«¡No!», se dijo con firmeza. Ella no era para él. Él tenía una vida y esa vida no incluía a una mujer con un bebé. Había sido un chico responsable durante los últimos ocho años y ahora que sus hermanos casi habían crecido, iba a ser libre. Y tenía planes. Un nuevo negocio que levantar. Por eso, lo último que quería era verse atado.
Cuando el biberón estuvo caliente, probó la leche y, tras asegurarse de que la temperatura era la correcta, volvió a la habitación de Hannah y se sentó en la mecedora.
La pequeña se aferró al biberón ávidamente y mientras comía, él la veía observándolo. Esos enormes ojos tenían algo especial. Sonrió a la niña y ella alzó una mano y le agarró el dedo meñique con fuerza. Finn sintió como si algo se removiera en su interior.
«Ridículo», pensó.
Cuando había terminado de comer, Finn agarró una toallita, se la puso en el hombro y le sacó los gases. La niña se acurrucaba a él mientras la acunó y le susurraba una canción.
– Tu mamá dice que a esta hora te lee y he visto el libro del conejito. Supongo que es más apropiado que la revista Coche y Conductor. Aunque puede que te gusten los coches. Es demasiado pronto para saberlo. Y deberíamos ir a ver cómo está mamá. La última vez que la he visto, estaba desnuda -sonrió-. Está muy guapa desnuda.
– En eso tendré que creerte.
Finn alzó la mirada y vio a la madre de Dakota de pie en la puerta. Se levantó; solo llevaba los vaqueros puestos, nada más. Dakota estaba en su habitación y probablemente seguiría dormida. Y desnuda, como acababa de señalar.
No se le ocurrió nada que decir.
Denise se acercó y tomó a la niña en brazos.
– Supongo que debería haber llamado primero. ¿Está Dakota dormida?
Él asintió.
Se sentía como un adolescente al que habían pillado besándose con su novia. Con la diferencia de que no era un adolescente y que había hecho muchas más cosas que besarse.
Estaba pensando que lo primero que tenía que hacer era ir a vestirse cuando oyó ruido en el pasillo.
– ¿Te has ocupado de Hannah? -preguntó una adormilada Dakota al entrar en la habitación.
Se había puesto una bata encima, tenía el pelo alborotado y la boca inflamada de tantos besos. Se la veía satisfecha… y completamente impactada por encontrarse allí a su madre.
– ¿Mamá?
– Hola. Estaba diciéndole a Finn que debería haber llamado primero.
– Yo… eh… -Dakota sonrió-. Por lo menos no has aparecido hace dos horas. Eso sí que habría sido embarazoso.
Su madre se rio.
– Para todos -se apartó-. Creo que Finn intentaba pasar por delante de mí sin resultar demasiado obvio.
– He pensado que debía vestirme -murmuró él.
– No te pongas la camiseta por mí, no hace falta -le dijo la madre de Dakota mientras le guiñaba un ojo.
– Mamá, vas a asustarlo.
– Puedo soportarlo -dijo él, no muy seguro de que eso fuera cierto del todo.
Se disculpó y escapó al dormitorio de Dakota. Una vez allí, se vistió rápidamente. Estaba poniéndose las botas cuando ella entró.
– Lo siento. Antes de tener a Hannah no tenía la costumbre de presentarse así en casa, así que no pensé que fuera a hacerlo hoy.
– No pasa nada.
– Es un poco embarazoso.
– Sobreviviré -se levantó y la besó-. ¿Estás bien?
– Ajá. Gracias por dejarme dormir.
– Lo necesitabas. Hannah ya ha comido.
– Ya lo he visto. Se le ve en la cara que está muy contenta y satisfecha.
Le acarició una mejilla.
– Y tú también.
Era un buen hombre, pensó mientras lo acompañaba a la puerta.
Su madre estaba ocultándose en la cocina y Dakota lo agradeció. Decirle adiós en privado sería mucho más sencillo. Claro que aún tenía que vérselas con su madre y explicarle lo que estaba pasando.
