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Montana llegó al despacho exactamente a las dos, con una correa en una mano y empujando un carrito con la otra. Buddy iba deteniéndose cada ciertos pasos para comprobar el estado de la niña y asegurarse de que estaba bien.

– No sé si Buddy sería un buen padre si fuera humano, o si estaría todo el día tomando Prozac -dijo Montana.

– Es muy guapo, seguro que descubriría el mundo de las chicas y se le olvidaría ir a recoger a sus hijos a la guardería.

Montana se agachó y acarició al perro.

– No la escuches, Buddy, yo sé que nunca se te olvidaría recoger a tus hijos de la guardería. No le hagas caso a mi hermana. ¿Quién es mi perrito bonito?

Dakota se rio.

– Lo siento, Buddy, solo estaba de broma -tomó a Hannah en brazos-. ¿Cómo está mi chica?

– Se ha portado genial y está comiendo mucho mejor. Te juro que la veo crecer. No puedo decir que me gusten los pañales llenos de caca, pero se me da muy bien cambiarla.

– Te agradezco que estés cuidando de ella. Ahora que ya estoy aquí, podría traerla al trabajo tres días a la semana como poco. Así que ya no te necesitaré tanto. Mamá se quedará con ella uno de estos días y ya me han llamado otras cinco mujeres del pueblo diciendo que quieren cuidarla otro día.

– Debe de ser genial ser tan popular.

– No es por mí, es por Hannah. Es más popular que todas nosotras.

Montana se sentó en el borde del escritorio.

– No creo que yo pudiera hacer lo que tú.

– ¿Planes de estudio?

– Tener un bebé sola… Bueno, dos bebés.

– No estaba planeado -admitió Dakota, diciéndose que no podía dejarse llevar por el pánico ante la idea de ser madre soltera de dos niños-. Admitiré que estoy asustada, pero no voy a pensar en eso. Los dos niños son una bendición.

– ¿Y qué es Finn?

Una buena pregunta, aunque una que no podía responder.

– Lo quiero -dijo y se encogió de hombros-. Sé que es estúpido, pero no he podido evitarlo. Él… -sonrió-. Él es el único para mí.

– ¡Vaya! Así que ya has encontrado a tu hombre.

– No estoy diciendo que haya sido una elección inteligente.

– Podría funcionar.

– Te agradezco tu lealtad, pero ¿de verdad lo crees?

– Podría sorprenderte.

– Dakota la miró con escepticismo.

– Me ha dejado claro que quiere recuperar su antigua vida y ahora que sus hermanos se van, ya es libre del todo. Sé que le importo, pero no es lo mismo que el amor.

– Entonces, ¿no vas a preguntárselo?

– No voy a volverme loca deseando algo que jamás se hará realidad.

Montana empezó a hablar, pero se detuvo.

– Dime qué puedo hacer para ayudar.

– ¿Qué ibas a decir?

– Que estás rindiéndote sin intentarlo. Si lo amas, ¿no deberías al menos intentar que las cosas funcionen? ¿Luchar por él? Aún no te ha dicho que no y eso es porque aún no le has contado nada.

– Se lo diré. Estoy esperando porque sé qué es lo que va a pasar y no quiero arruinar lo que tenemos. Confía en mí. Cuando Finn se entere de que estoy embarazada, habrá marcas de ruedas en la carretera.

– Si tú lo dices…

La conversación no estaba desarrollándose como Dakota había pretendido, y empezó a enfadarse. Se dijo que no era culpa de Montana, que ella no lo entendía, y que solo el hecho de desear algo no hacía que eso se cumpliera.

– Tienes que darle la oportunidad de sorprenderte -murmuró Montana-. Y puede que lo haga.

Dakota asintió porque no quería discutir, pero sabía que la verdad era muy distinta.

Aquella noche la pasó muy inquieta; no podía olvidar la discusión con su hermana y no podía ignorar la voz que le decía que estaba escondiéndose en lugar de ser sincera. Que Finn y ella se merecían algo mejor.

