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Él alzó la mirada.

– Las cosas van bien -sonrió-. He hablado con tu jefe sobre la escuela de aviación.

– ¿Y qué tal ha ido?

– Genial. Tenía mucha información sobre cómo crear un negocio no lucrativo. Hará falta mucho dinero, pero me ha dado ideas para empezar.

– Pareces emocionado.

– Lo estoy. Llevo un tiempo dándole vueltas a la idea, pero nunca había pensado que pudiera hacerse realidad.

– ¿Ves lo que pasa cuando uno sale de Alaska?

– Sí, ya lo veo. Tengo muchas cosas en la cabeza: mi negocio, los gemelos y ese maldito programa, pero estoy pensando que quiero tomarme en serio lo de la escuela de aviación. No sé por dónde empezar, pero sé que es importante.

Se le veía feliz y no tan preocupado por sus hermanos. Por lo menos, no tanto como antes. La idea de la escuela de aviación tenía interesantes consecuencias. Como él había mencionado antes, en South Salmon no había muchos niños de ciudad y eso significaba que Finn tendría que pensar en mudarse. Tal vez Fool’s Gold estaba en su lista.

– Me preguntaba si te apetecería venir a cenar. Tengo otra receta de pollo muy buena.

Él se levantó, se sacudió las manos contra los vaqueros y se balanceó sobre sus talones.

– Gracias por la invitación, pero voy a tener que pasar.

– Ah., vale… claro.

La negativa la sorprendió, pero se dijo que no se lo tomara como algo personal, que no podía saber todo lo que estaba pasando en la vida de Finn. Decir «no» no era un rechazo personal, aunque por mucha experiencia que tenía en el terreno de la psicología, no pudo evitar sentirse dolida.

– Supongo que ya nos veremos por ahí -le dijo ella.

– Dakota, espera.

Se dio la vuelta para mirarlo.

– No es buena idea… que estemos juntos. Esto no puede ir a ninguna parte.

¿Estaba dejándola? Ni siquiera habían estado saliendo técnicamente, así que, ¿cómo podía dejarla?

– No esperaba que fuera a ninguna parte -le respondió ella, haciendo todo lo posible por mantener la voz firme. ¡Con la esperanza que tenía de que él se mudara allí!-. Sé que vas a volver a Alaska y que yo me quedaré aquí, pero solo estábamos divirtiéndonos.

– Creía que querrías algo más serio.

– ¿Qué te ha dado esa idea?

Él se encogió de hombros y ella pasó de estar dolida a estar furiosa.

– Tenía las cosas muy claras así que, por favor, no te preocupes por mis sentimientos.

– No lo haré.

– Bien.

La furia de Dakota iba en aumento. Quería gritar o tirarle algo.

– Que pases buena noche -le dijo apretando los dientes y se marchó.

Una vez fuera, se puso en camino hacia casa, pero cambió de dirección y se dirigió al bar de Jo. Sin duda, esa noche merecía un margarita. Bebería tequila, se tomaría una ensalada y vería la televisión. Después, cuando estuviera en su casa, se daría un baño, se metería en la cama y en ningún momento dejaría de recordarse que Finn Andersson era un cretino y que estaba mejor habiéndose librado de él.

Y entonces, cuando pasaran unos días, tal vez empezaría a creérselo.

La invitación de Nevada a cenar llegó en el momento perfecto. Dakota agradeció la oportunidad de salir de su casa y pasar algo de tiempo con sus hermanas. Tres bistecs a la brasa y una botella de vino tinto después, ya se sentía mucho mejor. Odió tener que romper el agradable momento, pero sabía que había llegado el momento de hablar.

Sus hermanas estaban tiradas en el sofá rojo, tenían la chimenea encendida y de fondo se oía la banda sonora de Mamma Mia. Montana ya se había burlado de su hermana por la elección, así que Dakota no se molestó en hacerlo también, aunque sí que esperó a que terminara la canción sobre el dinero antes de sacar el tema de la infertilidad.

– Tengo que contaros una cosa -dijo aprovechando el breve silencio entre canción y canción.

