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Estaba disfrutando del espacio aéreo de la Costa Oeste. El tiempo era predecible y había mucho más aeropuertos. Había gente por todas partes, pequeños pueblecitos y grandes ciudades. En lugar de montañas heladas y tormentas árticas, tenía que encontrar su camino tras la estela de aviones comerciales 757. Distintos retos, la misma emoción.

Llevaba eso de volar en la sangre y era algo de lo que no podía, ni quería, escapar. Lamentaba que ninguno de sus hermanos estuviera interesado en la aviación, pero lo aceptaba. A él tampoco le habría gustado que lo hubieran obligado a dedicarse a otra cosa.

Terminó de hacer anotaciones y fue hacia la oficina. Si volvía pronto, podría hacer un segundo trayecto ese mismo día y Hamilton se pondría muy contento. Ese hombre le recordaba a su abuelo; ambos inteligentes emprendedores, pacientes, honestos y generosos. Eran hombres de otro tiempo.

– ¿Finn?

Se detuvo y se dio la vuelta. Sasha estaba allí.

Lo habían expulsado del programa la noche anterior, pero dado lo que se había emitido sobre Lani y él, no era de extrañar que los espectadores se hubieran sentido engañados.

Se había preguntado si Sasha estaría decepcionado, pero ahora que lo veía acercarse con esa expresión, supuso que traía buenas noticias.

Sabía que no volvería a South Salmon, pero aun así se detuvo y esperó a que su hermano hablara.

– ¿Viste el programa? -le preguntó más contento que triste-. No puedo creerme que nos pillaran. Habíamos tenido mucho cuidado -se encogió de hombros y sonrió-. Aunque supongo que no lo suficiente.

– No pareces muy disgustado.

– Me voy a Los Ángeles. Esta mañana me ha llamado un agente y quiere que me vaya allí. Vamos a hablar y ya tiene algunas ideas sobre dónde va a mandarme. Hay una serie en la que quieren sustituir a uno de sus personajes y también un pequeño papel en una película.

Sasha siguió hablando y contándole que esa misma tarde, Lani y él podrían rumbo hacia allí y que se alojarían en un apartamento. Al parecer, ella también tenía un casting.

Finn supo que había llegado el momento de dejarlo volar.

– Esto es lo que quiero de verdad, aunque sé que estás decepcionado.

– Un poco, aunque no sorprendido. Llevabas tiempo apuntando en esta dirección.

– Casi parece que no estés enfadado.

– Y no lo estoy. No diré que no me hubiera gustado que todo fuera distinto, pero tienes que tomar tus propias decisiones y vivir con las consecuencias. Espero que todo esto sea para mejor y que salgas en la tele o en una película.

– ¡Gracias! -exclamó su hermano, feliz y sorprendido-. Creía que estarías furioso.

– Me has dejado agotado, chaval. Ya no tengo fuerzas ni para eso -sacó su cartera y contó el dinero que había sacado de su cuenta esa misma mañana-. Aquí tienes trescientos dólares y un cheque con mil más. Búscate un lugar decente donde vivir e intenta comer bien.

– No sé qué decir -admitió aceptando el dinero-. De verdad que te lo agradezco. Esto cambiará mucho las cosas.

– Tu hermano va a terminar los estudios. El dinero sigue ahí, en vuestro fondo de estudios. Si decides volver, podrás terminar siempre que quieras.

– Eres el mejor hermano que alguien puede tener. Sé que he sido un fastidio, pero no lo hice a propósito.

Finn sintió un nudo en la garganta.

– La mayoría de las veces, sí.

Sasha se rio.

– Puede que un cincuenta por ciento -se puso serio-. Has hecho un gran trabajo con nosotros. Mamá y papá estarían orgullosos. Tengo un plan. Ya puedes dejar de preocuparte por mí.

– Eso no pasará nunca, pero estoy preparado para dejarte marchar.

Se dieron un abrazo y unas palmaditas en la espalda, conteniendo la emoción para no mostrar demasiados sentimientos, y después Sasha se guardó el dinero y se alejó.

