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– No, ¿por qué?

– Pensé que podría servir.

– Dakota, tienes que relajarte. No te preocupes hasta que haya una razón real para hacerlo, ¿de acuerdo? Vas a necesitar energía para cuidar de Hannah una vez que empiece a gatear por todas partes.

– Espero que tengas razón -respondió con una voz ronca y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando.

Se tapó la cara con las manos y se echó a llorar con fuerza. Un par de segundos después, Hannah se despertó y empezó a llorar también. La bebé se tocaba las orejas, como si le dolieran.

– No pasa nada -dijo Dakota enseguida-. No pasa nada, cielo. Tengo tu medicina aquí.

Sacó el Tylenol y midió la dosis. Por suerte, el avión se mantenía absolutamente estable y en ese momento lo agradeció.

– Estás salvándome la vida -le dijo a Finn-. No podría haber hecho esto sola. No sé cómo agradecértelo.

– No pienses en eso ahora.

Ella asintió y le ofreció a Hannah la cucharita, pero la pequeña giró la cabeza.

– Vamos, cielo. Tómate la medicina, está muy rica. Te hará sentir mejor.

Después de ofrecérsela varias veces, Dakota tocó la nariz de la niña y le acarició las mejillas. Hannah separó los labios y Dakota aprovechó para introducirle la medicina, que la pequeña tragó sin problema.

Pero lo que fuera que le pasaba necesitaba más que una simple medicina. O la niña estaba cansada o tal vez asustada. Después de todo, estaba rodeada de extraños. Fuera la razón que fuera, no paraba de llorar y su cuerpo se sacudía con cada sollozo. Dakota intentó mecer la silla del coche y le frotó la barriguita. También le cantó, pero no sirvió de nada.

Durante el resto del vuelo y el trayecto en coche hasta el pediatra, Hannah estuvo gritando y ese sonido hizo que a Dakota se le encogiera el alma. No sabía qué hacer y sabía que esa ignorancia podía poner en peligro la vida de un bebé. ¿En qué había estado pensando la agencia al entregarle un bebé a ella?

Por fin aparcaron frente a la consulta del pediatra. Sacó a Hannah del coche, la envolvió en una manta y la llevó hasta la sala de espera seguida por Finn.

Dakota, que también estaba llorando, apenas pudo decir su nombre. La recepcionista las miró a los dos y señaló una puerta a la izquierda.

– Vivian les acompañará a una sala.

– De acuerdo. Gracias.

Dakota miró a Finn.

– No sé cómo agradecértelo -dijo por encima del llanto del bebé-. No tienes que esperar. Llamaré a mi madre y ella vendrá a por mí.

Finn le acarició la mejilla.

– Ve. Esperaré aquí. No voy a dejarte sola. Tengo que ver cómo termina todo.

– Eres un buen hombre. De verdad. Hablaré con alguien para que te pongan una placa en el pueblo.

Él esbozó una pequeña sonrisa.

– Pero que no sea demasiado grande. Que tenga clase.

A pesar de todo, ella logró sonreír; después se dio la vuelta y siguió a la enfermera hasta la sala de exploraciones.

Capítulo 12

– La clave para ser un buen padre es no dejar de respirar -le dijo a Dakota la doctora Silverman-. De verdad, si te desmayas, no le serás de utilidad a nadie -la pediatra, una treintañera rubia y bajita, sonrió.

Dakota quiso gritarle. ¿Le parecía divertido? Nada era divertido. Era horroroso, no divertido.

En cuanto la doctora había entrado en la sala, Hannah había dejado de llorar. Se había quedado quieta durante el examen y ahora estaba en sus brazos, relajada.

– Está agotada -dijo la doctora-. Ese viaje no puede ser fácil para nadie. Seguro que está asustada y confusa. No ha tenido una vida fácil y, además de eso, están los otros problemas.

Dakota se preparó para lo peor.

– ¿La fiebre?

La doctora asintió.

– Tiene infección en los dos oídos y le está saliendo su primer diente. Es demasiado pequeña para su edad, lo cual no me sorprende dadas las circunstancias. Tampoco me gusta nada la leche que está tomando.

