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– Olivia.

Finn se giró y vio a Denise acercándose. Estaba sonriendo, divertida, como si supiera que estaba atrapado y estuviera decidiendo si ayudarlo o no a escapar. Ya que lo había encontrado prácticamente desnudo en la casa de su hija, se imaginaba que se lo haría pasar mal, pero esperaba que al final lo ayudara a liberarse.

– Hola, Denise -dijo la mujer-. Estaba hablando con el chico de Dakota para saber si debería llevarle ya alguna cazuela.

– Olivia es famosa por sus cazuelas -le dijo a Finn-. También forma parte de una de las primeras familias que colonizaron Fool’s Gold. Olivia, él es Finn.

– Ya nos conocemos, aunque no habla mucho, ¿no? Pero lo respeto. A mí también me gustan los hombres callados. Doy por hecho que tendrá otros atributos que lo harán recomendable.

Finn no podía recordar la última vez que se había sonrojado, pero suponía que habría sido en la adolescencia. Sin embargo, allí estaba, en las calles de Fool’s Gold, intentando no ruborizarse.

– Seguro que sí -dijo Denise aguantándose la risa-. Y no es que Dakota haya hablado de eso conmigo. A lo mejor si le preguntas a una de sus hermanas…

Finn casi se atragantó y comenzó a alejarse poco a poco. Denise lo agarró de un brazo para que no se moviera de allí.

– Puede que lo haga -dijo Olivia-. Mientras tanto, si crees que puede necesitar comida, le llevaré una cazuela a Dakota.

– Sí, hazlo -dijo Denise-. Seguro que te encantará conocer a Hannah. Es maravillosa. Un bebé adorable. Cuando llegó aquí estaba muy pequeña para su edad, pero está creciendo deprisa y ya toma alimentos sólidos.

– Recuerdo lo que era eso -dijo Olivia con una sonrisa-. De acuerdo. Gracias por la información. Si ves a Dakota, por favor, dile que me pasaré hoy a verla.

– Se lo diré -le prometió Denise. Esperó a que la mujer se alejara y se giró hacia Finn-. No estaba segura de que pudieras escapar.

– Respeto que quieras torturarme.

– Toda madre tiene ese derecho, pero tampoco ha sido para tanto. La mayoría de la gente de por aquí es simpática, aunque un poco curiosa.

Él sonrió.

– Aquí uno no suele encontrarse solo.

Ella le agarró una bolsa y comenzaron a caminar hacia la habitación que él tenía alquilada.

– No creemos en la autosuficiencia, pero tú creciste en un pueblo pequeño, así que lo entenderás.

– Siempre hemos estado dispuestos a ayudar a nuestros vecinos, pero nos manejábamos solos por lo general.

– Cuando di a luz a las niñas, tuve complicaciones. Estuve muy enferma y no lo recuerdo mucho. Mi marido, Ralph, no quería dejarme sola en el hospital, pero teníamos otros tres niños pequeños en casa y un negocio que dirigir. Eso, sin mencionar a las trillizas y que era Navidad. Fue una época estresante. Cuando por fin volví a casa, estaba muy débil y tardé meses en recuperarme. Las mujeres del pueblo se ocuparon de nosotras y durante los primeros seis meses siempre hubo alguien en casa cada día. Creo que no cambié un pañal hasta que las niñas tuvieron tres meses.

– Impresionante.

– Quiero que sepas que nos cuidamos los unos a los otros. Si decides quedarte aquí, serás uno de los nuestros y también cuidaremos de ti.

– No necesito que nadie cuide de mí.

– Estoy segura, pero solo quiero que sepas cómo sería. Aunque, según me ha dicho mi hija, no estás pensando en quedarte.

Él la miró preguntándose qué vendría a continuación. Como no estaba seguro de lo que Denise pensaba de él, no podía saber qué preferiría ella. ¿Querría que se quedara por allí o preferiría que se marchara lo antes posible?

– No quiero añadirle más responsabilidades a mi vida -no iba a mentir a esa mujer para hacerla feliz-. Aunque Dakota es fantástica y me gusta mucho.