Finn había ido a Fool’s Gold para obligar a sus hermanos a volver a casa. Había creído que el único lugar donde tenían que estar era o la universidad o South Salmon, pero se había equivocado. Ninguno de sus hermanos regresaría y, por extraño que pareciera, le parecía bien.

Dakota llegó al trabajo a la mañana siguiente con grandes ansias de café y la promesa de que antes de que se pusiera el sol, le habría contado a Finn lo del bebé o tal vez, antes de que terminara la semana.

No quería ser una cobarde ni ocultarle esa información, pero es que estaba tan feliz que quería seguir estándolo un poco más. Quería fingir que todo estaba bien y quería imaginarse una casa con un gran árbol en el jardín y dos niños jugando junto a ella y Finn.

Porque, por mucho que deseaba ese bebé, también deseaba estar con el padre de ese bebé. La gran sorpresa no era que se hubiera enamorado de él, sino que hubiera tardado tanto tiempo en darse cuenta.

Caminó hacia las improvisadas oficinas de producción y se sorprendió al ver frente a ellas unos grandes camiones. Vio a unos tipos cargando cajas y todo apuntaba a que se marchaban.

Vio a Karen sentada en una mesa en mitad de la acera.

– ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás trabajando aquí fuera?

Karen la miró. Tenía los ojos rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando.

– Se termina. El programa ha sido cancelado. Geoff me llamó desde el aeropuerto. Él ya está en Los Ángeles.

– ¿Cancelado? ¿Cómo pueden hacer eso? ¿Quién ha ganado?

– Nadie. Empezamos con audiencia, pero los índices bajaron a la tercera semana. Es un desastre.

– ¿Y qué pasa con los concursantes?

– Se van a casa.

– ¿Y qué pasa contigo?

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Trabajo para Geoff y ahora mismo eso no es nada bueno. Tengo muchos amigos en el negocio y ellos me ayudarán. Tengo que trabajar con otra productora -suspiró-. Tengo ahorros. Estas cosas pasan todo el tiempo, así que si quieres sobrevivir, tienes que estar preparada para pasar semanas sin trabajo. Supongo que la gente se estará preguntado si yo sabía algo de esto, pero no. No sabía nada.

– Lo siento -no sabía qué más decir. No comprendía cómo se podía invertir tanto dinero en un programa para luego cancelarlo en unas pocas semanas-. Si necesitas una recomendación o si puedo ayudarte de algún modo, por favor, dímelo.

– Gracias -Karen miró su reloj-. Será mejor que vayas a tu despacho y recojas tus objetos personales, porque van a desmantelarla a las nueve.

– De acuerdo. Lo haré -se quedó allí unos segundos más, pero Karen centró la atención en sus papeles y no volvió a alzar la mirada.

Mientras caminaba hacia su pequeño despacho, sacó el teléfono y le dejó un mensaje a la alcaldesa, aunque suponía que la noticia ya habría corrido como la pólvora. Miró a su alrededor y vio a gente cargando vehículos y marchándose. La televisión había llegado y se había hecho con el pueblo, pero tenía la sensación de que en cuestión de horas sería como si nunca hubieran estado allí. Tal vez así era ese negocio: una ilusión que nunca duraba.

Al mediodía, Dakota estaba de vuelta en su viejo despacho preparada para ponerse manos a la obra con el plan de estudios para el que la habían contratado. Había tenido una breve reunión con Raúl para hablar, como él lo llamaba, de su plan de juego. Se lo permitía, por un lado, porque había jugado como quarterback en la Liga Nacional y los deportes le hacían sentir bien y, segundo, porque era el que le pagaba el sueldo.

Antes de que su campamento de verano se hubiera transformado en una escuela elemental, su sueño había sido abrir unas instalaciones para niños de secundaria en las que se haría hincapié en las Matemáticas y las Ciencias. Estarían allí durante tres o cuatro semanas y volverían a sus escuelas entusiasmados por lo que podían llegar a conseguir en esas dos materias. Ya que la escuela elemental necesitaría las instalaciones durante al menos dos años, tenían tiempo más que de sobra para preparar su plan de estudios.