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Y no había sido por ella, sino por él. Quería decirle que había actuado así porque sabía que la relación no duraría y solo intentaba protegerla, pero eso lo habría convertido en un mentiroso. La realidad era que se había sentido cada vez más unido a ella y que eso lo había aterrorizado. Por eso había actuado así, había reaccionado así. Por eso la había rechazado.

Y ahora tenía que hacer frente a las consecuencias.

Sabía que, tanto si ella lo perdonaba como si no, tenía que disculparse y por eso echó a andar en dirección a su casa.

Cuando llegó a la puerta delantera, llamó y esperó. Si no estaba en casa, volvería más tarde.

La puerta se abrió unos segundos más tarde y Dakota enarcó las cejas al verlo allí, pero no dijo nada. Llevaba unos vaqueros y una camiseta y estaba descalza. Tenía su melena rubia enmarañada, pero estaba guapa. Más que guapa. Estaba sexy y eso lo enfureció.

– Lo mejor es que sea el primero en hablar.

Ella apoyó un hombro contra el marco de la puerta.

– Me parece buena idea.

– Tengo una excusa para haberme comportado como un cretino.

– Estoy deseando oírla.

Se aclaró la voz.

– ¿Bastaría con decir que soy un hombre?

– Probablemente no.

Había merecido la pena intentarlo…

– Estaba frustrado y furioso por lo de mis hermanos y, por otro lado, estaba empezando a sentir algo por ti. Esto último no debería haber pasado. Sabes que me marcharé y sé que me marcharé.

– Y por eso optaste por la respuesta más madura.

– Lo siento. No te merecías eso. Me equivoqué.

Ella dio un paso atrás.

– Venga, pasa.

– ¿Así de fácil?

– Ha sido una buena disculpa. Te creo.

Él entró en la casa y ella cerró la puerta.

– Finn, lo he pasado muy bien contigo. Me gusta hablar contigo y el sexo es genial -sonrió-. Pero no dejes que eso último se te suba a la cabeza.

– No lo haré -prometió, aunque le habría gustado disfrutar del halago por un segundo al menos.

La sonrisa de Dakota se desvaneció.

– Tengo muy claro que tu estancia aquí es temporal y, cuando te marches, te echaré de menos. A pesar de eso, no voy a volverme loca ni intentaré convencerte para que te quedes.

– Lo sé. No debería haber dicho todo eso. Yo también te echaré de menos.

– Después de haber dejado claro cuánto vamos a echarnos de menos el uno al otro, ¿sigues queriendo pasar algo de tiempo conmigo mientras estás aquí?

Finn no había tenido muchas citas en los últimos ocho años porque después de la muerte de sus padres no había tenido mucho tiempo. Por eso no sabía si la actitud tan directa de Dakota era porque era una mujer madura o una mujer muy especial. Sin embargo, tenía la sensación de que era lo último.

– Me gustaría verte todo lo posible. Y si quieres suplicarme que me quede, tampoco me importaría.

Ella se rio.

– Tú y tu ego. Seguro que eso te encantaría. Tú en tu avión, preparado para partir, y yo llorando en la pista. Muy de los años cuarenta y del protagonista yéndose a la guerra.

– Me gustan las películas de guerra.

– Deja que me calce -cruzó el salón y se puso sus sandalias-. Te enseñaré el pueblo y después puedes quedarte a cenar. Y si tienes suerte, hasta podría utilizarte para practicar algo de sexo.

– Si hay algo que pueda hacer para fomentar esa última parte, dímelo.

– Seguro que hay algo -respondió ella con una sonrisa-. Deja que piense en ello.

Dakota pasó la tarde mostrándole el pueblo a Finn. Fueron a la librería de Morgan, se tomaron un café en el Starbucks y vieron los últimos minutos de un partido de la Pequeña Liga. Alrededor de las cinco, se pusieron camino a su casa.

– ¿Quieres que compremos comida para llevar? -preguntó él.

– Aún tengo los ingredientes para esa receta de pollo -respondió ella disfrutando de la suave brisa y de la sensación de la mano de Finn en la suya.

– ¿Quién te ha enseñado a cocinar? ¿Tu madre?