– Pero no lo suficiente como para quedarte. No tienes que preocuparte. Si quisieras quedarte, eso sería genial, pero si no, ella estará bien.

Estaba dándole permiso para irse, en cierto modo era la situación perfecta así que, ¿por qué no se sentía mejor?

Llegaron al motel y, ante la duda de si invitarla a pasar o no, Denise se lo puso fácil al devolverle su bolsa directamente y decirle:

– Espero que encuentres lo que estás buscando.

– ¿Qué te hace pensar que estoy buscando algo?

– Que no pareces muy feliz -acompañó esa observación con una delicada sonrisa.

Y con eso, se dio la vuelta y se marchó. Finn la vio irse y entró en su pequeña habitación. Guardó la comida en la diminuta nevera y se puso a caminar de un lado a otro de la sala, inquieto.

Quería ir detrás de Denise y decirle que estaba equivocada, que claro que era feliz. Había pasado los últimos ocho años criando a sus hermanos y por fin había terminado con su trabajo. Ahora podría irse a casa sabiendo que estarían bien en el mundo. ¿Por qué no iba a estar feliz?

Se echó en la cama y miró al techo. ¿A quién intentaba engañar? No era feliz. Hacía mucho tiempo que no lo era. Quería culpar a sus hermanos, pero sabía que era más que eso. Era por él.

Tendría que dar un paso más, pero no sabía hacia dónde.

Su teléfono sonó y lo salvó del dolor que le produciría ese ejercicio de introspección.

– Soy Geoff -dijo una voz familiar cuando contestó-. Esta noche querrás ver el programa. Creo que te hará feliz.

– No, si Sasha vuelve a jugar con fuego.

– Es mejor que el fuego. Asegúrate de que lo ves.

Capítulo 17

Aunque Dakota había visto casi todos los programas de Amor verdadero o Fool’s Gold con Finn, esa noche era diferente. A pesar de que él estaba tranquilamente tumbado en su sofá con Hannah sobre su pecho, Dakota se sentía inquieta, sin duda debido al secreto que estaba guardando. Por otro lado, estaba emocionada por ir a tener un bebé; hacía dos meses había pensado que jamás tendría una familia y ahora tenía una hija preciosa y otro bebé en camino.

Pero siempre había otra cara de la moneda y, en su caso, consistía en decirle a Finn que él era el padre. Algo que sabía que no querría.

– ¿Te he dicho ya que Geoff no es una de mis personas favoritas? -le preguntó Finn-. Me ha dicho específicamente que vea el programa de esta noche, pero hasta el momento no ha pasado nada interesante.

Dakota tardó un segundo en darse cuenta de lo que estaba hablando.

– He oído que la audiencia no es muy buena. A mí me encantan los reality shows, pero no le veo sentido a este concepto. Todos queremos ver a gente enamorándose, pero aquí parece fingido.

Él enarcó las cejas.

– Pues yo no quiero ver a gente enamorándose.

Ella sonrió.

– De acuerdo, de acuerdo. Será cosa de chicas. En un programa que vi, dos de los concursantes se enamoraron y fue genial. Mis hermanas y yo nos llamábamos todo el rato para hablar de ello.

– Pero si no conoces a esas personas, ¿qué más te da?

– Es divertido ver a la gente enamorarse, eso hace que el programa sea más interesante. Supongo que ése es el problema aquí, que nadie está enamorándose.

Miró a la pantalla y vio a Sasha y a Lani.

– Aquí están.

Finn centró la atención en la televisión y Dakota lo observó. Era un buen hombre, amable y responsable. Además, era fabuloso en la cama, aunque eso no debería importar. Sonrió. Bueno, un poco sí que importaba.

Él subió el volumen con una mano mientras con la otra sujetaba a Hannah. La bebé estaba durmiendo sobre su pecho; era esa clase de imagen la que hacía que a toda mujer se le derritiera el corazón. No sabía cómo podría resistirlo.

– Esto es interesante -dijo Finn.

Dakota miró la pantalla y vio a Sasha y a Lani en el parque inmersos en una conversación.