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– ¿Cómo van las cosas con el programa? Hablé con Sasha hace unos días y se quejaba de que no les daban una de esas citas ardientes en las que los sacan del pueblo.

– Mala elección de palabras, después de lo del incidente del fuego. Creo que hasta Geoff se muestra reacio a dejar a esos dos sueltos.

– Creo que por eso siempre están cerca de casa. Por otro lado, no se ha planeado nada para Stephen y Aurelia. Me parece que a Geoff no le interesan demasiado.

– Probablemente no. Está histérico con mantener la audiencia. Dijo que le encantaría que hubiera una explosión en el Festival del Tulipán y yo le dije que eso no sucedería bajo ningún concepto. Pero bueno, ¿qué tal los vuelos? ¿Echas de menos las montañas de Alaska?

– No tanto como me habría imaginado. Hay mucha gente que prefiere venir volando a Fool’s Gold antes que en coche. No lo entiendo, el trayecto en coche es maravilloso y te lo digo yo, que soy piloto. Aun así, eso me mantiene ocupado. He hecho algunos transportes de mercancía y pasé una tarde muy interesante trasladando a una grulla macho desde San Francisco a San Diego. Se supone que ese pájaro era como un semental -se rio-. A mí no me lo parecía, pero claro, yo no soy una grulla chica.

Mientras hablaba, Hannah alargó la mano hacia uno de sus animales de peluche.

– ¿Lo quieres? -le preguntó Finn, que recogió el pequeño elefante rosa y se lo dio.

– Ga ga ga.

Dakota miró a la niña.

– ¿Has dicho «ga»? -se giró hacia Finn-. Lo has oído, ¿verdad? Ha hablado.

Finn se tumbó de espaldas y alzó a la niña en sus brazos.

– ¡Pero qué lista eres! Si puedes decir «ga».

Hannah gritaba encantada mientras Finn seguía alzándola en el aire. Cuando se sentó, volvió a darle el elefante.

Dakota no podía parar de sonreír.

– Sé que no he tenido nada que ver con esto, pero ¡me siento tan orgullosa!

– Es normal en los padres.

Era verdad. Ahora era madre.

– Tengo que recordar cómo se siente uno para que cuando tenga catorce años y me esté volviendo loca, tenga algo en qué apoyarme y con lo que reconfortarme.

Él se rio.

– Eres una mujer que lo tiene todo planificado.

Observaron a la niña, que parecía hipnotizada por el elefante.

– Uno de los hombres que he llevado en el avión me contó que se está hablando de construir un casino al norte del pueblo -dijo Finn.

– Lo he oído. Al parecer, van a ser unas instalaciones de alto standing. Siempre es positivo que haya más turismo.

– También he oído hablar mucho sobre la escasez de hombres. El mundo piensa que Fool’s Gold está lleno de mujeres desesperadas.

Dakota se estremeció.

– Es un problema habitual. Ya te conté lo de la chica del curso de postgrado que escribió sobre ello en su tesis. Por eso tenemos aquí a Geoff con su programa. Demográficamente, debería haber más hombres, pero en absoluto somos unas mujeres desesperadas. Aunque eso sí que podría explicar la atracción que siento por ti.

– Me desearías igual por muchos hombres que hubiera en este pueblo.

– Está claro que tienes el ego en muy buen estado.

– Igual que cualquier otra parte de mí.

En eso tenía razón, pensó Dakota mientras recordaba la sensación de tener su cuerpo contra el suyo. Sin embargo, jamás lo admitiría.

– Parece que hay muchos hombres en el pueblo, ¿sigue habiendo escasez?

– No estoy segura. El otoño pasado llegaron unos cuantos en autobuses, pero no sé cuántos se quedaron. Aun así, el pueblo está bien. Por eso fue tan frustrante la atención que despertó en los medios de comunicación.

– Es un buen pueblo.

– La alcaldesa Marsha está contando los minutos hasta que Geoff se marche con su productora. Le da miedo lo que puedan hacer después. Estoy segura de que, para Geoff, Fool’s Gold debe de ser aburrido. Es la última persona que querríamos que redactara nuestros folletos turísticos.

Mientras hablaban, Hannah empezó a recostarse más contra Finn y los ojos se le empezaron a cerrar.