– Ajá. Es una gran cocinera. Siempre hemos celebrado grandes cenas familiares a las que teníamos que acudir siempre, pasara lo que pasara. Cuando era adolescente, odiaba esa regla, pero ahora me encanta.

– Parece que tienes una familia muy unida.

Ella lo miró.

– Y por lo que me has contado, parece que tú también la tenías.

– No era lo mismo. Papá y yo siempre estábamos volando por alguna parte, así que no comíamos todos juntos muchas veces. Pero tienes razón. Estábamos muy unidos.

Habían llegado a la casa y entraron. Mientras él elegía la música, ella preparó el pollo para meterlo al horno. Después, agarró una botella de vino y se reunió con él en el salón.

Se sentaron juntos en el sofá.

– ¿Cuántos años tenías cuando aprendiste a pilotar?

– Siete u ocho. Papá empezó a llevarme con él cuando tenía cuatro. Me dejaba los mandos y decidí estudiar para ser piloto cuando tenía diez. Hay mucha teoría, pero la aprobé sin problema.

– ¿Por qué te gusta tanto?

– En parte se debe a haber crecido en Alaska. Allí hay muchos lugares a los que solo puedes acceder en barco o en avión. Algunos de los pueblos del extremo norte solo son accesibles en avión.

– O en trineo -dijo ella en broma.

– Un trineo solo funciona en invierno -posó una mano sobre la pierna de ella-. Cada día es distinto en ese trabajo. Un cargamento distinto, un clima distinto y un destino distinto. Me gusta ayudar a la gente que depende de mí. Me gusta la libertad. Y me gusta ser mi propio jefe.

– Podrías ser tu propio jefe en cualquier parte.

– Podría. Por mucho que me guste Alaska, no soy de esos tipos que no pueden imaginarse viviendo en otra parte. Hay cosas que me gustan de las ciudades, o de las ciudades no tan grandes. Pero la tradición juega un papel importante en esto. Mi abuelo levantó el negocio y desde entonces ha estado en la familia. A veces hay un socio y a veces estamos nosotros solos.

Dakota sabía de qué estaba hablando.

– Mi familia fue una de las primeras que se establecieron aquí. Estar en un sitio desde el principio hace que te sientas como una pequeña parte de la historia.

– Exacto. No sé qué va a pasar con la empresa. A Sasha no le interesa volar y siempre pensé que Stephen se haría cargo, pero ahora lo dudo. Bill, mi socio, tiene un hermano más pequeño y un primo. Los dos quieren estar dentro. Ahora mismo están trabajando para otra empresa de transportes y por eso no ha podido contratarlos mientras yo estoy aquí.

Se inclinó hacia delante y agarró su copa de vino.

– A veces pienso en venderlo. En tomar el dinero y empezar de cero en otro lugar. Antes era importante para mí estar en South Salmon, por mis hermanos.

– Y ahora ya no lo es tanto, ¿no?

Él asintió.

Dakota se dijo que no debía sacar demasiadas conclusiones de la conversación; Finn estaba charlando, simplemente. Y el hecho de que no estuviera decidido a seguir en Alaska para siempre no cambiaba la situación. Le había dejado claro en varias ocasiones que no se quedaría en Fool’s Gold y cuando un hombre hablaba así, estaba diciendo la verdad. No era un mensaje cifrado que en realidad quisiera decir: «esfuérzate más en hacerme cambiar de opinión».

Pero había una parte de ella que quería que fuera así, lo cual la convertía en una tonta y a ella no le gustaba ser una tonta.

– No tienes que tomar la decisión hoy. Aunque no te quedes en South Salmon, hay otros lugares en Alaska.

Él la miró.

– ¿Intentando asegurarte de que no cambio de opinión con respecto a lo de marcharme?

Dakota se rio.

– Jamás lo haría.

Él también se rio.

– Espero.

Soltó su copa de vino y la llevó hacia sí. Ella se acercó de buena gana y disfrutó de la sensación de estar tan cerca de él. Como siempre, la mezcla de fortaleza y ternura la excitó. Ese hombre podía hacer que se derritiera sin ni siquiera proponérselo. ¡Qué injusto era todo!