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A pesar de haber visto todos esos coches, se quedó sorprendida al ver a tanta gente en su salón y en la cocina. Su madre estaba allí con sus hermanas. La alcaldesa Marsha y Charity, y una embarazadísima Pia. Liz y las hermanas peluqueras, que se encontraban en una constante contienda, Julia y Bella. Gladys y Alice, y Jenel de la joyería. Había mujeres por todas partes.

– Ahí está -dijo Denise corriendo hacia ellos-. ¿Estás bien? ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Cómo está tu niña?

Dakota le entregó la niña a su madre, pero no pudo hablar. Las lágrimas se lo impedían. Estaba demasiado emocionada.

Desde donde se encontraba, podía ver montañas de regalos. Los envoltorios eran amarillos, rosas y blancos, y tenían lazos. Había una trona en el comedor y montones de pañales por todas las sillas. Podía ver dos ollas humeantes sobre la encimera de la cocina, una gran cesta de fruta y un ramo de globos.

Mientras Denise acunaba a su nueva nieta, Nevada y Montana llevaron a Dakota a una habitación. Habían colocado su pequeña mesa de ordenador contra una pared y las paredes que antes eran blancas ahora tenía un suave color rosa. Nuevas cortinas colgaban de las ventanas y una tupida alfombra cubría el suelo de madera.

En el centro de la habitación había una cuna. Las sábanas eran de un animado tono amarillo y blanco con conejitas bailarinas. Había también un cambiador y una cómoda. Las puertas de los armarios estaban abiertas y diminutas prendas colgaban de perchas blancas.

– Es una pintura especial -dijo Nevada-. Igual que todo lo demás, que es orgánico y no tóxico. Seguro para la bebé.

Dakota no sabía qué decir, así que fue una suerte que sus hermanas la abrazaran sin más. Ya había visto al pueblo en acción otras veces, había formado parte de ello, pero nunca había sido la beneficiaría del amor de Fool’s Gold. Fue una sensación que la abrumó.

– No me esperaba nada de esto -susurró Dakota conteniendo las lágrimas.

– Entonces, nuestro trabajo aquí está hecho -bromeó Nevada.

Finn entró en la habitación.

– Vosotras sí que sabéis cómo celebrar una fiesta. Voy a por la receta y volveré en cuanto la tenga.

Ella asintió, más que hablar. Se había pasado la mayor parte del día llorando y si intentaba darle las gracias, las lágrimas volverían a brotar. Ese hombre se merecía un descanso.

Dakota dejó que sus hermanas la llevaran de vuelta al salón, donde su madre seguía acunando a Hannah y el bebé parecía más relajado en brazos expertos. Varias de las mujeres le hicieron sitio en el sofá y Dakota se dejó caer en él. Le pusieron un plato entre las manos y un vaso de algo que parecía Coca Cola light sobre la mesita de café, delante de ella.

– Ahora empieza desde el principio y cuéntanoslo todo -dijo su madre-. ¿Está bien Hannah? Finn ha dicho que tenía que ir a por una medicina.

– Se pondrá bien -respondió Dakota pinchando la ensalada de pasta que tenía en el plato-. Puede que lleve un tiempo, pero se pondrá bien.

Aurelia estaba en la acera rodeada por la calidez de la noche y desde ahí podía ver a Sasha y Lani en el parque, discutiendo. Estaban gritando y agitando los brazos, pero de pronto, Sasha agarró a Lani de los brazos, la acercó a sí y la besó.

Lani se resistió al principio, se giró a un lado y después alzó la mano como si fuera a abofetearlo, pero él le agarró la mano y volvió a besarla. En esa ocasión, ella se dio por vencida. Incluso a varios metros de distancia, se podía ver claramente que los jóvenes amantes habían superado la crisis.

Pero Aurelia sabía muy bien que la pelea estaba preparada, que era una escenita para las cámaras.

– Tienes que admitir que son muy buenos -le dijo a Stephen-. Tanto si llegan o no a la final, está claro que tienen lo que se necesita para ser actores de éxito.

