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– ¿Y qué pasa con las relaciones a larga distancia? -preguntó Montana.

Dakota sacudió la cabeza.

– Finn y yo queremos cosas distintas. Está cansado de ser responsable y yo quiero algo serio. Es más, me ha dicho que le preocupa que me vincule demasiado a él, así que no creo que vayamos a seguir viéndonos.

Sus dos hermanas la miraron.

– Capullo -farfulló Montana-. Me caía bien. ¿Por qué todos los hombres tienen que comportarse como unos cretinos?

– Max no es un cretino -dijo Nevada.

– ¿Te acostarías con Max? Podría ser mi padre y aunque es muy simpático y todo eso… em… ¡Es mi jefe!

– Los romances entre secretaria y jefes son muy populares -dijo Dakota con voz jocosa-. ¿Qué me dices de ese momento: «señorita Jones, está usted preciosa»? Podría ser divertido.

– No quiero acostarme con Max. ¡Jamás!

Nevada miró a Dakota.

– Espero que se decida pronto porque tanta indecisión me agota.

Dakota suspiró y se recostó en su sillón.

– A mí también.

– Os estoy ignorando.

Nevada se rio.

– Todas encontraremos a alguien -les dijo Dakota a sus hermanas-. Estadísticamente, tiene que pasar.

– Me encantan las matemáticas como a la que más -apuntó Nevada-, pero no me siento muy cómoda cuando se aplican a la vida amorosa.

– Podrías irte a South Salmon con Finn -sugirió Montana.

Dakota negó con la cabeza.

– Primero, no me lo ha pedido -le había dejado claro que no quería verla en los próximos días, así que mucho menos en los próximos veinte años-. Segundo, yo no quiero. Estoy segura de que es un lugar maravilloso, pero mi vida está aquí. Adoro Fool’s Gold. Mi familia está aquí. Mi historia, mis amigos. Este es mi sitio. Cuando termine el programa de Geoff, voy a volver al trabajo y desarrollaré el plan de estudios para el programa que quiero empezar.

También estaba pensando en abrir una consulta privada a tiempo parcial.

– ¡Más pierde él! -dijo Nevada firmemente-. Creía que era listo, pero me equivoqué.

– Ojalá tuviera un perro al que le gustara morder a la gente -dijo Montana arrugando la nariz-. Un perro muy grande, que diera miedo y mordiera mucho. A lo mejor puedo entrenar a alguno para que muerda.

Dakota se inclinó hacia delante y las abrazó.

– Os quiero -susurró.

– Nosotras también te queremos.

Tenía suerte, se recordó. Pasara lo que pasara, jamás tendría que verse sola. Había gente a la que le importaba, gente que siempre estaría a su lado. Y con el tiempo, porque se negaba a perder la esperanza… tendría un hijo. Y con eso le bastaría.

Capítulo 10

Finn encontró a Sasha y a Lani jugando al voleibol en el parque. Su hermano se había recuperado de las quemaduras leves y parecía estar bien. Sasha lo vio y lo saludó, pero no dejó de jugar.

Después de mirarlos unos minutos, se alejó. Era sábado por la tarde de un cálido día de primavera. La mayor parte del pueblo había salido a pasear y a hacer recados.

Vio a padres con niños pequeños y a ancianas paseando a sus perros. Había niños por todas partes y los restaurantes y cafeterías habían colocado mesas fuera para aprovecharse del buen tiempo.

Dos de las parejas del programa estaban fuera, en el Lago Tahoe, o eso creía. Ese día no había grabaciones en el pueblo.

Paseó por el parque y recordó que Stephen le había dicho que Aurelia y él irían a tomar un picnic junto al lago. Veinte minutos después, los encontró en una manta bajo la sombra de un árbol. Aurelia estaba sentada con las piernas cruzadas y Stephen tumbado boca abajo, mirándola. Había intensidad en sus ojos, como si estuvieran hablando de algo serio.

Finn vaciló, dividido entre la educada actitud de no querer molestarlos y el deseo de interponerse entre una mujer mayor y sofisticada y su hermano. Entonces Aurelia lo vio y lo saludó indicándole que se acercara.