– Ya sabemos que estás acostándote con Finn -le dijo Montana-. No sé si quiero saber o no los detalles. Por un lado, por lo menos una de las tres está comiéndose un rosco. Por otro, no me gustaría que me recordaran lo patética que soy. Es una decisión difícil.

– Yo no quiero saberlo -dijo Nevada-. No quiero un recordatorio de lo que me estoy perdiendo.

Tendría que acabar diciéndoles que Finn la había dejado, pero no era algo de lo que quisiera hablar esa noche. Sin embargo, sí que tenía que encontrar un modo de explicarles que probablemente jamás tendría hijos. Por lo menos, no del modo tradicional.

Montana se incorporó y la miró.

– ¿Qué pasa?

– ¿Qué es? -preguntó Nevada casi al mismo tiempo.

Era como si le estuvieran leyendo la mente; una de las únicas verdades de ser trilliza.

– El otoño pasado fui a ver a la doctora Galloway -no había razón de explicar quién era esa doctora ya que las tres iban a su consulta, como suponía que hacían casi todas las mujeres del pueblo-. El dolor de mi menstruación era cada vez peor, me hizo unas pruebas y resultó que había algunos problemas -siguió explicándoselo todo-. Ahora mismo tengo más probabilidades de que me caiga un rayo que de quedarme embarazada de la manera tradicional -dijo con tono animado-. Ni siquiera podría ayudarme una operación. Estoy pensando en probar con la lotería porque lo del rayo no me suena muy divertido.

Nevada y Montana se movieron como si fueran una sola persona. Cruzaron el salón y se pusieron de cuclillas delante de su sillón.

– ¿Estás bien?

– ¿Por qué no nos lo has contado?

– ¿Podemos hacer algo? ¿Donar algo?

– ¿Mejorará con el tiempo?

– ¿Por eso quieres adoptar?

Las preguntas se solaparon unas encima de otras, pero a Dakota no le importó. Lo único importante era que el amor de sus hermanas estaba arropándola, arropando su alma.

– Estoy muy bien -les respondió-. En serio. Estoy perfectamente.

– No me lo creo -dijo Nevada-. ¿Cómo puede ser? Siempre has querido tener hijos. Muchos.

– Y por eso voy a adoptar. Estoy en la lista. Podrían llamarme cualquier día.

Lo cual era una exageración. Hasta el momento, su experiencia con la adopción había sido nefasta, pero podía cambiar. Se negaba a perder la esperanza.

Montana la abrazó.

– Hay otros modos de quedarse embarazada, ¿no?

– Necesitaría mucha ayuda si quisiera tener a mi propio hijo.

– ¿Te has dado por vencida? -le preguntó Montana.

– ¿Sobre tener hijos? No. Tendré un hijo -no sabía cómo, pero sabía que sucedería.

– Esto no cambia nada -le dijo Nevada-. Eres genial, inteligente y preciosa y con una gran personalidad. Cualquier hombre sería afortunado de tenerte.

Agradeció ese voto de confianza, sobre todo porque sabía que Nevada no se veía nada atractiva, lo cual era un interesante cisma mentaclass="underline" si Nevada creía que ella era muy guapa y las dos eran idénticas, ¿cómo no podía admitir que ella también lo era? Tal vez ése debería haber sido el tema principal de su tesis.

– Los hombres parecen estar ciegos -dijo Montana-. Es irritante.

– ¿Quién te ha gustado que no haya sentido nada por ti? -preguntó Dakota.

– Ahora mismo no se me ocurre nadie, pero seguro que me ha pasado -se sentó sobre la alfombra y apoyó la barbilla en las manos-. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no podemos encontrar un tipo del que nos enamoremos? Todo el mundo tiene una relación, incluso mamá está pensando en salir con alguien. Pero aquí estamos nosotras… solas.

Montana miró a Dakota.

– Lo siento. No pretendía desviarme del tema. Podemos seguir hablando de lo de los niños.

Dakota se rio.

– Me parece bien haberlo zanjado ya. Y en cuanto al tema de los hombres, no tengo respuesta.

– No la necesitas. Tú tienes a Finn.

No tanto como ellas pensaban…

– Pero está aquí de manera temporal. En cuanto logre que sus hermanos vuelvan a casa o él comprenda que ha llegado el momento de dejarlos tranquilos, volverá a South Salmon.