Stephen apoyó las manos sobre sus hombros, aunque ella no sabía por qué. Era un buen tipo. Inteligente y divertido y muy atento. Estar con él resultaba muy sencillo, incluso aunque eso no se reflejara en la cámara.

Cada vez que los grababan juntos, la situación se volvía muy incómoda por parte de los dos, no solo por ella. Geoff decía que las grabaciones de esa pareja eran absolutamente horribles.

– Hola, Aurelia.

Aurelia se giró al oír su nombre y vio a su madre caminando hacia ella. Entre el trabajo y el programa, no había tenido mucho tiempo de ir a visitarla. La había llamado con frecuencia, aunque eso no había sido suficiente para su madre.

– Tu madre, supongo -le susurró Stephen al oído.

Antes de poder asentir, él se puso delante y se presentó. Se dieron la mano y, sin soltarla, Stephen le dio las gracias por haber insistido en que Aurelia entrara en el programa.

– Su hija habla de usted con frecuencia. Veo lo mucho que se preocupa por usted.

– No, no se preocupa -dijo su madre apartando la mano-. Si de verdad se preocupara por mí, se pasaría a verme más a menudo.

– Está ocupada con el trabajo y el programa.

Aurelia se puso entre los dos. Sabía los derroteros que tomaría la conversación y aunque agradecía que Stephen quisiera defenderla, sabía que había llegado el momento de enfrentarse sola a su madre.

– Stephen, ¿podrías damos un minuto?

Él asintió y retrocedió.

Aurelia llevó a su madre hasta un banco, pero antes de poder hablar, la mujer dijo:

– No puedo creer lo joven que es. Esperaba que estuvieran exagerando, pero ahora puedo verlo en persona. Está claro que no era una exageración. Es humillante. ¿Sabes lo que están diciendo mis amigas? ¿La gente del trabajo? ¿Es que no te importo? -su madre suspiró y sacudió la cabeza-. Siempre has sido una egoísta, Aurelia. Y ya que estamos, ¿dónde está mi cheque del mes?

Aurelia miró a la mujer que la había criado. Siempre habían estado solas y durante mucho tiempo con eso había bastado. Había creído que la familia lo era todo y que ocuparse de su madre era su responsabilidad. Se había dicho que la amargura de su madre podía justificarse, pero ahora que lo pensaba, no estaba exactamente segura de por qué su madre estaba enfadada todo el tiempo.

Stephen no valoraba lo que estaba haciendo Finn y lo veía como una irritante intromisión en su vida, pero ella sabía que no era así. Finn lo había hecho porque estaba preocupado por sus hermanos, no quería nada para él, todo lo que hacía era por ellos. Su madre, en cambio, nunca había hecho nada parecido.

En la familia de Aurelia, su madre siempre iba primero. Su madre era la importante. Y de algún modo, Aurelia había permitido que la manipulara. Parte de la culpa recaía en su madre, pero la otra parte recaía en ella. Tenía casi treinta años y ya era hora de cambiar las reglas.

– Mamá, de verdad que agradezco que me animaras para entrar en el programa. Tenías razón, no he estado haciendo nada para pasar al siguiente nivel en mi vida. Quiero casarme y tener hijos, pero me escondo en el trabajo y me paso todo el tiempo que tengo libre contigo.

– Últimamente no -le contestó su madre bruscamente.

– Lamento que sientas que no te he estado prestando atención, pero el tiempo que estoy pasando en el concurso me ha ayudado a ver las cosas con perspectiva. Soy tu hija y siempre te querré, pero necesito tener mi propia vida.

– Entiendo -dijo la mujer con frialdad-. Deja que adivine. Yo ya no importo.

– Importas mucho, pero creo que puedo tener mi propia vida independientemente de que las dos sigamos estando unidas -Aurelia respiró hondo. Ahora venía la parte más difícil. Tenía un nudo en el estómago, una bola de miedo y culpabilidad-. Tienes un trabajo muy bueno -dijo lentamente-. La casa ya está pagada, y tu coche también -y ella lo sabía bien porque había pagado los dos préstamos-. Está claro que si hay una emergencia, te ayudaré, pero por lo demás tienes que responsabilizarte de tus propias facturas.