Cuando lo recibió en casa esa noche, tenía una salsa marinera en el fuego y una suave música de fondo. Hannah ya estaba echándose su siesta.

– Hola -dijo Finn al entrar-. ¿Qué tal tu primer día lejos de la televisión? ¿Lo echas de menos?

Le sonrió mientras le hablaba, con esos ojos azules destellando suavemente. Era alto, fuerte y guapo. Alguien en quien podría apoyarse para siempre.

Tal vez nunca se había enamorado hasta ahora porque no había encontrado al hombre adecuado. Siempre había tenido una sensación de vacío, pero ahora con Finn se sentía llena… completa.

Esperó a que él cerrara la puerta y lo abrazó dejando que la besara. Decirle lo que sentía podía llevarlos al desastre, pero demostrárselo, eso podría ser distinto.

Lo besó con intensidad y volcando en ese beso toda su frustración, su amor y su preocupación. Finn la abrazó con fuerza, como si sintiera que ella lo necesitaba.

Un fuerte deseo tomó protagonismo, pero fue más que un mero deseo sexual. Fue un deseo de lo que podrían haber tenido juntos.

Sin poder decir nada, lo llevó hasta su dormitorio y dejó la puerta abierta para poder oír a Hannah si lloraba.

Una vez estuvieron en la oscuridad del dormitorio, se giró hacia él. En sus ojos pudo ver preguntas, pero él no le preguntó nada. Al parecer, sabía que ella necesitaba algo más que una conversación.

Le quitó la camiseta y ella se desabrochó el sujetador. Cuando estuvo desnuda de cintura para arriba, él agachó la cabeza y tomó en su boca su ya terso pezón mientras le acariciaba el otro pecho con la mano.

Su boca era cálida y su lengua la excitó, pero con eso no le bastó. Deseaba más. Lo quería todo de él, lo quería llenándola, tomándola. Lo necesitaba. Necesitaba esa conexión.

De nuevo, él le leyó la mente y, así, le desabrochó los pantalones. Ella terminó de desnudarse e inmediatamente, Finn deslizó una mano entre sus piernas. Ya estaba húmeda y comenzó a acariciarla con el pulgar antes de introducir en ella dos dedos.

Un sinfín de sensaciones la asaltaron, provocadas por su boca en sus pechos y su mano acariciándola. Finn se adentró más y encontró esos lugares que hicieron que se le entrecortara la respiración. Aunque Dakota se aferró a él, no pudo evitar que le temblaran las piernas. Estaba teniendo dificultades para mantenerse en pie, pero no quería que parara. No quería que nada la distrajera del modo en que él la estaba haciendo sentir.

La invadieron la tensión, el placer y el deseo de ser arrastrada hasta un océano de satisfacción. Estaba acercándose más y más, tan cerca que…

Él se detuvo y ella gritó a modo de protesta, no segura de lo que estaba pasando. Antes de poder decir nada, Finn la había sentado en la cama y él se había arrodillado para, a continuación, separarle las piernas y acariciarla con la lengua. La besó íntimamente mientras seguía hundiendo sus dedos en ella.

Sentir su lengua y su aliento fue demasiado y al instante ya estaba gimiendo mientras su cuerpo se sacudía y se estremecía de placer.

Al momento, Finn se puso de pie, se desnudó y se reunió con ella en la cama.

– Dakota -susurró él al hundirse dentro de ella.

Ella lo recibió rodeándolo con sus piernas por las caderas y acercándolo a sí. Normalmente cerraba los ojos, pero en aquella ocasión los mantuvo abiertos para ver cómo la miraba. Estaban conectados. Dakota sentía lo que él sentía y, así, cuando él se acercó al borde del éxtasis, también lo hizo ella y juntos y aferrados el uno al otro se dejaron invadir por el placer.

La noche cayó a su alrededor y tuvieron la sensación de haber estado siempre juntos y de que jamás podrían separarse.

«Te quiero».

Ella pensó en esas palabras, pero no las pronunció porque sabía que, una vez que las dijera, tendría que contarle la verdad y después esas palabras serían una trampa. Un modo de obligarlo a quedarse a su lado.