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Mientras estaba sentada en su sillón, acunando a la bebé, llamó a la alcaldesa y le explicó lo del festival.

– Si digo que no, ¿se irá a otra parte con este programa?

– Probablemente no.

– Entonces supongo que sí que puede grabar. ¿Cómo está Hannah?

– Bien. Anoche durmió varias horas seguidas. Además, está comiendo bien.

– Genial. Ya sabes que puedes llamarme cuando necesites algo.

– Sí, lo sé. Gracias.

Dakota hizo un par de llamadas y se dio una vuelta por las oficinas de producción con la niña. Nadie pareció demasiado interesado en conocer a su hija y no le importaba. Esa gente no la conocía.

Cuando volvieron a su despacho, sentó a la niña en la sillita del coche y la colocó mirando hacia la ventana. Intentaba trabajar, pero en lugar de eso, acabó mirando los ojos de Hannah.

¡Tenía un bebé! Una hija propia. Aún no lo había asimilado, era un milagro.

Unos minutos después, Bella Gionni, una de las hermanas Gionni, entró en su despacho.

– Quería ver cómo van las cosas -dijo la cuarentona de pelo oscuro-. Estábamos preocupadas por cómo te habría ido tu primera noche. ¿Qué tal?

– Bien. Hannah ha dormido relativamente bien y está mejor. No creo que le molesten mucho los oídos.

Lo que no admitió fue que Finn había pasado la noche con ella. Cada vez que Hannah había emitido el más mínimo ruido, Dakota se había levantado y había ido corriendo a la habitación. Y Finn había estado con ella, ayudándola con el biberón, acunándola. No podría haberlo hecho sin él.

– ¿Puedo tenerla en brazos?

– Claro.

El médico le había dicho que hiciera que la vida de Hannah fuera lo más normal posible y en Fool’s Gold eso significaba conocer a mucha, mucha, gente.

Sacó a la bebé de la sillita y Bella la tomó en brazos. Por lo que Dakota pudo ver, la pequeña estaba disfrutando siendo el centro de atención.

– ¿Quién es la niña más bonita del mundo? -preguntó Bella-. Eres tú. Sí, sí. Sin duda, vas a ser una rompecorazones.

Dakota sabía que ésa sería la primera de muchas visitas. Las mujeres del pueblo se ocuparían de las dos.

Mientras que agradecía todo ese apoyo, sabía que la última noche había sido Finn el que había evitado que se volviera loca. Tenerlo en casa había significado todo para ella. Había sido mejor que el sexo… y eso que el sexo con él había sido increíble. Pero esa noche la había cuidado, había sido el hombre que necesitaba.

Nunca antes había dependido de un hombre y la experiencia era nueva y le estaba gustando. Aun así, no era algo a lo que debiera acostumbrarse. Después de todo, Finn se iría. Eso lo había dejado claro.

Sin embargo, estaba decidida a disfrutar de lo que tenía mientras durara.

Aurelia sabía que había un problema cuando pasaron tres días sin saber nada de su madre. Por lo general, no pasaba un día entero sin que hablaran al menos dos veces. Aunque sabía que tenía que aprender a estar sola, no había razón para perder el contacto de esa manera con la única familia que tenía. Por eso, el viernes después del trabajo fue a casa de su madre.

– Hola, mamá.

– ¿Has venido a verme? -preguntó su madre fingiendo sorpresa.

– Sí. Hace días que no hablamos y quería saber cómo estabas.

– No sé por qué. Me dejaste muy claro que no te importaba. Podría caerme muerta en la calle y tú pasarías por encima de mí.

Aurelia se dijo que no perdiera la paciencia. Había establecido unos límites que a su madre no le gustaban y tendría que ponerlos a prueba. Si se respetaba, su madre aprendería a respetarla también.

En lugar de enfadarse o frustrarse, sonrió.