– Nos vemos pronto -le dijo Finn.
Ella asintió y esperó que estuviera diciéndole la verdad.
Se giró hacia la cocina donde encontró a Denise jugando con Hannah.
– Me alegra que hayas descansado. Sé lo cansada que has estado.
Dakota esperó, pero su madre no dijo nada más.
– Seguro que quieres saber qué pasa con Finn.
– Creo que ya sé suficiente. Es esa clase de hombre al que le queda muy bien tener un bebé en brazos. ¿Debería estar preocupada por ti?
– No. Estoy protegiendo mi corazón -y por un momento deseó que no fuera necesario tener que hacerlo.
– ¿Estás segura de que no te has enamorado ya de él?
¡Qué locura de pregunta!
– Claro que estoy segura. Jamás dejaría que eso me pasara.
Aurelia esperaba en la acera sintiéndose algo incómoda. Karen, la ayudante de producción, la había llamado diciéndole la hora de su siguiente cita con Stephen. Estaba nerviosa; no solo iba a tener una cita con él, sino que además lo haría delante de las cámaras y de quién sabía cuántas personas que lo vieran por televisión.
¡Ojalá los hubieran votado antes para eliminarlos!, pensó. Pero ése era un pensamiento de cobardes.
Lo cierto era que le debía una disculpa a Stephen. Aunque no había forma de que estuvieran juntos, eso no excusaba el modo en que ella se había hecho cargo de la situación. No había sido muy agradable con él, probablemente porque una parte de ella no quería tener que renunciar a ese chico. A una parte de ella no le importaba la diferencia de edad.
Todo se había complicado mucho y no sabía cómo hacer para que volviera a ser sencillo.
– ¿Aurelia?
Se giró hacia la voz y, al ver a Stephen, la invadió la alegría. Tan alto, tan fuerte y tan guapo. Le sonrió y supo que él podía adivinar todo lo que estaba pensando.
Pero entonces volvió a la realidad y recordó que no era una mujer para él.
– Supongo que tenemos una cita. Si seguimos siendo la pareja más aburrida, seguro que nos votan para echarnos la semana que viene.
– ¿Es eso lo que quieres? -le preguntó él.
– Creo que tiene sentido.
Le costaba hablar. Cuando estaba tan cerca de él, su cerebro no funcionaba bien y solo podía imaginarlo abrazándola y besándola.
¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué no podía ser más mayor o ella más joven?
– No quería hacerte daño. Nunca he querido ser nadie de quien luego te lamentaras. No tengo miedo por mí. Tengo miedo por ti.
Se llevó una mano a la boca, pero era demasiado tarde para contener esas palabras. Nunca debería haberle dicho eso, nunca debería haber admitido la verdad. Él pensaría que era una idiota o peor, sentiría compasión por ella.
Sin pensarlo, Aurelia comenzó a alejarse sin rumbo fijo, solo con un deseo de escapar. Pero antes de poder ir a ninguna parte, él se plantó delante, posó las manos sobre sus hombros y su intensa mirada azul sobre su cara.
– Jamás podría lamentarme de ti. De nosotros.
¡Cuánto deseaba Aurelia que eso fuera verdad! Y en ese momento probablemente lo era, pero había que pensar en el futuro.
– Supongamos que te creo. ¿Qué pasa después? ¿Qué vas a hacer?
Él sonrió y a ella la recorrió un escalofrío.
– Volver a la universidad.
– ¿Cómo dices? ¿Volver a la universidad? Eso es lo que ha querido tu hermano todo este tiempo. ¿Por qué accedes ahora?
– Porque sé que eso hará que me tomes en serio.
– ¿En serio?
Stephen asintió.
– Me gustaba la universidad, me gustaba estudiar Ingeniería, la universidad nunca fue el problema. Era Finn. Sabe que a Sasha no le interesa el negocio familiar, así que espera que yo me una a él. Me gusta volar, pero no quiero que ése sea mi trabajo. Nunca lo he querido.
– Lo sé, pero Finn no lo sabe. Tienes que decírselo.