Выбрать главу

Aurelia y Stephen se miraron. Finn fue consciente de que estaban comunicándose en silencio, pero no pudo interpretarlo.

– Nunca pretendimos que pasara esto -dijo ella.

– Tú te presentaste como concursante -le contestó Finn-. Y es un programa para conocer gente. Está claro que querías conocer a alguien. Sí, es cierto que no tenías control sobre con quién te emparejarían, pero míralo. Solo tiene veintiún años. Es un crío y el hecho de que se escapara lo demuestra. Si crees que con esto vas a conseguir dinero, ve olvidándolo.

Stephen se situó entre los dos y puso una mano sobre el pecho de Finn.

– No. No la amenaces, no hagas que esto termine mal.

Por un lado, Finn agradeció la madurez de su hermano, pero por otro, fue el peor momento para mostrarla.

– Parad -dijo Aurelia. Los separó-. Sois familia. Intentad recordar eso -miró a Stephen-. Por favor, déjame hacer esto. Finn solo está preocupado por ti y eso es bueno.

– Y yo estoy preocupado por ti -le dijo Stephen a ella-. No quiero que te haga sentir mal.

Aurelia sacudió la cabeza.

– No es él, es lo que está pasando a nuestro alrededor. Tienes razón. Sí, entré en el programa buscando algo, y gran parte de ello es debido a mi madre, de quien no voy a hablar ahora -esbozó una tímida sonrisa.

Finn pudo ver cómo su rostro cambiaba cuando sonreía y pasaba de la simpleza a la belleza. Sus ojos reflejaban inteligencia y ahora podía ver por qué Stephen la encontraba tan atractiva. Pero eso no hacía que la relación fuera mejor.

– Cuando me emparejaron con Stephen, me sentí avergonzada. Es más joven y atractivo, todo lo que yo no soy. Pero temía abandonar porque sería como un rechazo más en mi vida y, por otro lado, quería los veinte mil dólares. Quiero comprarme una casa. Sé que no puedes entenderlo. Tú siempre has tenido éxito en lo que has hecho. No hay más que ver lo que has hecho con el negocio de tu familia y con tus hermanos. Yo nunca he tenido la valentía de hacerme valer, siempre me ha dado miedo. Estar con Stephen me ha enseñado quién puedo ser si me arriesgo. Me ha enseñado a ser valiente, y no sabía que pudiera serlo.

– Estoy seguro de que esto le resultaría muy convincente a alguien que no…

– No he terminado -le dijo con firmeza-. Te agradecería que me dejaras terminar.

– De acuerdo -dijo Finn lentamente, sorprendido. Estaba seguro de que la había intimidado, así que ese gesto de valor había sido de lo más inesperado. Tal vez hacía que esa chica le gustara un poco más.

– No ando detrás de chicos jóvenes. No estaba buscando a un hombre más joven. No sé qué estaba buscando y tal vez ése sea el problema. Jamás pensé que encontraría a nadie, jamás pensé que fuera lo suficientemente buena. Pero lo soy. Y merezco que me quieran como se lo merece cualquier otra persona.

Alzó la barbilla ligeramente.

– Nunca fue mi intención que me grabaran abrazándome apasionadamente. Me disculpo por ello y por si con ello he avergonzado a tu familia, pero no me disculpo por querer a tu hermano. No me disculpo por preocuparme por él o por querer lo mejor para él. Sé que es demasiado joven, sé que lo esperan muchas experiencias y que yo no debo interponerme en su camino. Pero será que Dios tiene un gran sentido del humor porque no puedo evitar amarlo. Tu hermano tiene razón -dijo dirigiéndose a Stephen-. No deberías estar conmigo. Vete a casa. Termina tus estudios, trabaja haciendo lo que te gusta y vive tu vida.

Parecía sincera y Finn tuvo que admitirlo, aunque solo fuera para sí.

Stephen se movió hacia ella y Finn supo lo que pasaría. Su hermano gritaría y patalearía hasta salirse con la suya, demostrando así lo inmaduro que era. Pero resultó que se equivocaba.

Stephen rodeó el rostro de Aurelia con sus manos y le dijo:

– Sé que eso es lo que crees, sé que crees que estar contigo me hará daño, pero te equivocas. Eres todo lo que he querido siempre. Iré a la universidad y encontraré un trabajo, pero lo haré aquí. Contigo. No hay nada que puedas decir para hacer que me vaya. Te quiero.

