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Unas palabras muy sensatas, pensó mientras se dirigía al mostrador de recepción para recoger sus muestras de vitaminas y la receta.

Unas palabras que deberían haberla hecho sentir mejor y más fuerte. Sin embargo, por dentro tenía un gran vacío, la sensación de anhelar la única cosa que no podía tener.

A Finn.

Sasha se recostó en el banco.

– Creía que a estas alturas algún agente ya se habría puesto en contacto conmigo -gruñó-. ¿Y si ninguno está viendo el programa?

Lani estaba sentada en la hierba frente a él. Le sonrió.

– Sí que lo están viendo.

– Eso no puedes saberlo.

La mayor parte del tiempo a Sasha le gustaba Lani; era fácil llevarse bien con ella y ya que ninguno de los dos quería acostarse con el otro, se ahorraban cierta tensión entre los dos. Era como salir por ahí con su hermana. Si es que la tuviera.

Pero a veces le ponía nervioso, sobre todo cuando se comportaba como si lo supiera todo sobre la televisión y él no supiera nada. Sí, él no había ido a Los Ángeles a rodar episodios piloto, pero eso no significaba que no leyera ni hablara con gente. Había estudiado mucho por Internet.

Lani se tumbó boca abajo y su largo y oscuro cabello rozó la hierba. Era una belleza, pero no era su tipo.

– Ya te he dicho que avisé a los mejores agentes de Los Ángeles. Bueno, a sus ayudantes. Les dije que nos vieran.

– No sabes si lo están viendo.

Ella puso los ojos en blanco.

– No seas tan negativo. Tienes que tener fe. Tienes que ver lo que quieres y trabajar duro para hacerlo realidad. Así nos convertiremos en estrellas. ¿Crees que me gusta estar en este estúpido programa? Geoff es un fastidio, no tiene visión del negocio, pero el programa nos pone frente a la gente. Hace que nos vean. Por eso estoy aquí.

Lani estaba muy segura de sí misma y tenía un plan. Lo único que él tenía era un sueño y el deseo de salir de South Salmon. Esa era la diferencia entre los dos. Así que, en lugar de quejarse de ella, debería aprender de ella.

– Entonces, ¿qué tenemos ahora?

– Cierra los ojos.

Él la miró.

– No.

Lani se puso de rodillas.

– No voy a hacer nada malo. Confía en mí. Cierra los ojos y empieza a respirar hondo. Tomando aire del estómago.

Hizo lo que le dijo, echándose atrás en el banco y cerrando los ojos. Poco a poco, notó cómo se relajaba.

– De acuerdo. Ahora, imagina la casa de tus sueños en Los Ángeles. Está en la playa, ¿verdad?

– En Malibú -dijo con una sonrisa y sin abrir los ojos-. Puedo ver el océano -lo que en realidad veía eran chicas en bikini, pero eso no se lo dijo-. Y sé cómo visualizar.

– Sabes soñar despierto. Es distinto.

– De acuerdo. Sigue.

– Ahora, imagina que tu casa tiene una gran terraza con escaleras que bajan a la playa. Diez escalones. Son de madera. Estás descalzo. Hace calor y sol. Puedes sentir la barandilla en tu mano y la madera bajo tus pies. Corre una ligera brisa.

Se quedó sorprendido al comprobar que prácticamente podía sentirlo todo. La madera era suave y cálida y notaba la suave arena bajo sus pies. La ligera brisa que ella había descrito soplaba contra su cara y notó cómo se le movió el pelo.

– Ahora imagínate bajando las escaleras -le dijo en voz baja-. Estás acercándote a la playa. Puedes oler el océano y oír el sonido de las olas. Puedes ver a gente en la playa -se rio-. Vamos a cambiar eso. Puedes ver a chicas en la playa.

– Sí, unas cuantas, tal vez -dijo él riéndose-. De acuerdo. Estoy bajando las escaleras.

– Ve despacio. Imagínalo todo. La barandilla. No lo olvides. Estás bajando y bajando, te falta un escalón y ya estarás en la playa. Párate en el último escalón. ¿Puedes verte ahí?

