada al ver que Finn no había subido a la ambulancia y es que habría sido peligroso que hubieran estado los dos solos en un espacio tan pequeño.
– No puedo seguir haciendo esto -dijo Finn-. Voy a atarlos y a meterlos en un avión. Sé que crees que acabaré en la cárcel por ello, pero no me importa. Si los llevo de vuelta a Alaska y a la universidad, con mucho gusto iré a la cárcel.
– Si estás en la cárcel, dejarán la universidad. Y en cuanto a lo de atarlos, son de tu tamaño, Finn. Probablemente podrías llevarte a uno, pero no a los dos.
Él se detuvo junto a la ventana y la miró.
– ¿Quieres apostar? Estoy lo suficientemente furioso como para enfrentarme a un oso Kodiak.
Probablemente, ése no era el momento de señalar que el oso Kodiak acabaría venciendo.
– No puedo creer lo que ha hecho Sasha -admitió ella-. No puedo creer que sea tan estúpido.
– ¿A pesar de la demostración visual que ha hecho?
– A pesar de eso. Estoy muy decepcionada.
– Pues imagínate cómo me siento yo -se sentó a su lado-. Sé que piensas que estoy siendo demasiado controlador, pero ¿ves ahora cómo Sasha es capaz de poner en peligro su vida por esa fama que tanto desea? Tengo que detenerlo. Es mi familia -sacudió la cabeza-. Nunca voy a terminar de criarlos, ¿verdad?
Ella apoyó la cabeza en su hombro.
– Sí, ya verás cómo sí. Pero nunca dejarás de preocuparte. Ésa es la diferencia.
– ¡Y yo que pensaba que ya había terminado! -la abrazó-. Por eso no quiero más hijos, porque esto nunca termina. No puedes liberarte de la responsabilidad. ¿Cómo sabes si has hecho un buen trabajo? ¿Cómo sabes que no les pasará nada? Es demasiado. ¡Dios mío! Quiero irme a casa.
Una inesperada emoción la invadió junto con el afilado dolor del recordatorio de que en su futuro no habría niños. Decepción porque Finn no compartiera ese sueño con ella.
Finn y ella no tenían futuro juntos. El hecho de que él no quisiera tener hijos y tuviera planes de regresar a South Salmon no era algo nuevo. Ella había sabido desde el principio que no quería estar en Fool’s Gold. Y en cuanto a lo de los hijos, eso también lo sabía.
Pero era posible que en algún momento durante la última semana se hubiera permitido olvidar que Finn no era una parte permanente de su vida. Era posible que ese hombre hubiera logrado atravesar los muros que ella había levantado para protegerse, que se hubiera colado y que ahora ella sintiera algo por él. Lo cual significaba que tenía que controlar sus sentimientos porque, de lo contrario, correría el riesgo de ver cómo su ya de por sí frágil corazón quedaba hecho pedazos.
– Lo siento -dijo con un suspiro-. No es problema tuyo.
– Somos amigos. Me alegra escuchar. Además, en esto soy profesional.
– Sé lo que piensas -la besó suavemente-. No eres exactamente reticente a la hora de compartir tu opinión.
– Voy a tomarme eso como un cumplido.
– Bien, porque eso es lo que pretendía -miró el reloj de la pared-. Es tarde. Deberíamos dormir un poco.
– ¿Quieres quedarte aquí? -le preguntó ella antes de poder evitarlo. ¿En qué estaba pensando? ¿Acababa de darse cuenta de que corría un riesgo emocional estando junto a Finn y aun así le había pedido que pasara la noche en su casa? No era que temiera que fueran a tener sexo, porque los dos estaban cansados y estresados, el verdadero peligro venía del hecho de dormir juntos y lo que eso implicaba: compartir. Conectar.
– Me gustaría.
Fueron al dormitorio y se desvistieron. Finn lo tiró todo al suelo. Se metieron en la enorme cama y se reunieron en el centro. Después de que ella apagara la luz, Finn se tumbó boca arriba y ella se acurrucó contra él, que la rodeó con su brazo.