Finn pudo sentir la emoción entre los dos y se sintió fuera de lugar.

– Me equivoqué al escaparme -le dijo a su hermano-. Venir aquí de ese modo solo sirvió para reforzar tu idea de que era un inmaduro. Me comporté como un crío y merezco que me trates como tal. Siento que tuvieras que venir a buscarme, sé que tienes un negocio y responsabilidades, pero no pensé en ello. Solo pensé en mí mismo.

Esas palabras le sorprendieron más que si Aurelia se hubiera transformado en una ardilla y se hubiera puesto a bailar.

– Pero todo ha salido bien.

– Aún no, pero lo hará -respondió Stephen, y mirando a Aurelia, añadió-: Quiero casarme contigo. Sé que es demasiado pronto, así que no te lo voy a pedir, solo te quiero decir que sé dónde terminará todo esto. Terminaré los estudios y encontraré un trabajo, y dentro de un año, te pediré que te cases conmigo. Y ese día, esperaré una respuesta.

Finn esperó a que la furia brotara en su interior, pero no hubo furia, ni siquiera el más mínimo enfado. Si tuviera que ponerle nombre al sentimiento que lo invadió, diría que fue uno de arrepentimiento. Arrepentimiento por no tener eso que Stephen y Aurelia tenían. Su hermano pequeño se había llevado el gran premio.

No era que quisiera estar enamorado, no exactamente. Lo que quería era algo distinto, pero aun así no podía evitar sentir que había perdido algo importante.

– Os dejaré solos.

– No tienes que irte -dijo Aurelia, aunque estaba mirando a Stephen mientras le habló.

– Los dos tenéis mucho de qué hablar.

Salió de la habitación y cerró dejando a su hermano y a Aurelia besándose. Ya tenía resuelta la situación de uno de sus hermanos. Ahora faltaba el otro.

Bajó la calle preguntándose qué hacer con Sasha, cómo…

Se detuvo junto a la librería de Morgan y vio el escaparate. No hacía falta que hiciera nada. Dakota había tenido razón. Él ya había cumplido con su trabajo y los había criado y educado lo mejor que había podido. Protegerlos para siempre no era una opción, tenía que confiar en que estaban preparados para tomar sus propias decisiones. Ya era hora.

Dakota miró la ropa extendida sobre su cama. Era como si un centro comercial hubiera estallado en el dormitorio de su madre.

– No sabía que tuvieras tantas cosas. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste limpieza de armario? ¿Eso son calentadores? Mamá, los ochenta pasaron hace mucho tiempo.

– No me hace gracia. Si crees que esto es gracioso, te equivocas. Tengo una crisis. Una crisis de verdad. Tengo náuseas, me duele la cabeza y estoy reteniendo suficiente agua como para hundir un barco de batalla. Tienes que respetar mi situación.

Su madre se dejó caer en la cama aplastando toda la ropa.

– Lo siento -dijo Dakota-. No volveré a burlarme.

– No te creo, pero ésa no es la cuestión. No puedo hacer esto -se cubrió la cara con las manos-. ¿En qué estaba pensando? Soy demasiado vieja para esto. La última vez que salí con alguien, los dinosaurios vagaban por la tierra. Ni siquiera había electricidad.

Dakota se arrodilló delante de ella y le apartó las manos de la cara.

– Pues yo sé que casi todos los dinosaurios estaban extinguidos ya y que sí que había electricidad. Vamos, mamá. Sabes que quieres hacerlo.

– No, no quiero. Seguro que no es demasiado tarde para cancelarlo. Puedo cancelarlo. Podrías llamar y decirle que tengo la fiebre tifoidea. Di que es contagioso y que me van a trasladar a una de esas instalaciones médicas federales en Arizona. He oído que el aire seco es muy bueno para la fiebre tifoidea.

Justo en ese momento, Dakota oyó voces en el pasillo.

– ¿Llegamos muy tarde? -gritó Montana-. No quiero perderme la parte divertida.

Montana y Nevada entraron en la habitación y vieron toda esa cantidad de ropa y accesorios.

– No he oído que haya pasado un tornado por aquí -dijo Nevada-. ¿Hay alguien herido?