Él asintió. Podía verlo todo y también podía sentirlo. Era tan real que casi podía saborear la sal en sus labios.

– Ahora pisa la arena. Siente la cálida arena. Está a la temperatura ideal. No demasiado caliente, sino cálida por arriba y fresca por abajo. Tres de las chicas te ven, se susurran algo y corren hacia ti. Saben quién eres y están emocionadas de verte. Porque sales en su programa favorito. Una de ellas lleva una copia de la revista People. Y tú sales en la portada.

Sasha sonrió. Todo era real, hasta su fotografía en la revista. Con los ojos aún cerrados, se rio. Ahí estaba escrito en negrita: El hombre más sexy del mundo.

Abrió los ojos y miró a Lani.

– Ha sido genial. ¿Cómo lo haces? Quiero más.

– ¿Por qué no visualizas todos los días? Es el mejor modo de conseguir lo que quieres. Claro que tienes que trabajar, pero esto te permite estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Cuando visualizas y prácticas, te estás preparando para el éxito. Llevo visualizándome ganando un Óscar desde que tenía catorce años.

Se levantó y fue hasta el banco para sentarse a su lado.

– No conozco a nadie en este negocio. No tengo mucha experiencia ni amigos a los que pueda preguntar, lo estoy haciendo todo sola. Y así es como hago que parezca real. Es lo que me ayuda a continuar. Si lo deseas, Sasha, tienes que creer en ti mismo. La mayor parte del tiempo nadie más creerá en ti.

– Lo entiendo. Tengo que saber lo que quiero e imaginar que ya está sucediendo.

– Sí. Pero hazlo todos los días. Eso es lo que hace que sea poderoso -suspiró-. Me imaginé en un reality show, pero debería haber sido más específica. No consigo que nadie me cuente nada sobre las audiencias. ¿Tú has oído algo?

– ¿De qué estás hablando?

– De cómo va el programa, de si los anunciantes están contentos con el número de espectadores. Toda esa información es importante. Queremos que el programa tenga éxito.

– ¿Qué más da si no lo tiene? De todos modos, nosotros vamos a irnos.

– Es importante porque si vas a ponerlo en tu curriculum, alguien tiene que haber oído hablar de él. No tiene sentido decir que has sido la estrella de un programa que nadie ha visto -lo miró-. Me vuelves loca, y no en el buen sentido.

– Es parte de mi encanto -le dijo y sonrió.

Ella miró a otro lado.

– Por lo que sabemos, uno de los cámaras nos ha seguido. A lo mejor deberíamos besamos un poco por si acaso.

Aunque no existía química entre los dos, besar a una chica guapa nunca estaba mal. Pero en lugar de pensar que la deseaba, se vio recordando su lección sobre la visualización. Se pondría con ello enseguida y lo primero que iba a visualizar era a su hermano mayor volviendo a Alaska y dejándolo tranquilo.

Finn agarró sus dos bolsas y salió de la tienda. Apenas había pisado la acera cuando una mujer lo detuvo.

– Eres tú, el que está saliendo con Dakota.

No estaba seguro de si se lo estaba diciendo o preguntándoselo. Fuera lo que fuera, no era asunto de esa mujer. Pero estaba en Fool’s Gold y ya había aprendido que allí la gente se metía en todo, quisieras o no.

– Conozco a Dakota -admitió.

– ¿Cómo está? Su bebé es preciosa. Hannah… se llama así, ¿verdad?

– Eh… sí -Finn quería meterle prisa a la señora, pero sabía bien que esa desconocida se tomaría su tiempo y que su trabajo era esperar y escuchar.

– ¿Sabes si aún tiene mucha comida en el congelador? Siempre prefiero esperar antes de llevar una cazuela. Al principio de una crisis familiar, todo el mundo sale corriendo con comida y hay que congelarla. Pero después no está tan buena cuando se descongela y se vuelve a calentar. Creo que deberíamos hacer una planificación. La gente podría apuntarse e ir llevando comida según le correspondiera. Pero nadie escucha. Así que yo misma lo hago. Espero unas semanas y después me presento con comida. Así que, ¿sabes si aún tiene suficiente?