Miró la lata de leche en polvo que le había dado la hermana Mary.

– De acuerdo. Vamos a darle antibióticos. No me gusta utilizarlos para las infecciones de oído, pero dadas las circunstancias, los necesita para mejorar.

La doctora Silverman le explicó cómo administrar la medicina y le dijo qué podía esperarse de la combinación de fiebre, el primer diente y los posibles malestares digestivos. Hablaron sobre cómo pasar a Hannah de manera paulatina a una leche en polvo más digestiva y le dijo cuánto darle de comer y con cuánta frecuencia.

– Por lo normal, a los seis meses debería empezar a tomar alimentos sólidos, pero quiero que esperes al menos tres semanas. Vamos a ponerla sana primero y a hacer que suba de peso. Después, podrás comenzar con el proceso -le explicó cómo asegurarse de que Hannah no se deshidrataba-. ¿Tienes a alguien que pueda ayudarte? Los primeros días serán los más difíciles.

– Mi madre -respondió Dakota intentando absorber toda la información-. También tengo hermanas -eso, sin mencionar a todas las mujeres del pueblo que se ofrecerían a ayudarla.

– Bien -la doctora le dio una tarjeta-. Este fin de semana estoy de guardia. Si me necesitas, este servicio se pondrá en contacto conmigo.

Dakota se guardó la tarjeta y suspiró.

– Gracias. ¿Hay algún modo de convencerte para que te mudes a mi casa durante los próximos años?

La doctora Silverman se rio.

– Creo que a mi marido no le haría gracia, pero se lo preguntaré.

– Te agradezco mucho todo esto.

La doctora acarició la cabeza de Hannah.

– Por lo que veo, está básicamente sana. Una vez le limpiemos los oídos y le salgan los dientes de leche, tu vida se calmará mucho. Intenta estar relajada y duerme siempre que puedas. ¡Ah! Y no dejes de respirar.

Hablaron sobre cuándo sería la próxima visita, qué circunstancias requerirían que llamara al médico de urgencias y qué síntomas podrían ser peligrosos.

– Creo que las dos vais a estar muy bien.

Dakota asintió.

– Te agradezco toda la información -ahora solo tenía que encontrar el modo de ordenarla en su cabeza.

Salió con Hannah a la sala de espera y, al verlas, Finn se levantó y se acercó.

– ¿Qué te ha dicho?

– Por suerte, no más de lo que puedo recordar -Dakota se dirigió a la recepcionista para pedir la siguiente cita.

Mientras caminaban hacia el coche, le contó lo que le había dicho.

– Tengo que ir a por esta receta y le ha cambiado la leche en polvo, pero eso tengo que hacerlo de manera paulatina. De lo contrario, podría ponerse muy enferma. Ahora mismo lo último que necesita son problemas de estómago.

Sabía que se abrumaría con facilidad. Todo el mundo estaba animándola, diciéndole que podía hacerlo, pero al final del día sería ella la que se quedara sola con la niña.

– Os llevaré a casa y después iré a por la receta. Así tendrás una cosa menos que hacer.

Dakota terminó de colocar a Hannah en la sillita del coche y cerró la puerta.

– Ya has hecho demasiado por mí. No sé cómo agradecértelo.

– Te enviaré una lista.

El trayecto de vuelta a casa no fue muy largo, aunque ella no dejó de mirar atrás para ver cómo estaba Hannah. Parecía que el cansancio la había vencido y la bebé estaba durmiendo.

Se dijo que una vez que Hannah empezara con la medicación, todo iría mejor. Por lo menos, eso esperaba. Había…

– Alguien está celebrando una fiesta -dijo Finn al aparcar en el camino de entrada.

Había muchos coches aparcados en la calle, y Dakota reconoció algunos de ellos.

La sensación de miedo dio paso al alivio al ver que no estaba sola. ¿Cómo podía haberlo olvidado?

– No es una fiesta -le dijo al salir del coche-. No como tú crees.

– Entonces, ¿qué es?

– Ven a verlo.

Sacó a Hannah y el bebé apenas se movió. Finn se colgó al hombro la bolsa de la niña y las siguió hasta la casa.