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Ojalá…

Pidió un deseo a las estrellas. ¿Era mucho pedir estar con el único hombre al que había esperado durante toda su vida?

Mientras formaba la pregunta oyó a Hannah suspirar y obtuvo su respuesta. Ya había recibido mucho y no podía tenerlo todo.

Aunque no pudiera tener a Finn, tendría a su hijo y con eso bastaría, de algún modo.

Capítulo 19

– Estás matándome -le dijo Bill con una voz sorprendentemente clara a pesar de lo lejos que se encontraban-. Estamos empezando nuestra temporada de más trabajo, Finn. Tienes que volver.

– Lo sé, pero dame una semana más.

– ¿Para hacer qué? Me dijiste que el programa había terminado, ¿qué más tienes que hacer en ese maldito pueblo?

Excelente pregunta, pensó Finn. Debería estar subiendo al primer avión que partiera con destino a Alaska, pero no podía evitar la sensación de que aún le quedaban cosas por hacer allí.

– Es por esa mujer, ¿verdad?

– ¿Por Dakota? Sí, en parte -no había querido acercarse a nadie, pero tenía algo especial, algo que lo atraía, y alejarse de ella sería más duro de lo que se había esperado.

– ¿Estás pensando en quedarte?

– No lo sé. No estoy seguro de nada. Mira, Bill, sé que esto es injusto, sé que estás trabajando mucho, pero dame una semana y entonces te daré una respuesta.

Su amigo suspiró.

– De acuerdo. Una semana. Pero no más. Y me debes una bien grande.

– Lo sé. Pídeme lo que quieras y será tuyo.

Bill se rio.

– Como si me lo fuera a creer. Hablamos en una semana. Si no me llamas, le venderé tu mitad de la empresa a la primera persona que me ofrezca cinco centavos.

– Hecho -dijo Finn y colgó.

Estaba en el aeropuerto de Fool’s Gold y miró los aviones. Allí podría ganarse la vida, si eso era lo que quería. Pero la pregunta era: ¿quería? Se había dicho que cuando sus hermanos fueran independientes, solo pensaría en sí mismo y haría lo que quisiera, y ahora que era libre, estar solo ya no le resultaba tan atrayente. Se había acostumbrado a formar parte de una familia, parte de algo. ¿Quería alejarse de eso? ¿Tenía que ser todo o nada?

– ¿Qué te ha dicho tu compañero? -le preguntó Hamilton.

– No le ha hecho gracia que siga aquí. Le he dicho que tomaré una decisión dentro de una semana.

Hamilton enarcó sus canosas cejas.

– ¿Estás pensando en comprarme el negocio? Porque tengo los documentos preparados.

El anciano le ofrecía el negocio prácticamente cada vez que lo veía. El precio era justo y tenía mucho potencial.

– Te lo diré también la semana que viene.

– ¿Qué tienen de especial estos siete días? ¿Estás leyendo los posos del café o algo?

– No, es solo que tengo que solucionar algunas cosas.

Hamilton sacudió la cabeza.

– Los jóvenes de hoy en día no queréis tomar decisiones. Sé lo que te retiene aquí. Es esa chica del pueblo. Me parece muy guapa, pero ¿qué sé yo de eso? Llevo casado cuarenta años -sonrió-. Hazle caso a un anciano. El matrimonio es una buena opción.

¿Matrimonio? ¿De eso estaban hablando? En su cabeza lo veía como un paso lógico, pero la idea le hacía querer dar un paso atrás. Dakota tenía una hija, ¿estaba preparado para ser padre? ¿No había desempeñado ya ese papel con sus hermanos?

Suponía que todo se reducía a lo que sintiera por ella. Sabía que le gustaba y que había sido un inesperado y grato descubrimiento en lo que debería haber sido una situación terrible. Era cariñosa y comprensiva. Le gustaba verla con Hannah; era una buena madre y una buena amiga. Y seguro que sería una esposa fantástica. El problema era que él no creía que estuviera buscando una.

– Una semana -repitió.

Hamilton levantó un brazo.

– Por mí, vale. Tómate el tiempo que necesites. Creo que te gusta estar aquí y que estás buscando una excusa para quedarte. Si tantas ganas tuvieras de volver a Alaska, ya lo habrías hecho. Pero, ¿qué sé yo si no soy más que un viejo?