– ¿Qué tal? -preguntó sin pisar la manta. No se sentía cómodo sentándose.

Stephen se incorporó.

– Bien. Estábamos hablando.

– Tengo una madre demasiado opresiva -admitió Aurelia-. Estamos hablando de cómo voy a enfrentarme a ella y a decirle que me deje tranquila -arrugó la nariz-. Aunque no soy tan valiente. Me siento valiente hasta que la veo y entonces me vengo abajo -miró a Finn-. ¿Alguna sugerencia para reunir valor a la vez que te enfrentas a tus demonios internos? Y no es que mi madre sea un demonio, sino que se cree que tiene motivos para arruinarme la vida.

A Finn le estaba costando seguir la conversación.

– Seguro que todo saldrá bien.

Stephen se rio.

– La típica respuesta masculina a un problema emocional. Ante la duda, distánciate y sal corriendo.

– Tú no estás corriendo -dijo Finn-. ¿Por qué?

– Porque me gusta Aurelia. Tenemos mucho en común. Somos los callados y los tranquilos de la familia, nos gustan las mismas películas y nos gusta leer.

– Yo he terminado la universidad, pero tú no -dijo Aurelia con una sonrisa-. Oh, espera… Eso cuenta como diferencia.

Su jocoso comentario sorprendió a Finn.

– ¿Estás de mi parte en el tema de los estudios? -preguntó él incrédulo.

– Creo que es tener muy poca vista pasar hasta el último semestre y abandonar -en lugar de mirar a Stephen, Aurelia lo miró a él-. Stephen ha estado especializándose en ingeniería.

– Lo sé -respondió. No lo comprendía. Era como si ella pensara que esas palabras eran importantes. Era el hermano mayor de Stephen. ¡Claro que sabía lo que estaba estudiando!

Stephen le lanzó una mirada que la hizo callar y, cuando ella agachó la cabeza, él alargó una mano y le acarició el brazo.

Finn estaba allí de pie, sintiéndose como si sobrara. Había algo que no entendía y eso le hacía sentirse incómodo… lo cual le llevó a echar de menos a Dakota. Ella lo habría entendido y habría controlado la situación. Siempre lo hacía.

– Yo… eh… tengo que irme -dijo rápidamente-. Pasadlo bien, chicos.

Se marchó corriendo, sin saber dónde ir, sabiendo solo que tenía que alejarse de allí.

¿Qué pasaba con esos dos? Y en cuanto al apoyo de Aurelia a la idea de que Stephen terminara los estudios, no sabía si lo hacía porque era buena persona, tal como le había dicho Dakota, o porque eso formaba parte de un papel.

Siguió caminando. El parque estaba lleno de residentes y turistas. Los niños les daban pan a los patos junto al estanque y entre ellos vio a alguien con el pelo rubio y una silueta familiar. ¡Dakota!

Se giró hacia ella y frunció el ceño al verla mejor. No. No era Dakota, era una de sus hermanas paseando a varios perros. Se quedó sin moverse hasta que ella se alejó y en ese momento sonó su teléfono.

Miró la pantalla y reconoció el número de Bill.

– ¿Qué tal va todo?

– Genial. El nuevo chico es un piloto alucinante. Hace su trabajo y se va casa, no da ningún problema. Me gusta. Ya hemos repartido sesenta cajones.

– Qué rápido -dijo Finn sorprendido de que las cosas fueran tan bien.

– ¡Y que lo digas! Si este chico quiere quedarse más tiempo, puedes estar allí todo el tiempo que quieras.

– Es bueno saberlo. No me gustaba la idea de dejarte con tanto trabajo.

– Ahora tengo mucha ayuda -le dijo Bill-. Bueno, tengo que colgar. Ya hablamos luego.

Finn escuchó a su compañero colgar y se quedó en medio del parque pensando que no tenía nada que hacer durante el resto del día. Miró a su alrededor. Todo el mundo tenía algún lugar adonde ir, todo el mundo tenía alguien con quien estar. A excepción de con sus hermanos, la única persona con la que él quería estar era Dakota, pero el problema era que la última vez que la había visto, se había comportado como un cretino.