– Se te dan muy bien las palabras. Ojalá hubiera heredado esa habilidad de ti -y con eso, pasó por delante de su madre y entró en la casa-. ¿Has hecho té? -le preguntó de camino a la cocina. Su madre siempre hacía té después del trabajo, a menos que fuera a salir con sus amigas.

La tetera no estaba en el fuego y eso significaba que esa noche su madre saldría. Bien. Así la conversación no se alargaría durante horas.

Su madre la siguió y se detuvo en mitad de la cocina, con los brazos cruzados.

– ¿Has venido para burlarte de mi pobreza?

Aurelia enarcó las cejas.

– ¡Ya estás otra vez! Mamá, ¿has pensado alguna vez en escribir novelas de ficción? Serías genial. O tal vez relatos, ya sabes, para esas revistas femeninas.

– No me gusta que te burles de mí.

– No lo hago. Quería saber cómo estabas y asegurarme de que todo iba bien. Siento que no te sientas cómoda llamándome y espero que eso cambie.

– Cambiará cuando dejes de ser tan egoísta. Hasta entonces, no quiero saber nada de ti.

Ya estaba. En el pasado, Aurelia siempre había cedido. La idea de ser abandonada por su madre había aplastado la poca voluntad que tenía, pero ahora era distinto. Lo que había dicho antes iba en serio. Con mucho gusto la ayudaría ante una emergencia, pero ya estaba bien de darle tanto apoyo económico y emocional.

Stephen había respetado sus deseos. ¿Por qué a su madre le resultaba tan sencillo ignorarla mientras que a Stephen le resultaba tan sencillo hacer exactamente lo que le pedía? Era un dilema que ya analizaría más adelante.

– Espero que te diviertas con tus amigas esta noche. Me ha encantado verte, mamá -y se giró para marcharse.

Su madre la alcanzó en el pasillo.

– ¿Te marchas? ¿Así?

– Has dicho que no querías saber nada de mí a menos que volviera a ser como era antes. No puedo hacerlo. Lo siento si crees que eso me convierte en una egoísta, pero yo no creo que lo sea.

– Soy tu madre. Debería ser lo primero en tu vida.

Aurelia sacudió la cabeza.

– No, mamá. Primero tengo que encontrar mi propia vida, tengo que cuidar de mí misma.

Su madre posó las manos en las caderas.

– Ya veo. Egoísta hasta el final. Supongo que todo es culpa mía.

– Yo no he dicho eso y no lo pienso, pero si tú eres la primera en tu vida y la primera también en la mía, ¿dónde me sitúa eso a mí?

No se esperaba una respuesta, pero esperó unos segundos de todos modos. Le parecía lo más educado. Su madre abrió la boca para decir algo, pero la cerró al instante.

– Ya hablaremos -dijo Aurelia y se marchó.

De camino a casa, recordó la conversación. Por una vez se alegraba de lo que había dicho. Estaba haciendo progresos.

Quiso llamar a Stephen y contarle lo que había pasado, pero no podía. Iban a verse en el programa, únicamente allí. Sabía que había tomado la decisión correcta, pero eso no hacía que la soledad fuera más fácil de soportar.

Dakota envolvió a Hannah con la toalla. Su hija estaba sonrosada después del baño. Denise se encontraba al otro lado del cambiador desde donde le hacía cosquillas suavemente a su nieta en los pies.

– ¿Quién es la bebé más preciosa? -preguntó Denise con una melodiosa y cantarina voz-. ¿Quién es especial?

Hannah agitó los dedos y se rio.

– Está mucho mejor -dijo Dakota. Saber que su hija se estaba recuperando era todo un alivio. Acostumbrarse a cuidar de un niño era duro, pero cuando ese bebé estaba enfermo, se convertía en una pesadilla.

Hannah y ella ya llevaban juntas casi una semana y tenían una rutina establecida. La visita al pediatra había ido mucho mejor que la primera. La doctora había dicho que Hannah estaba muy bien, que había subido de peso y que tenía los oídos limpios. Hannah tenía que terminar de tomar los antibióticos y aún tenían que salirle dientes, pero todo eso era llevadero.