Finn sonrió.

– Dices eso mucho, que eres viejo y que no sabes nada, pero me parece que tienes una opinión sobre todo.

Hamilton se rio.

– Cuando tengas mi edad, chico, tú también tendrás una opinión sobre todo.

El domingo por la mañana, Dakota se reunió con sus hermanas en la casa de su madre para un desayuno informal. Hacía cada vez más calor según se acercaban a los meses de verano y ese día Denise había puesto la mesa en el jardín. Había un cuenco con fruta fresca, zumo, pastas y bollos y huevos. El aroma a café recién hecho competía con el delicado perfume de las flores de la mañana.

– Bueno, ¿qué tal fue la cita? -preguntó Nevada, que se sirvió un café antes de pasarle la cafetera a Montana-. ¿Hiciste algo salvaje y te arrestaron?

Denise le dio un sorbo a su zumo y dejó el vaso en la mesa.

– Estuvo bien.

Montana se rio.

– ¿Bien y ya está? ¿Te divertiste? ¿Te gustó? Empieza por el principio y cuéntanoslo todo.

– Es un hombre muy agradable y hablamos de muchas cosas. Es divertido y ha viajado mucho. Estuvo bien. No me esperaba algo que me cambiara la vida, no fue más que una cita.

Dakota pensó en los momentos que pasaba con Finn.

– A veces una simple cita puede cambiarte la vida.

– No lo creo. Tienes que conocer a la persona. ¿De verdad existe el amor a primera vista? No estoy segura. Tal vez ésas son cosas que te pasan solo cuando eres joven, cuando no tienes que tener cuidado.

– ¿Y por qué tienes tú que tener cuidado? -le preguntó Nevada.

– Por muchas razones. Hace treinta años que no tengo una cita y no sé cómo han cambiado las reglas. Además, no soy una cría. Tengo responsabilidades. Tengo hijos y nietos y un lugar en la comunidad. No voy a largarme con un hombre solo porque me haga arder de pasión.

– Pues yo sí que me largaría con él -dijo Nevada y sonrió-. Suponiendo que lo digas en el buen sentido y no te refieras a que te prenda fuego con una cerilla.

– No, claro que no estoy interesada en salir con un pirómano -dijo Denise-. Es muy complicado a mi edad. No lo entendéis, aún sois muy jóvenes y para vosotras las reglas no son las mismas.

– ¿Estás diciendo que te sientes atraída sexualmente hacia él, pero que tienes miedo de actuar? -le preguntó Dakota, asustada ante cuál podría ser la respuesta porque por muy adultas que fueran todas, se le hacía algo incómodo estar manteniendo esa conversación con su madre.

– No, hablaba solo hipotéticamente. No había química entre los dos. Nos besamos y nada más -se estremeció-. Creo que soy demasiado vieja para que un hombre me meta la lengua en la boca.

Dakota y Nevada se quedaron tensas y Montana chilló y se tapó los oídos.

– No puedo -dijo-. Sé que es inmaduro, pero no puedo oírte hablar de esto. Es demasiada información.

Hannah dio una palmada y se rio con las payasadas de su tía.

– Por lo menos tú te diviertes -le dijo Dakota a su niña y la besó en la frente. Se dirigió a su madre-: Aunque intento ser más madura que mi hermana en esto, he de decir que se me hace extraño hablar de sexo contigo. Pero como profesional, te escucharé.

Denise se rio.

– Sois ridículas, chicas. He hablado de un beso con lengua, no es que os haya descrito veinte minutos de acto sexual.

Montana volvió a taparse los oídos y comenzó a canturrear. Nevada tenía aspecto de ir a salir corriendo.

– Lo mejor sería que no tuvieras relaciones en la primera cita -le dijo Dakota con calma, aunque estaba con sus hermanas. Las discusiones de sexo con los padres deberían estar prohibidas por ley-. Ha pasado mucho tiempo, así que lo más sensato es que vayas despacio.

– Eso pensaba yo -dijo su madre-. Lo del beso fue solo un experimento, me preguntaba cómo sería besar a otro hombre… y no fue genial.