– Alguien se está durmiendo -dijo Dakota levantándose. Miró el reloj-, aunque es un poco tarde para su siesta.

Finn le entregó a la niña y se levantó.

– Y eso no hay que estropearlo.

– Exacto. El sueño es algo muy preciado, más para mí que para ella.

Se dirigió al dormitorio de la pequeña y Finn la siguió. Dakota comprobó el estado de su pañal, la metió en la cuna y conectó el intercomunicador.

Finn se acercó y acarició la mejilla de Hannah.

– Que duermas bien, pequeña.

La bebé suspiró y se sumió en un profundo sueño. Dakota agarró el intercomunicador y salió de la habitación. Finn cerró la puerta.

– ¿Cuánto tiempo duerme?

– Unas dos horas. Después cena y le leo un poco. Las noches son…

Tenía más que decir, pero no tuvo la oportunidad de hacerlo. Apenas habían llegado al salón cuando Finn le puso una mano en la cintura y la llevó hacia sí. Al instante, estaba besándola.

Lo primero que pensó Dakota fue que había pasado mucho tiempo. Él había estado ocupado volando y ella había estado adaptándose a ser madre. Pero cuando sintió su lengua sobre su labio inferior, dejó de pensar y se perdió en la ardiente pasión que la acechaba siempre que él estaba cerca.

Sabía a café y a menta. Su cuerpo era fuerte y ella lo rodeó por el cuello para acercarlo más a sí, para sentirlo por completo. Su calor la rodeaba.

«Más», pensó. Quería más.

Sin soltar el intercomunicador, lo llevó al dormitorio. Dejó el aparato sobre la cómoda, comprobó que tenía el volumen activado y se giró hacia él.

Ninguno de los dos dijo nada. Ninguno había planeado ese momento, pero si el deseo que veía en los ojos de Finn no la engañaba, estaba claro que él no se opondría y ella estaba segura de desear todo lo que él pudiera ofrecerle.

Finn avanzó y ella se entregó a sus brazos.

Tal vez no fue la decisión más inteligente que había tomado en todo el día, pero no le importó. Entregarse a él, aun sabiendo que se iría, podía traerle consecuencias, pero ya se preocuparía de eso más adelante. Mientras tanto, se perdería en su beso y en cómo se deslizaban sus manos sobre su cuerpo. Por el momento, lo único que importaba era ese hombre y cómo la hacía sentir.

Finn vio que Dakota estaba profundamente dormida. Solo eran las cuatro de la tarde, pero estaba agotada. Le hubiera gustado llevarse el mérito, pero una hora de pasión no era nada comparado con cuidar de un bebé de seis meses.

Dudaba que durmiera más de cuatro horas seguidas y por eso, cuando oyó a Hannah moverse, se levantó de la cama y apagó el intercomunicador.

Después de ponerse los calzoncillos y los vaqueros, fue descalzo hasta la habitación de la bebé. Hannah sonrió al verlo y levantó los brazos, como si quisiera que la sacara de la cuna. Él le concedió el capricho y posó el diminuto cuerpo contra su pecho desnudo.

– ¿Has dormido bien, preciosa? Ahora tu mamá está descansando, así que vamos a estar muy calladitos.

Fue al cambiador y después de ponerle un pañal limpio, la llevó a la cocina y abrió la nevera. Conociendo a Dakota, no le sorprendió ver varios biberones ya preparados.

– Hay que admirar a una mujer que sabe cómo ocuparse de sus cosas -le dijo a la bebé.

En la cocina había una olla con agua. Encendió el fuego y esperó a que hirviera. Miró al microondas… sí, tal vez una olla con agua era algo anticuado, pero sin duda era más de fiar.

Mientras esperaban, acunó a la bebé en sus brazos a la vez que ella lo miraba fijamente e incluso le sonreía.

– Algún día serás una rompecorazones. Igual que tu madre.

Dakota era más que eso, pensó al recordar su sabor, el tacto de su piel. Era una tentación. No solo por cómo lo excitaba en la cama, sino por lo mucho que él disfrutaba de su compañía en general. Era la clase de mujer que un hombre deseaba encontrar al volver a casa. En otras circunstancias…